Sobre superávits y déficits
Desde hace unos años cada verano el FMI publica un informe sobre el sector exterior que examina los desequilibrios en las cuentas exteriores de los diversos países de la economía mundial. Naturalmente forma parte de la vida económica de los países –como la de las familias y las empresas– tener épocas en que justificadamente se incurre en déficits (por ejemplo, para aprovechar oportunidades de inversión que sólo el ahorro local no podría financiar), así como situaciones de superávit (países con un elevado envejecimiento que ahorran para el futuro). Pero desde los años previos a la crisis fue evidente que algunas de las situaciones de desequilibrio habían ido más allá de lo razonable, convirtiéndose en fuente al tiempo que síntoma de delicados problemas.
Antes de la crisis, un llamativo rasgo de los desequilibrios era que los principales países deficitarios eran algunos de los avanzados, con Estados Unidos y el sur de Europa en posiciones destacadas, mientras que los superavitarios estaban encabezados por China. El ascenso de la potencia asiática al liderazgo de ese ranking fue uno de los aspectos económicos y geopolíticos más relevantes de la época. Tras la crisis, el G-20 hizo suya la recomendación de buscar un crecimiento más equilibrado, con medidas de ajuste en los deficitarios y de expansión en los superavitarios. Muchos de los deficitarios hicimos lo sugerido/impuesto, de modo que con los datos recientes, España – que en el 2006 era el segundo tras Estados Unidos en el ranking de deficitarios – ocupaba en el 2016 el 12.º lugar entre los superavitarios. Entre estos, China ha reducido su enorme saldo, como resultado de su cambio de orientación hacia más peso de la demanda interna. Pero el informe del FMI 2017 señala como principal centro de polémica los persistentes y a menudo crecientes superávits de algunos países avanzados, entre ellos una Alemania que ha superado a China en el ranking de superavitarios, con Holanda, Suiza, Corea o Suecia en posiciones asimismo similares. Llama la atención también cómo el conjunto de la eurozona ha ascendido –por el aumento del saldo positivo de los países tradicionalmente con superávit y la gran corrección de algunos de los anteriores deficitarios, como Italia o España– casi a lo más alto del ranking de las áreas con superávit a escala mundial, algo que, escondiendo severas asimetrías internas, merece atención económica y geopolítica.
Podrá pensarse, con buena parte de razón, que los superávits son indicadores de buena competitividad y merecen elogio. Pero asimismo es cierto que los superávits de unos son la contrapartida de los déficits de otros, por lo que las necesarias medidas que adoptar en cada país es positivo que se hagan en un marco de coordinación para evitar que cada uno haga la guerra por su cuenta y pueda (volver a) ser ineficiente o contraproducente a escala global.
No pasa la cooperación internacional por sus mejores momentos, por lo que es oportuno el recordatorio.
La reducción de déficits debe hacerse de forma coordinada para evitar que cada uno haga la guerra por su cuenta