Macron choca en el este
Su gira por tres países para cambiar el régimen laboral crea conflicto diplomático
El primer ministro francés no ha encontrado la respuesta que esperaba en su gira por el este de Europa, donde ha intentado sin éxito vender una propuesta para limitar el acceso de sus ciudadanos al mercado labora de los países ricos.
Ingreso medio anual en Alemania y Francia: alrededor de 20.000 euros. En Polonia, Eslovaquia, Hungría, repúblicas bálticas, etcétera: por debajo de los 5.000. A partir de aquí, el embrollo de los trabajadores desplazados: ciudadanos de la Unión Europea, del Este y del Sur, que trabajan temporalmente en los países más ricos por la mitad o la tercera parte del sueldo de sus colegas locales, rompiendo los estándares sociales de estos y fomentando el resentimiento y el soberanismo euroescéptico.
Emmanuel Macron, que tiene mucho soberanismo y unos 300.000 de esos trabajadores desplazados en casa, se ha metido esta semana en ese avispero: una gira de tres días ayer concluida por Austria –donde se reunió con los presidentes de Chequia y Eslovaquia–, Rumania y Bulgaria, para vender su propuesta de restringir a 12 meses en un periodo de dos años ese derecho de trabajar en la Europa más rica. Los presidentes checo y eslovaco han sido comprensivos, el rumano y el búlgaro algo más ambiguos, pero ha sido Beata Szydlo, la jefa de Gobierno de Polonia, país, como Hungría, excluido de la gira por imposible, quien ha confirmado que su país no tiene la menor intención de renunciar a una de las contadas ventajas de su pertenencia a una UE tan manifiestamente desigual en salarios, nivel de vida y prestaciones.
Polacos y húngaros han visto en la gira de Macron un intento de dividir al grupo de Visegrado, que representa la grieta oriental de la UE, que tiene otras en el Reino Unido (ya consumada), en la Europa del Sur y por supuesto en su misma matriz, el eje franco-alemán.
Macron, que es el único líder europeo que parece creer que el asunto tiene solución, propone cambios, e incluso sueña con un cambio de actitud general de Alemania, gran beneficiaria del actual estado de cosas, respondió ayer con una brutal y nada improvisada reprimenda a Polonia, país, dijo, “que se ha colocado al margen de la historia, del presente y futuro de Europa”, “violando valores y libertades” y que “no decide el rumbo de Europa”. Macron recordó el procedimiento de sanciones iniciado por la Comisión Europea contra Polonia y dejó claro con sus palabras la voluntad de abrir una crisis diplomática con Varsovia. Por no haber sido más enérgicos antes, se ha llegado a los actuales niveles de desafío, sugirió. La jefa de Gobierno polaca calificó de “arrogantes” esas palabras, que atribuyó a la “falta de experiencia” del joven presidente francés y le instó a ”ocuparse de los asuntos de su país” en lugar de dedicarse a “romper la UE”.
La cuestión de los trabajadores desplazados, que se decidirá en octubre por un voto mayoritario, es sólo un aspecto de un embrollo bien superior que alimenta todas las brechas internas abiertas en la UE. La cuestión de fondo es la relación entre la economía global tal como se ha entendido en los últimos treinta años y el sistema de estados nacionales.
“Nuestra Europa se descompone a ojos vista, porque no hay deseo ni ambición”, dijo el jueves Macron en Bucarest. “Esta Europa se deshace porque no ve más que sus divisiones internas, debemos tener una ambición común”, dijo el presidente francés en una de las declaraciones más dramáticas que se le conocen. Pero su casi desesperado voluntarismo no cambia lo esencial: en ese choque entre la economía global y el sistema de estados nacionales que los anglosajones (Brexit, Trump) han sido los primeros en reconocer, la Unión Europea muestra una extraordinaria disfuncionalidad. En los últimos treinta años sus instituciones se construyeron como una autopista para la globalización sobre un mapa mayormente alemán. A la hora de atajar los excesos de la desregularización y el sometimiento de los estados a ella, el mecanismo no parece tener marcha atrás y alimenta todas las brechas nacionalistas y desintegradoras.
Aunque no oficialmente como el Reino Unido, Polonia ya está fuera de la UE moral y políticamente. Francia, el país central donde se decidirá la crisis, está en una situación muy engañosa que a medio y largo plazo apunta hacia la tormenta perfecta. Sin mediar sobresalto, el europeísta Macron ya ha perdido diez puntos en tres meses en el cargo, aunque aún se beneficia de una opinión expectante que le concede el beneficio de la duda.
El presidente francés es el único que hoy intenta cambios e interviene en la política de la UE