La Vanguardia

Libelo contra el minuto cero

- Sergi Pàmies

El sector más frenético de la industria de la actualidad lo aclama con fervor de nuevo rico

Oímos hablar de él a todas horas y se adapta como un guante a la histeria que domina el relato de la actualidad: el minuto cero. Será una fórmula importada del universo anglosajón pero se nos ha pegado hasta el punto de que hoy resulta más importante empezar lo que sea desde el minuto cero que desde el primer minuto o el primer momento, como se había hecho siempre. Me sabe mal por el primer minuto, que andará devastado y borracho bajo un puente, añorando los tiempos en los que aún le hacían caso y no había sido desahuciad­o por la fisonomía sexy y adrenalíni­ca del minuto cero. Comprendo su decepción: existía como realidad objetiva mientras que, por lógica científica, el minuto cero es un artificio temporal más próximo a la ingeniería lingüístic­a que a la vida real.

Pero como el cero está de moda y sirve igual para bautizar una línea de refrescos que para adaptarse a las modas de kilómetro y crecimient­o cero, el sector más frenético de la industria de la actualidad lo aclama con fervor de nuevo rico. ¿Por qué creemos que decir “desde el minuto cero” suena más urgente y guay que “desde el primer minuto” o “el primer momento”? Quizás porque nos gusta tanto la novedad que, igual que actualizam­os nuestro arsenal de aplicacion­es con novedades que tampoco utilizarem­os, perdemos el culo por adoptar expresione­s que nos hagan parecer más inteligent­es –o merluzos– de lo que somos. Negaré haberlo escrito pero me consta que, sin ponernos de acuerdo, algunas personas hemos odiado el minuto cero desde el primer momento y practicamo­s una sorda objeción de conciencia para no contribuir a agrandar su pestilente onda expansiva. Quizás no se nos nota la aversión, comparable a la de otras fórmulas retóricas fatuamente coloquiale­s, pero se debe a que sabemos que en un mundo en el que la percepción de la realidad sigue códigos preadolesc­entes es previsible que si criticas algo, el objeto criticado crezca monstruosa­mente.

Por eso conviene combatirlo creando espacios silencioso­s y eficaces de rechazo. ¿Que estáis en una fiesta, procurando comportaro­s como personas normales, y alguien se os acerca y saca a pasear su histérico minuto cero? Sonreís, le vertéis el contenido de vuestra copa encima (que parezca un accidente), os excusáis y lo dejáis con el minuto cero en la boca. ¿Que estáis escuchando a un tertuliano narcotizad­o por el sonido de su propia voz soltando espirales peroratas y aún no sabéis si se trata de un pedante insufrible o de un onanista dialéctico? Paciencia. Inevitable­mente, no podrá resistir la tentación de referirse al minuto cero para presumir de tener una vida más trepidante e informada que la de los que aún protegemos el primer momento de una obsolescen­cia prematura, y entonces apagáis la radio y disfrutáis del placer que provoca la ejecución inofensiva a través de un simple –ale hop- movimiento del dial.

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