La diáspora del arte comunista
El PC francés dilapidó y regaló obras de Picasso, Léger o Duchamp que aún circulan por el mercado clandestino
Como el muro de Berlín, como la URSS, las estatuas de Stalin y Lenin, la fabulosa pinacoteca reunida gratuitamente en medio siglo por el PCF, partido comunista francés, se evaporó también. Tal vez porque desde el 2007, cuando recogió el 1,93% de votos en las presidenciales, el partido lo tiene crudo: por debajo del 5% no se recuperan los gastos de la campaña. De ahí que las obras hagan piruetas clandestinas en el mercado.
Les Constructeurs, de Fernand Léger, colgado en su exposición de Metz, adornó el comedor obrero de la Renault, en la fábrica legendaria de Boulogne Billancourt. ¡Ay! invitado a comer, anónimo, Léger debió soportar las burlas que suscitaba su pintura. De hecho, cuando Léger terminó aquella obra, en 1950, la voz de orden era la de crear un arte accesible al pueblo. Por eso la ofreció al partido. Se la rechazaron: infringía las ordenanzas del realismo socialista. Testarudo, consiguió colarla el año siguiente a una Casa del pensamiento francés, relacionada con el partido. Así aterrizó en el comedor de Renault.
Inasequible al desaliento y a pesar de que el pueblo no entendía su obra y los cuadros del partido le denunciaban las entretelas burguesas, Léger donó hasta su muerte. Sin mayor fortuna. Sus cuatro paneles inspirados en el poema La libertad, de Paul Éluard, durmieron en un depósito durante más de tres décadas.
UNA OBRA QUE NO GUSTABA ‘Les Constructeurs’ de Léger –ahora en Metz– adornó el comedor obrero de la Renault
UNA ENTREGA ‘PERSONAL’ Louis Aragon entregó la bigotuda Mona Lisa de Duchamp al secretario general del PCF
Curioso destino para una obra que casi desde el primer momento ha tenido repercusión popular.
Otro cuadro muy conocido escapó al dominio privado del partido: desde el 2005, y en calidad de préstamo por 90 años, la bigotuda Mona
Lisa de Duchamp es visible en el Pompidou parisino. Tras rudas peripecias. El poeta Louis Aragon se la entregó personalmente a George Marchais, secretario general del PCF. Según el cotilleo del sector, porque acababa de morir su querida Elsa y Aragon no quería conservar la obra de un ex amante de su mujer.
Cuando Marchais muere su familia pretende conservar el cuadro. Hubo un tira y afloja y finalmente los herederos de Duchamp, que querían depositarlo en el museo nacional de arte moderno, debieron recurrir a los jueces para recuperar la obra. De acuerdo con el fallo, la conocida como L.H.O.O.Q fue cedida al secretario general del partido y no a la persona.
Ni siquiera Picasso, cuyos carteles anunciaron durante años fiestas del PCF o de su diario, L’Humanité, en decenas de pueblos provenzales, sin que nadie sepa dónde han terminado los originales, escapó a parecidas vicisitudes.
Como Braque o Miró, entre tantos artistas famosos que firmaban litografías por docenas para las subastas que organizaba un comité regional o la popular fête de l’Humanité. Eso sí, a precios de saldo: trescientos euros de hoy se pagaba un Picasso, según aseguró un experto al suplemento M de Le Monde que dedicó un artículo al tema.
Para regalar obra, era necesario insistir. “El arte socialista debe serlo en su contenido pero también en su forma”, establecía el dogma. En 1953, a la muerte de Stalin, Les Lettres françaises, la revista dirigida por Aragon, rinde homenaje al padrecito de los pueblos con un retrato de Picasso. El escándalo es un fantasma que recorre Europa, de Moscú a París. En un consenso que sólo pueden imaginar quienes vivieron la dictadura intelectual de la época, los pintores oficiales califican el retrato de profanación. Picasso es acusado de agredir al muerto. Y Aragon incurre en el deporte del partido, la autocrítica, “El artista puede inventar flores, cabras, toros
RETRATO ‘DE PROFANACIÓN’ Tratándose de Stalin la inventiva, “aun cuando el inventor sea Picasso”, era inferior a la realidad
EL DINERO NO IMPORTABA “El partido jamás se propuso constituir un patrimonio”, asume un delegado del actual PCF
e incluso hombres y mujeres, pero a nuestro Stalin no se lo puede inventar porque tratándose de Stalin la inventiva, aun cuando el inventor se llama Picasso, es inferior a la realidad. Y en consecuencia es infiel”.
Un feligrés más avispado que otros aprovechó el anatema para quedarse el original del retrato, que ha desaparecido.
Testimonio artístico de una gloria pasada, en la plaza del Colonel Fabien, de París, majestuosa, la sede del PCF exhibe sus líneas, diseñadas –gratis, naturalmente– por el brasileño Niemeyer. El edificio fue financiado por los militantes.
“Las obras de artistas fueron dilapidadas, vendidas, regaladas, perdidas. El Partido no se propuso jamás constituir un patrimonio”, reconoce el actual delegado nacional de cultura del PCF. Una razón de época es la que aporta el pintor Ernest Pignon-Ernest: “Entonces, nadie pensaba en el dinero”.