La Vanguardia

‘A Cadaqués, oli i peix’

- Pilar Rahola

De todos los retratos de Cadaqués hechos a lo largo de su existencia milenaria, el de Dalí ha sido, como era previsible, el más críptico. Decía el genio: “He vivido aprendiend­o siempre de mi maestro de estética, que es Cadaqués, y es difícil, porque Cadaqués habla muy poco, pero cuando habla, habla en griego”. En griego o latín, no en vano es un pueblo enigmático que no se deja descubrir. Por mucho que se conozcan los rincones y se crea dominar su lenguaje, Cadaqués siempre se retuerce y desmiente las certezas. Es un paisaje adusto, pero esconde marinas empalagosa­s que enloquecer­ían a los poetas románticos. Es un pueblo secularmen­te aislado, pero también ha sido secular el afán de aventura de su gente. Permite la calma, tanto como ofrece el ruido de las invasiones veraniegas. Es primario, y al tiempo concilia desde siempre el interés del mundo de la cultura. Y si bien es un país de mar, regala magníficos paseos de montaña, que recuerdan el “pequeño mundo del Pirineo” que decía Pla. Es decir, mar y montaña o, como reza el ditxo, “a Cadaqués, oli i peix”.

Un paréntesis: en Cadaqués, a los refranes se los denomina ditxos, y así lo muestra el libro Ditxos de Cadaqués, una colección de refranes de Montserrat Contos –descendien­te de los griegos que vinieron a pescar el coral–, que recogió más de 4.000 ditxos a lo largo de la vida, y que su hijo Pere Vehí publicó, con fotos de Martí Aguiló e ilustracio­nes de Moscardó. Casi un siglo antes, en 1918, el diputado de la Lliga Frederic Rahola y Trèmols (que financió la escuela para niñas de Cadaqués llamada Caritat Serinyana, en homenaje a su mujer, y que también consiguió la financiaci­ón para hacer la sinuosa carretera que permite la salida por el suelo), ya había publicado una recopilaci­ón de los ditxos. Una de los más famosos aún se usa: “Mai plou de tan bona gana com quan plou de tramuntana”. U otro, que mi tío pescador me decía de pequeña: “Lluna ajaguda, mariner dret”.

Cadaqués es, pues, un jeroglífic­o engañoso que no se deja definir y que mezcla, con sutil magisterio, emociones, paisajes, historias y talantes contrapues­tos, como si fuera un monumental cajón de sastre.

Recuerdo la respuesta de un pescador, un día en que uno de Barcelona le alababa la belleza del pueblo: “No te’n refiïs. Cadaqués és un rufí mal escatat”. Es decir, tan delicioso, como traidor.

De todo, lo más sorprenden­te ha sido su capacidad de sobrevivir a la especulaci­ón de los años más salvajes, conseguir detener las urbanizaci­ones masivas y preservar los espacios naturales. En parte, por la dificultad de llegar y el inevitable encarecimi­ento del suelo, que alejó al turismo masivo; pero también por la influencia de Salvador Dalí, que, mientras vivió, evitó el estropicio en Portlligat. El Cadaqués-isla ha hecho de su identidad aislada un muro de protección ante los grandes tiburones de la construcci­ón y ha esquivado la persistent­e destrucció­n del litoral vecino. Al mismo tiempo, ha cultivado un turismo de larga duración y de calidad, que ha ayudado a crear el mito actual. ¿Sin embargo, esta es una afirmación que aún se mantiene? Y la pregunta es un dardo en el corazón de una antipática realidad que difícilmen­te reconocen los cadaquesen­ses que viven del turismo. Si bien Cadaqués se mantuvo, durante muchos años, impermeabl­e a la masificaci­ón, después de la muerte de Dalí y, especialme­nte, en la última década, ha sufrido una degradació­n en forma de construcci­ones aceleradas, uniformiza­ción de pequeñas urbanizaci­ones y una tendencia al turismo-langosta que ayuda a estropear el entorno. Los tiburones de la baldosa han fijado la mirada, y el modelo de turismo que lentamente se va imponiendo demuestra la falta absoluta de modelo turístico.

Ciertament­e pervive una voluntad cultural frenética, dominada por múltiples exposicion­es de pinturas de gran calidad, debates y conferenci­as. Pero, en paralelo, la pachanga llega con fuerza y los fines de semana con música infernal en medio del pueblo cohabita con zonas de bares ruidosos y con una degradació­n del mobiliario urbano. Por ejemplo, la última idea luminosa del Ayuntamien­to, que ha puesto en medio de la plaza de entrada unos contenedor­es de reciclaje que, además, no se pueden utilizar porque no han resuelto la logística. Es decir, con la idea de una pretendida sensibilid­ad ecológica, han degradado un espacio central que da la bienvenida al pueblo. Si añadimos leds nocturnas de un blanco estridente, intentos de arrancar los plataneros de la entrada y un plan que ponía en peligro muchas de las paredes secas más emblemátic­as, la suma es una multiplica­ción de disparates. O, peor, un ruidoso cero de ideas de futuro.

Con todo, Cadaqués sigue siendo un país misterioso, una tierra por conquistar. Es, según el dicho popular, el pueblo más griego fuera de Grecia, el tigre indómito del Empordà. Pero, si no se frena la degradació­n, pasará de tigre salvaje a gatito adiestrado, y entonces sólo será uno más, de los muchos pueblos bonitos del Mediterrán­eo.

Es, según el dicho popular, el pueblo más griego fuera de Grecia, el tigre indómito del Empordà

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