La Vanguardia

La mala leche

- Gemma Saura

Lo confieso: yo he alimentado a mi hija con mala leche.

A principios de agosto, desde 1992, se celebra la Semana Mundial de la Lactancia Materna. Internet se llena de fotos de mujeres amamantand­o con mensajes del tipo “demos el pecho sin miedo”, “la lactancia materna es lo mejor”, “yo doy teta”... A mí me dan ganas de gritar que eso está muy bien, que ninguna mujer debe esconderse por alimentar a su bebé como mejor crea, pero que tal como van las cosas tendremos que celebrar también la Semana Mundial del Biberón.

Que este dulce líquido blanco es una trinchera lo descubre una pronto, casi en cuanto anuncia que va a ser madre. Una pregunta repiquetea: “¿Le darás el pecho?”. “Es una experienci­a profunda”, te cuenta con mirada beatífica una conocida que amamanta a su hijo de dos años. “Una mastitis, el niño chillando de hambre todo el día... una pesadilla”, te dice la dentista. “¿Levantarme yo mientras él duerme plácidamen­te? Ni de coña. El biberón es lo igualitari­o”, proclama una amiga. Yo llegué al ruedo sin un plan granítico. Si los pediatras insisten en que el pecho es lo mejor, no sería yo quien lo cuestionas­e. Pero los dos años de lactancia a demanda –eso recomienda­n la OMS y la Generalita­t– no iban conmigo. Quería volver a pleno ritmo al trabajo y lo de ir a la oficina con ese artilugio llamado sacaleches, como hacían algunas amigas, no me parecía una opción. En todo caso, me prometí que no iba a torturarme. “Si funciona, bien. Si no, a otra cosa”. Nunca me he mentido más a mí misma. El pecho fue un desastre. Mi hija se desplomaba en las curvas de peso y pronto tuvimos que suplementa­r con leche artificial. En el CAP me recomendar­on que, para aumentar la producción, utilizase el sacaleches media hora en cada pecho después de amamantarl­a. En lugar de descansar cuando ella dormía, debía ordeñarme.

Fui a un grupo de lactancia, que sólo me sirvió para sentirme más acompañada en el fracaso: unas con mastitis, otras con grietas y muchas con bebés menguantes. El mensaje de la pediatra que lo dirigía era el mismo para todas: había que persistir, con esfuerzo y paciencia lo lograríamo­s. Ahora veo que lo que muchas necesitába­mos era que nos dijeran que si no lo conseguíam­os, no pasaba nada. Que nuestros hijos crecerían sanos y fuertes igualmente, que criar es mucho más que dar el pecho.

“Hemos moralizado la lactancia materna”, dice la ginecóloga Amy Tuteur, que denuncia una culpabiliz­ación de las que no pueden o no quieren amamantar.

La leche artificial es lo que hacía crecer a mi hija, pero le daba cada biberón con el corazón encogido. Una amiga lactivista llegó a decirme que era como alimentarl­a de McDonald’s. “Las lletaires son como la Santa Inquisició­n –me dijo una señora cuya hija había pasó por lo mismo–. Lo de vuestra generación es una locura”.

En el fondo es algo bastante antiguo: la libertad de la mujer para decidir por sí misma cómo ser madre. La única diferencia es que ahora no nos sermonean en la iglesia. Lo hacemos nosotras mismas, agazapadas en cada lado de la trinchera de la leche.

Una amiga ‘lactivista’ llegó a decirme que dar biberón a mi hija era como alimentarl­a de McDonald’s

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