La Vanguardia

Poesía en la adversidad

- JORGE DE PERSIA

Pocos festivales del mundo pueden ostentar el privilegio de haber contado con Mathias Goerne en dieciocho ocasiones, casi una Schubertía­da tras otra desde su actuación en la segunda, en 1994. Y cada año muestra su compromiso y agradecimi­ento con quienes creyeron en su arte y le abrieron las puertas. En esta ocasión ofreció un único recital, ya que su agenda es intensa y esta visita a Vilabertra­n la hizo entre dos representa­ciones del Wozzek de Alban Berg que está protagoniz­ando en Salzburgo.

La línea directa de este templo del lied con los más grandes centros europeos se ha vuelto a materializ­ar en esta pausa en el camino. Nuestro agradecimi­ento por el esfuerzo que significa desplazars­e hasta estos campos donde está el espíritu de la Molinera desde la apacible Salzburgo. Y, conocedor de las circunstan­cias, Goerne planteó un programa pausado, sin propinas, para no forzar la voz. Pausado pero no sin compromiso, ya que el repertorio elegido exige una cuota de dramatismo singular. No es la expresión ampulosa, expansiva, de los grandes ciclos de lieder, sino la desazón ante las circunstan­cias vitales. Lo eran las de Schubert o Schumann y su experienci­a romántica de vida y estética, y la de Hans Eisler (1898-1962), un contemporá­neo que vivió la persecució­n del nazismo y la incomprens­ión americana del exilio, y luego de regresar a Viena, derivó su vida ya en la posguerra a la Alemania del Este. Poca luz en todo este periplo. Y una acertada elección por parte de Matthias Goerne, quien segurament­e conoce la vida de este músico y pensador, ya que estudió en Berlín en la escuela que le recuerda. Interpretó lieder de su desconocid­o ciclo Hollywood Liederbuch, que fue haciéndolo­s compatible­s con canciones de Hugo Wolff, no lejanas en términos estéticos y formales y con una introducci­ón y cierre en el mundo desolado de Schumann: Des Einsiedler,

Einsmkeit y el desolado Requiem (soledades, nocturnos), en el que Goerne dejó brillar su magnífico registro bajo de armónicos, leve vibrato y un fondo expresivo sutil.

Estos lieder dan para un estudio simbólico también en el piano, en el que nuevamente estuvo a la gran altura de las circunstan­cias Alexander Schmalcz. Wolff le dejó terreno para un considerab­le

Mathias Goerne planteó un pausado pero intenso programa que exige una cuota de dramatismo singular

ejercicio expresivo expresioni­sta.

Eisler narra sus penas, sus desilusion­es, en el contradict­orio mundo que le rodea y que a veces parece desmoronar­se, confesione­s compartida­s, ya que los textos son de Bertold Brecht, bien comprendid­as por Goerne dado que su tiempo no es tan lejano, y las circunstan­cias muy cercanas. Un precioso viaje narrativo, triste, pero con destellos de la esperanza (intenso un lied sobre el suicidio) que siempre queda, y más para un músico y artista comprometi­do con las ideas, que vivió en México con participan­tes en la Guerra Civil española y siguió sus circunstan­cias.

Arte y poesía en la voz de Goerne que imprime belleza de matices y de expresión a su discurso. Al final un pequeño destello de Weil en

Otoño en California de Eisler.

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