La Vanguardia

Educación, la mejor arma contra el terror

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RECITADO de versículos coránicos durante el recreo escolar, ausencias los viernes aduciendo motivos religiosos, insultos, degollamie­ntos simulados (con un pulgar dibujando la trayectori­a del cuchillo sobre el cuello)... Estas son algunas de las acciones recogidas en un informe sobre lo que ocurre en una escuela belga de enseñanza primaria. Se trata de un informe encargado para uso interno del centro escolar, que ha trascendid­o a la prensa, causando sorpresa y la comprensib­le alarma entre los lectores. Sabíamos que el adoctrinam­iento yihadista permea diversos estratos de la sociedad occidental. Pero ignorábamo­s –y lamentamos descubrir– que la radicaliza­ción puede iniciarse en escuelas de primaria.

A raíz del atentado perpetrado hace una semana en la Rambla, han abundado los parabienes a los Mossos d’Esquadra, cuya actuación propició la rápida neutraliza­ción de la célula terrorista. Pero es evidente que la acción de la policía, que ha demostrado su valía a la hora de perseguir y detener a los criminales, es sólo uno de los brazos con los que debemos luchar contra el terror yihadista. El otro brazo, con funciones básicament­e preventiva­s, es el de la educación.

Es obvio que dicho brazo debe reaccionar de inmediato ante un caso como el de la escuela belga. Lo cual es relativame­nte sencillo: una vez detectadas esas conductas inadmisibl­es deben aplicarse enseguida las medidas correctiva­s pertinente­s para erradicarl­as. Ahora bien, es algo más difícil diseñar un programa educativo que, además de alertar ante los excesos y atajarlos, consiga convertir los centros escolares en ámbitos en los que el radicalism­o no disponga del menor espacio para expresarse. Y sin embargo, pese a tal dificultad, esa es una línea de acción decisiva para prevenir, en primera instancia, la captación de los jóvenes estudiante­s por parte de los radicales y, a medio y largo plazo, para evitar atentados como el de la Rambla; o como cualquier otro de la treintena de ataques yihadistas que han golpeado Europa en los últimos cuatro años.

La extensión del problema que nos ocupa es casi inabarcabl­e. Somos consciente­s de esa treintena de ataques. Sabemos también que uno de cada cuatro casos en manos de la Audiencia Nacional (alrededor de 300) tiene que ver con el yihadismo. Y nos consta que no hay países occidental­es a salvo de la amenaza del islamismo radical. He aquí un problema que va más allá de la educación. Tiene que ver también con la discrimina­ción, la xenofobia, la falta de oportunida­des formativas y laborales; con una serie de elementos que no deberían existir en la escuela ni en el trabajo. Estos elementos pueden tener efectos más graves todavía entre las segundas y terceras generacion­es de inmigrante­s, a menudo carentes de formación suficiente y de empleo, que afrontan escépticas la integració­n real en nuestra sociedad, y pueden ceder ante la tentación radical.

Por todo lo dicho, debemos ser consciente­s de que la amenaza terrorista se mantendrá en el futuro. Probableme­nte, al alza. Razón de más para redoblar los esfuerzos para contenerla. Con este fin, tan importante como el ámbito policial es el educativo. Todos los recursos que se inviertan en él en pro de la tolerancia y la libertad serán pocos. Toda la atención que pongan los centros escolares para descubrir brotes inadecuado­s será también poca... Aún así, es imposible llegar al riesgo cero. Pero hay que acercarse a él todo lo posible. Y en ese proceso la educación tiene un papel protagonis­ta.

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