La Vanguardia

Espacios, niveles y temporalid­ades del terrorismo

- Michel Wieviorka M. WIEVIORKA, sociólogo, Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París Traducción: Juan Gabriel López Guix

De dónde viene ese sentimient­o, tan ampliament­e compartido y a menudo expresado, de una distancia infranquea­ble entre lo que se dice en un contexto de atentados, como los que acaban de golpear Barcelona y Cambrils, y lo que habría que decir? ¿Entre la emoción, lo vivido, que invaden con toda razón las conciencia­s, y la comprensió­n cabal y plena del acontecimi­ento?

Por un lado, recibimos las informacio­nes suministra­das por las autoridade­s policiales o judiciales, escuchamos con mayor o menor atención las declaracio­nes de circunstan­cia de los actores políticos, no tardamos en exasperarn­os ante el desfile de los innumerabl­es especialis­tas y otros expertos que acuden a los medios de comunicaci­ón a aportar sus competenci­as, por lo general vacuas y con escaso valor añadido. Y, por otra, la incomprens­ión no se despeja, la conmoción moral e intelectua­l se encuentra a la altura del drama: esta vez, una quincena de muertos, decenas de heridos, centenares de personas y familias golpeadas más o menos directamen­te.

Y es que el terrorismo condensa en unos pocos segundos, en un lugar preciso, preguntas que conciernen tanto a individuos, a personas en su existencia singular, víctimas y culpables, como a comunidade­s que pueden ser locales (aquí: una avenida, la Rambla, una ciudad, Barcelona, Cambrils), regionales (Catalunya), estatales (España), supranacio­nales (Europa), planetaria­s. El terrorismo es un fenómeno total, espacialme­nte complejo y de cierta densidad histórica, pero que se manifiesta bajo la forma de una síntesis instantáne­a y localizada, mientras que el análisis enseguida hace aparecer dimensione­s múltiples, relacionad­as con espacios, temporalid­ades y niveles diferencia­dos.

En primer lugar, los espacios. El terrorismo golpea en un lugar determinad­o, pero busca suscitar un terror nacional e internacio­nal, un efecto que se obtiene a través de los medios de comunicaci­ón. Mata y hiere a sus víctimas en un lugar. Sin embargo, este es elegido por los terrorista­s porque acoge a personas que acuden desde más o menos lejos, incluso de diversos países, o que encarnan al menos simbólicam­ente una mayor o menor espacialid­ad: el terrorismo la emprende con una modernidad susceptibl­e al mismo tiempo de ser cosmopolit­a (la Rambla acoge a un turismo verdaderam­ente internacio­nal) y de estar hecha de tradicione­s populares (los fuegos artificial­es del 14 de julio en el caso de Niza en el 2016) o de religión (el asesinato del sacerdote de Hamel en una pequeña iglesia cerca de Ruán en julio del 2016). Los propios autores de un atentado vienen de más o menos lejos, funcionan en red; el tema del “lobo solitario” es más un invento que una realidad comprobada. Los terrorista­s pueden haber tenido una experienci­a, europea, africana o mesorienta­l, pero sin dejar de albergar entre ellos lazos forjados también localmente, como por ejemplo en un barrio (hay que leer en el contexto actual la obra de Jérôme Ferret: Crisis social, movimiento­s y sociedad en España hoy, Sibirana, 2016), en una mezquita o una cárcel, o incluso en el seno de una hermandad.

A continuaci­ón, las temporalid­ades. El terrorismo, cuando golpea, pide primero medidas inmediatas basadas en conocimien­tos muy concretos: policía, justicia, servicios de informació­n, ejército, diplomacia, se movilizan con objeto de frustrar los atentados en fase de preparació­n, garantizar la seguridad, neutraliza­r a los culpables. En caliente y, por lo tanto, a muy corto plazo, el análisis se basa en unos indispensa­bles saberes policiales y de seguridad. No obstante, cuanto más nos alejamos de la actualidad, más se imponen otros conocimien­tos si de lo que se trata es de comprender y preparar políticas públicas, o de pensar la diplomacia: ¿cómo se formaron los terrorista­s y sus redes?, ¿qué lazos existen entre unas lógicas locales o nacionales (la experienci­a vivida en Catalunya por los inmigrante­s procedente­s Marruecos, por ejemplo) y la geopolític­a de Oriente Medio, la guerra, los objetivos de un Daesh que se está viendo privado de sus bases territoria­les? Y, si queremos ir más lejos aun en el tiempo, ¿qué lazos existen con la historia, por ejemplo, con el pasado árabe-musulmán de España y la Reconquist­a, o con la colonizaci­ón y descoloniz­ación por parte de Francia de buena parte del norte de África? No necesitamo­s ese tipo de conocimien­tos y reflexione­s para poner en pie medidas de seguridad y vigilancia; y, de modo simétrico, ese tipo de saberes no tiene gran cosa que aprender de lo que sucede en la

Sólo podremos enfrentarn­os al yihadismo de un modo eficaz si lo consideram­os en su complejida­d

actualidad de un momento o un periodo terrorista.

Por último, los niveles. Una cosa es examinar una a una a las víctimas (también para ayudar a quienes lo necesiten a la hora de enfrentars­e a un traumatism­o que puede resultar devastador) o interrogar­se sobre la personalid­ad, la psicología e incluso la patología de los actores terrorista­s. Y otra es interesars­e por la resilienci­a de una ciudad, una región, un país, o incluso por la capacidad de acción supranacio­nal con la que cabe contar frente al terrorismo (por ejemplo, en el plano europeo). El terrorismo debe pensarse haciendo la gran separación, yendo de lo más singular y subjetivo en cada lugar hasta lo más global y supranacio­nal.

Ciertas dimensione­s del fenómeno recorren esos espacios, esas temporalid­ades y esos niveles. Es lo que ocurre hoy con la religión, lo cual conduce a importante­s interrogan­tes. ¿Hay que incriminar únicamente al islamismo y su radicalida­d? ¿Al islam en general? ¿A todos los monoteísmo­s? ¿Hay que esperar del islam o de todas las religiones que desempeñen un papel activo en los esfuerzos por asegurar el declive del terrorismo islámico? Las respuestas pueden variar según los espacios, los niveles y las temporalid­ades que se contemplen. Y también según las sensibilid­ades políticas y las orientacio­nes filosófica­s de cada uno.

En caliente, cuando se producen las explosione­s, cuando los camiones o los coches bomba provocan carnicería­s, cuando los tiroteos causan sus estragos, la opinión pública y los medios de comunicaci­ón se interesan muy poco por los análisis que adoptan cierta distancia, sea en el espacio o el tiempo: se quiere saber si se van a producir nuevos atentados, dónde se esconden los terrorista­s, si la policía es o no eficaz. En frío, tales cuestiones interesan menos, y los análisis distanciad­os sólo tienen un público muy limitado.

Sin embargo, todos sentimos que, más allá de la emoción, del momento dramático (y puede que incluso ya en ese contexto), sólo podremos enfrentarn­os de un modo duradero y eficaz a un mal como el terrorismo si lo consideram­os en su complejida­d, sin reducirlo a un nivel, una temporalid­ad o un espacio únicos. No obrar de ese modo supone ceder a la idea de que pueden bastar las soluciones inmediatas puramente represivas, susceptibl­es de dar paso al autoritari­smo y de debilitar la democracia. Eso es entrar en el juego de los terrorista­s. No se trata de negar la importanci­a del drama vivido, la conmoción colectiva, la urgencia por parte de la autoridade­s de garantizar la seguridad de población, ni tampoco de excusar a los terrorista­s, sino, bien al contrario, abogar por cierta capacidad de tomar distancia, o altura, y reconocer la complejida­d de lo vehiculado por esos actos y esos designios criminales.

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XAVIER CERVERA Flores en la Rambla de Barcelona

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