La Vanguardia

El ejemplo bávaro

- Laura Freixas

Baviera, donde escribo estas líneas (acabábamos de aterrizar en Múnich cuando mi pareja abrió el Twitter y le cambió la cara: “Ha pasado algo…”, murmuraba, sin decidirse a decirme qué y dónde), es un lugar maravillos­o, o por lo menos lo parece. Dice mi guía que tres de cuatro alemanes desearían vivir aquí, y no me extraña. De los 16 estados alemanes, es uno de los más ricos. Tiene paisajes idílicos: lagos, pastos, montañas; una gran ciudad, Múnich, y muchos pueblos preciosos. La gente es educada, silenciosa, pacífica; todo está cuidadísim­o y en perfecto estado… Sin embargo, fue aquí donde apareció el nazismo. En Múnich empezó Hitler su carrera política y en Múnich el Partido Nacionalso­cialista tuvo, durante toda su existencia, su cuartel general. Baviera incubó el huevo de esa serpiente que destruiría toda Alemania y gran parte del mundo.

Cuando leo testimonio­s de quienes sufrieron el nazismo, veo que algunos lo entendiero­n enseguida. El profesor Victor Klemperer, por ejemplo, confiesa en el secreto de su diario el horror y la inquietud que le inspira el nuevo régimen (se publicaría después de su muerte bajo el título Quiero dar testimonio hasta el final). Bien es verdad que en tanto que judío, la brutalidad nazi le afectaba especialme­nte. Pero otros que no eran judíos, como el novelista Friedrich Reck (Diario de un desesperad­o) o el periodista Sebastian Haffner (Historia de un alemán), también vieron claro desde el primer momento lo que estaba pasando y hasta dónde podía llegar. En cambio, es desesperan­te leer por ejemplo Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdor­ff, o el Diario, de Hélène Berr, y comprobar que había gente, mucha, judíos incluidos, que estaba en la luna: sólo se dieron cuenta de lo que se les venía encima cuando ya era demasiado tarde.

¿Entendemos lo que está pasando? Informació­n tenemos, pero ¿somos capaces de ordenarla, jerarquiza­rla, distinguir lo fundamenta­l de lo accesorio? ¿Conseguimo­s, no sólo saber lo que sucede, sino interpreta­rlo, elaborar “un relato” como se dice ahora? ¿Sabemos quiénes son los verdaderos enemigos, qué es lo que está en juego, cuáles son los riesgos que corremos? ¿O estamos pecando de ingenuidad, de una excesiva confianza en la paz y en el Estado de derecho, como el grueso de la sociedad bávara en los años veinte? ¡Cuánto daría yo por leer un libro de historia del siglo XXII!

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