El lago que mató de noche
Entre las nueve y las doce de la noche del 21 de agosto de 1986, 1.746 personas murieron, la mayoría mientras dormían, y con ellas miles de animales, 3.952 vacas, 3.404 gallinas, dos burros, ocho gatos, más de 500 cabras... Una nube de dióxido de carbono (CO2) surgió del lago Lwi y el viento la desplazó por el valle de Nyos, en el oeste de Camerún, a una velocidad de 60-70 kilómetros por hora, llegando a una distancia de 25 kilómetros antes de disolverse. Al ser el gas más frío que el aire, la nube no se alzaba a más de 60 cm del suelo, y aquellos que no dormían o que vivían en las partes altas del valle sobrevivieron, pero por debajo de esa altura incluso las moscas cayeron fulminadas. Perecieron familias enteras.
Científicos de todo el mundo volaron a Camerún al saber la noticia, mientras los habitantes de la región, de diversas confesiones religiosas –cristianas, musulmanas, animistas– buscaban su propia explicación a lo ocurrido. El hecho no era sin embargo nuevo porque dos años antes, un 15 de agosto, el lago Manoun, a unos 40 kilómetros, había matado de la misma forma a 37 personas. Pero este territorio, que corresponde a una línea volcánica que enlaza con las islas de Bioko (Guinea Ecuatorial) y Santo Tomé, estaba poco estudiado.
Los vulcanólogos interpretaron pronto el cómo del fenómeno pero no el porqué. Sencillamente, y debido a las condiciones climáticas, en el fondo del lago, de unos 200 metros de profundidad, se acumulaba CO2 en grandes cantidades, contenido por la masa de agua superior, a mayor temperatura. El gas carbónico brotó –junto con gran cantidad de agua– igual que cuando se agita una botella de Coca-Cola, según la versión de la prensa norteamericana, o cuando se descorcha una botella de champán, según demostraría en un vídeo un científico francés.
De acuerdo con el cómo, dos versiones enfrentaron a científicos internacionales en cuanto al porqué. Unos, alineados con el vulcanólogo francés Haroun Tazieff, y otros con el islandés Haraldur Sigurdsson, buen conocedor de las emanaciones de CO2 en su tierra, similares a las del recóndito valle de la Muerte, en la isla de Java, que mata a todo animal que entra en él.
La disputa científica está recogida en el libro El valle asesino, del holandés Frank Westerman, escrito en el 2013 y traducido por Siruela hace unos meses. La primera obra de Westerman fue un excelente trabajo sobre los escritores soviéticos y las grandes obras hidráulicas del estalinismo, Ingenieros del alma .Le siguió Ararat, sobre el monte bíblico, y El negro y yo, donde persiguió el destino del Negro de Banyoles .De modo que lo que le interesaba esta vez al ensayista era cómo el caso del lago Lwi –desde entonces llamado Nyos– ejemplificaba la manera en que se crean los mitos.
Y mitos los hubo. Los antiguos hacían referencia a la naturaleza del lago, la presencia de los espíritus de los antepasados, las leyendas fundacionales de los pueblos habitantes del valle... Los mitos nuevos eran políticos. El presidente Paul Biya, que entonces llevaba cuatro años en el poder (y aún sigue allí), habría permitido a los israelíes probar en el lago un arma nueva. Por eso antes de que apareciera el gas se oyó una explosión (era el efecto botella en realidad). Un motivo, explica Westerman, fue la rápida presencia de israelíes en Nyos, aprovechando que el entonces primer ministro Shimon Peres acudía a Camerún en visita oficial. Este mito, con ingredientes conspiranoides debido a que Nyos está en la región anglófona de Camerún , país de mayoría francófona, ha persistido.
En cuanto al origen de la nube tóxica, se acabó imponiendo la hipótesis de Sigurdsson, que negaba la de Tazieff de una erupción subterránea (el lago no es una caldera volcánica, señalaba La Vanguardia en marzo de 1987). Pero no quedó determinado con exactitud, sin embargo, qué propulsó las burbujas de CO2 a la superficie: quizás un desprendimiento en las paredes del lago, rocas que revolvieron el fondo...
En el año 2000 se empezó a extraer el gas mediante un sistema de tubos que generan un surtidor de agua de aspecto parecido al del lago Leman en Ginebra. Pero se atascan a menudo y no ha sido hasta este mismo año que el Gobierno de Camerún ha anunciado que se ha sacado el 90% del gas. Otra cosa es qué pasa con los habitantes de Nyos, que no han podido regresar al valle (unos 3.000 antes del desastre, más o menos los mismos hoy) ni han recibido las ayudas prometidas en sus asentamientos en la periferia.
La parte positiva fue un impulso coordinado al estudio de los lagos
asesinos, constataban hace un año geofísicos de Italia y Camerún. En Puebla de Guzmán (Huelva), la laguna artificial de Corta Guadiana, generada por antiguas minas, acumula 80.000 metros cúbicos de CO2 y está siendo desgasificada desde el 2015 por el mismo sistema que en Nyos. Y los científicos están atentos al lago Kivu, entre Ruanda y República Democrática de Congo, que fue en parte escenario del genocidio ruandés de 1994. Unas 1.600 veces mayor que el Nyos, contiene mil veces más gas, pero el método de desgasificación no es efectivo en lagos tan grandes. Kivu ha sido descrito como una bomba de tiempo.
La idea conspiranoide de que los israelíes probaron un arma nueva ha persistido Nunca se determinó con exactitud qué propulsó las burbujas de CO2 a la superficie