El ángel de los Wilson
Albert S. subió a la moto a un canadiense y recorrió la ciudad de hospital en hospital buscando a una de las víctimas del atentado
Ya es uno más de la familia Wilson. Albert S. cada tarde visita a Valerie Wilson, que está ingresada en el hospital Germans Trias i Pujol desde el pasado jueves por la tarde. “Es un ángel”, dice Fiona, la hija de Valerie y de Ian Moore Wilson, el canadiense de 78 años que murió el fatídico 17 de agosto en la Rambla. “Si hay algún ángel son los médicos y los servicios de emergencias de la ciudad”, responde Albert con humildad y sin dar su apellido para mantenerse en el anonimato. Es uno de los tantos héroes anónimos de la calle que hicieron más llevadera la tragedia con su solidaridad.
Albert regresaba a casa seis horas después del atentado, tras pasarse la tarde encerrado en un local del Gòtic. El miedo y la incertidumbre reinaban todavía en la calle pero cuando vio a un hombre desesperado en la Gran Via buscando un taxi no se lo pensó dos veces. Le dijo que quería ir al hospital Germans Trias i Pujol, donde le habían dicho que estaba ingresada su exsuegra pero no daba con la manera de llegar. Le ofreció un casco y lo subió hasta que encontraran algún coche con la luz verde. Robert Bates y Albert recorrieron la Gran Via, más silenciosa que nunca, sin cruzarse con ningún taxi. Así que Albert le propuso acercarlo
La hija de Ian Moore Wilson agradece la implicación del motorista anónimo que visita a diario a Valerie
hasta el centro sanitario de Badalona. Una vez allí ejerció de intérprete y ayudó a Robert a entenderse con el personal médico.
La alegría de encontrar a Valerie ingresada en el hospital hizo más clamorosa la ausencia de Ian. Su nombre no figuraba en ninguna lista de heridos, así que Albert volvió a subirse a la moto con Robert detrás y se pasaron la noche recorriendo Barcelona de hospital en hospital. Primero fueron al del Mar, luego al de Sant Pau, siguieron con el Clínic y acabaron en el hotel Avenida Palace, donde estaba instalado un servicio de atención a las víctimas. En ningún sitio sabían nada de Ian. La búsqueda la dieron por finalizada cuando ya casi salía el sol.
Acabaron en la Rambla, unas doce horas después del ataque terrorista. Albert dejó a Robert en el apartamento en el que se alojaban al final del paseo, muy cerca de Colón, y no se puede quitar de la cabeza la imagen del lugar totalmente vacío. Nunca había visto así la Rambla y, de hecho, aún no se ha atrevido a regresar.
Fiona, la hija de Ian y Valerie, llegó tan pronto como pudo desde Canadá. Estaba trabajando en las oficinas de la policía de Vancouver cuando se produjo el atentado y se temió lo peor. Sabía que sus padres, su hijo y su exmarido estaban en Barcelona, alojados en la Rambla, ese punto que ella prácticamente desconocía pero que la barbarie terrorista decidió poner en el mapa del terror. Al llegar a Barcelona le confirmaron la mala noticia: su padre, Ian Moore Wilson, había muerto en el atentado cuando paseaba por la Rambla con su mujer de camino al apartamento en el que debían encontrarse con Robert y su nieto, Duncan Bates, que habían preferido pasar el día en la playa.
“La muerte de mi padre fue muy desafortunada pero siento la alegría de que el resto están bien”, se consuela Fiona, eternamente agradecida a Albert. “Cuando mis padres estaban heridos hubo gente que puso su vida en peligro para ayudar al resto –dice Fiona–, en la dureza de esta tragedia hemos visto extraordinarios actos de bondad de la ciudadanía, mi padre querría que nos centráramos en ello”. Es la razón por la que atiende a La Vanguardia, para hacer público el agradecimiento a los Mossos, el personal sanitario, el cuerpo diplomático canadiense... La cónsul de Canadá en Barcelona, Kathryn Burkell, les atiende personalmente desde el primer día y les está brindando todo el apoyo logístico que necesitan. A los Wilson les ha sorprendido el alto nivel de la sanidad pública en España y prefieren instalarse aquí todo el tiempo que Valerie necesite hasta recuperarse en lugar de trasladarla a un hospital canadiense.
Fiona enseña fotos de su padre en el teléfono móvil y se le dibuja una leve sonrisa que no esconde el dolor del trance por el que está pasando. Muestran momentos felices en Canadá de la pareja que ha pasado 53 años juntos. “Se querían mucho el uno al otro, cuando estaban juntos siempre se acariciaban y se daban la mano”, recuerda Fiona. Las fotos lo demuestran. Skigh, la actual pareja de Fiona, le pasa el brazo por detrás continuamente para darle fuerza. Como hacían sus padres.
“En la dureza de la tragedia hemos visto extraordinarios actos de bondad de los barceloneses”