La súbita popularidad de Fernand Léger
El Centro Pompidou de Metz dedica una gran retrospectiva a cinco décadas de trabajo del artista francés
Seiscientas camisetas ilustradas por una tatuada ciclista, de Fernand Léger (1881-1955), fueron vendidas –20 euros– en las tiendas de la unión de museos nacionales, durante el Tour de France. Una popularidad ratificada en la retrospectiva –cinco décadas de su trabajo– del Centro Pompidou de Metz. Y a 40 kilómetros de allí, en Briey-en-forêt, la Cité radieuse de
Le Corbusier acoge Le Corbusier et Léger,
visions polychromes porque Léger, aprendiz de arquitecto a sus 16 años, tuvo estrecha relación con Le Corbusier.
También con el cine de vanguardia: escenógrafo y cartelista con Abel Gance y Marcel L’Herbier, compartió la dirección de Ballet Mécanique (1924) con Dudley Murphy. Y le interesaban música, ballet, poesía. Porque “la belleza está en todas partes”, escribió en 1923. Y así se llama (Le
Beau est partout) la exposición de Metz, para confirmar que “a los ojos de Léger, la mirada es libre y rechaza cualquier academicismo, jerarquía o catálogo que separen las bellas artes de lo cotidiano”. Para Léger la modernidad fue una religión. “La existencia de un creador moderno –escribe en 1914– es mucho más condensada, más complicada, que la de sus antecesores. El hombre moderno registra cien veces más impresiones que el artista del siglo XVIII. De ahí la condensación del cuadro moderno, su variedad, la ruptura de la forma”.
En 1922 Léger colabora con los Ballets Suecos y Arthur Honegger en Skating Rink, porque “la danza es una manera más de insuflar dinamismo en la pintura”. Un año después, con Darius Milhaud y Blaise Cendrars monta La Création du monde, del que la exposición de Metz exhibe una reconstitución reciente. Y si su filme de 1924 acumula máquinas filmadas en primer plano, igual que caras y ojos de los actores, nada de todo esto es anecdótico. Lo demuestran las más de 60 obras de Metz, que desde el cubismo en los años cincuenta brindan la panorámica de una especie de línea clara de la vanguardia. Los humanos de Léger representan oficios : piloto de remolcador, tipógrafo, mecánico, albañil de una construcción metálica. Las mujeres –en eso también es de su época–, son bañistas, ciclistas, enamoradas.
Abstracción que figura, sus piñones, cadenas, tuercas, discos, tubos, postes eléctricos, transparentan técnica y tecnología. Es el entorno sensorial de Léger, como el río y los árboles lo fueran de los impresionistas. Por eso para el crítico Philippe Dagen, “su estilo es intrínsecamente moderno, más que los experimentos visuales de Matisse, sensibles y subjetivos, y que las invenciones desgarradoras de Picasso”.
“Las manos del obrero son visibles en todo el mundo”, dejó escrito Léger. Compromiso político (el catálogo tiene un capítulo Fernand Léger y el Partido Comunista Francés) del “hijo de un ganadero de vacas normandas, nacido el mismo año que Picasso, pero que no estaba predestinado a entrar en la historia como figura mayor de la vanguardia”, según Ariane Coulondre, comisaria de la exposición.
En 1912, su La noce, expuesto en Metz, conmueve el salón de los independientes. Y no por tratarse de un cuadro cubista sino por su cubismo personal, con colores que distan de los grises de Braque y Picasso. También visible en Metz, La partie de
cartes (1917), expuesto al regresar de tres años en el frente, clausura su cubismo con una visión robótica del ejército y la vida en trincheras e inaugura sus búsquedas sobre la estética mecánica e industrial.
Difícil de seguir para la Francia oficial –el Estado le compra un primer cuadro en 1936 y hasta 1949 no le hace retrospectiva–, regresa de su exilio americano, tras la Segunda Guerra, aureolado de celebridad. Francia le acoge “como a un clásico de la modernidad. Pero reducido a imágenes lisas, inscritas en la cultura visual popular”, explica Coulondre, para quien “su presencia en el panteón moderno es menos identificable que la de Matisse, Picasso o Duchamp”. ¿La razón? “Porque su figura resiste a las categorías”.
Para Léger la modernidad fue una religión. “La existencia de un creador moderno –escribe en 1914– es mucho más condensada y compleja que la de sus antecesores. Registra cien veces más impresiones que el artista del siglo XVIII”