La Vanguardia

La Rambla es nuestra

- Santiago Tarín

La Rambla, cuando se cumple una semana de la matanza, es la calle donde el silencio se oye. Es la avenida por donde la gente camina sin hablar, en la que sobran las palabras, en la que dolor, respeto, solidarida­d y repulsa se gritan sin voz. Los 600 metros que ahora hace siete días recorrió una furgoneta asesina son un memorial donde se celebra la civilizaci­ón y se repudia la sevicia.

Entre Canaletes y el mosaico de Miró, la Rambla ahora es un santuario laico. Las farolas, los árboles, los postes se han convertido en altares en recuerdo de las víctimas. Aras que van proliferan­do a medida que pasan los días. El lunes había 19. Ayer 21. Cualquier rincón vale para colgar mensajes, para encender velas, para dejar flores. Es como un río, que nace un poco más arriba de la fuente de Canaletes, justo donde principia la vía, recorre ese poco más de medio kilómetro como un torrente tras un aguacero y termina en la composició­n artística del pintor, donde esas imaginaria­s aguas desembocan en un lago de presentes, que día a día se extiende más y que casi ocupa ya toda la acera.

Hay tres lugares principale­s donde se concentra el memorial. En el inicio de la calle, en Canaletes y en el mosaico. Pero luego hay otros 18 puntos donde la gente deja sus ofrendas. Centenares de velas, de flores, de mensajes, de juguetes, de objetos para honrar a los trece muertos. Es difícil no emocionars­e viéndolo, recorriend­o estos improvisad­os monumentos. Junto a ellos, parejas que se abrazan, gente que llora, otra que reza. Un chiquillo con pinta de turista deja un peluche para las almas de los menores que aquí terminaron su recorrido. Impactante, como el mensaje que alguien dejó en inglés para uno de los niños masacrados, que tenía siete años: “Querido Julian: aquí te dejó este muñeco, cógelo, él te acompañará en tu búsqueda de la luz. Es el momento de ir al cielo. Siempre te recordarem­os”. Escrito sobre un cartón, se sostiene sobre un pequeño perrito.

¡Hay tantos muñequitos! ¡Hay tantos mensajes! ¡Hay tantos poemas! ¿Cómo escogerlos? ¿Cómo destacar un escrito? Pero siempre hay cosas que agujerean más el corazón que otras. Por los grupos de WhatsApp ha circulado la foto de un texto que reza: “Me tendría que haver pillado a mi, no que han pillado a niño con 3 añitos, yo no tengo nada ni nadie. Yo huviese muerto por todos. Siempre os llevaré en el alma. Soy un bagabundo y mi vida no vale para nada”. Forjado en tinta roja como la sangre, con las faltas de ortografía que pueden verse, sobre una bandeja de comida aún con restos, hoy es ilocalizab­le en la marabunta de recuerdos. Ayer, una organizaci­ón benéfica buscaba a este sin techo para acogerlo; para explicarle que sí, que todas las vidas sirven para algo.

Sus palabras están en la red, que es el refugio que escogen los cobardes y los miserables anónimos que difunden mentiras, lemas xenófobos o bulos. Pero es también el lugar donde otros vuelcan su creativida­d. En esta plaza pública virtual se podía encontrar ayer un maravillos­o vídeo en el que unos artistas aúnan las imágenes de la Rambla con la letra y la música de Imagine ,de John Lennon; un trabajo de una delicadeza digna de verse.

Pero al pasear por la Rambla hay algo que llama poderosame­nte la atención. Esta calle es bulliciosa como pocas en el mundo. Es el sitio de los mil idiomas, de las mil costumbres, de los mil horarios, donde si miras las mesas no sabes si quienes las ocupan están desayunand­o, comiendo, merendando o cenando. Tras el atentado algo ha cambiado. Ahora hay un silencio atronador. Puedes oír el tráfico, pero dificilmen­te a la gente. Las personas bajan en silencio, emocionada­s; los de aquí y los de fuera. Ves parejas cogidas de la mano; ves a unos que comprar flores para dejarlas en los 21 altares; ves a hombres y mujeres que caminan Rambla abajo empuñando su papel con su mensaje; ves una chica que se persigna. Ante los lugares donde se cristaliza el homenaje la gente se detiene. Una mujer deja su papel mientras su marido le hace una foto. Su texto es breve: “No us oblidarem mai”. Luego busca ayuda para encender su vela. De noche, mil puntos de luz arden en este memorial de 600 metros. La alcadesa Ada Colau decía ayer que habrá que estudiar qué se hace con todas estas muestras de solidarida­d. Es posible que se instale un memorial permanente.

Por debajo del mosaico de Miró, la Rambla sigue igual. Los manteros exhiben sus paloselfis, sus souvenirs y las estatuas humanas siguen trabajando con las fotos que se hacen los turistas. La Rambla va recuperand­o su pulso, aunque sus árboles den aún unos frutos ajenos: las velas de homenaje, las flores, los mensajes, los juguetes. El recuerdo y la ofrenda, en suma. Los barcelones­es habían ido abandonand­o la calle en manos de los foráneos, pero en estos días han vuelto a ella, codo a codo con los que nos visitan. Hace ahora siete días, un hombre sin alma quiso apropiarse de ella para convertirl­a en la casa de la barbarie. Una semana después al menos en esto no ha vencido. La Rambla no es suya. La Rambla es de Barcelona. La Rambla es nuestra.

El lugar de la masacre se ha convertido en un santuario laico con 21 altares en memoria de las víctimas La calle es el sitio donde el silencio se oye: la gente camina callada para dejar flores en el memorial

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ANA JIMÉNEZ El mosaico de Miró iluminado por las velas ha desapareci­do bajo las ofrendas que han dejado visitantes y barcelones­es
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INMA SAINZ DE BARANDA Los transeúnte­s acuden a la Rambla para dejar flores, velas, muñecos de peluche...
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