Un país de emporios
Unos pocos grupos empresariales controlan el 75% de la economía de Corea del Sur
Chaebol es el término tradicional con que se definen en Corea del Sur los grandes imperios empresariales del país. Unos conglomerados que lo han convertido en una de las economías más poderosas y dinámicas de Asia. Se trata de un vocablo que procede de la combinación de las palabras equivalentes a riqueza y clan, una mezcla que responde exactamente a lo que representan para el país: que una veintena de familias todopoderosas controlan, a través de diez chaebol, más del 75% de la economía de la cuarta potencia económica regional, tras China, Japón e India.
Se trata de una situación de reparto del país que protagonizan emporios como Samsung, Hyundai, LG, Lotte o Hangjing (al que pertenece Korean Air) que cuesta, sin embargo, de digerir por parte de la sociedad surcoreana, que lo vive de una forma contradictoria. Por una parte están orgullosos de su existencia, porque constituyen los fundamentos sobre los que se produjo el milagro económico del país en los años 60, 70 y 80 del pasado siglo y ahora transmiten al mundo entero una imagen de país moderno y económicamente poderoso. Por otro lado, sin embargo, cada vez les produce mayor resquemor. Son conscientes de que manejan un enorme poder y tienen una capacidad de influencia colosal en el Gobierno, lo que en numerosas ocasiones ha derivado en escándalos financieros y de corrupción.
Uno de los casos mas sonados de los últimos años, por la imagen de prepotencia que transmitió, fue el que protagonizó la heredera de Korean Air a finales del 2014. Cho Hyun Ah, que entonces tenía 40 años, detuvo el despegue de un avión de Nueva York a Seúl para expulsar de la nave al sobrecargo, debido a que una azafata le había servido unas nueces en una bolsita en lugar de hacerlo en un bol.
Y es que a los ciudadanos de este país, donde el salario apenas supera los 2.000 euros mensuales, les cuesta aceptar que su vida depende de estos grandes grupos. Les perturba, por ejemplo, saber que viven en un edificio construido por una compañía del grupo Samsung, que su coche es un Renault-Samsung o que van de crucero en un barco construido por los astilleros de la misma firma y están cubiertos por un seguro de vida de Samsung Life. Ello, sin tener en cuenta que sus electrodomésticos están construidos en alguna factoría de este conglomerado que representa el 20% de toda la economía de Corea del Sur.
No obstante, si uno habla con los jóvenes surcoreanos, en principio críticos con estos imperios empresariales por considerar que monopolizan demasiado la riqueza del país, la mayoría coinciden en señalar que su sueño es trabajar en un chaebol, porque supone una garantía de éxito. Y son numerosos los universitarios que se esfuerzan en preparar las pruebas de ingreso. Son conscientes de que se trata de un proceso riguroso y exhaustivo, pero saben que en este país supone la llave del éxito social. “Entrar a trabajar en Lotte, Samsung o Hyundai me supondrá asegurarme un futuro profesional brillante y mejorar mis perspectivas de matrimonio”, explicó Lee, un estudiante de la universidad Kookmin de Seúl, para justificar la atracción que producen estos grandes conglomerados empresariales en la sociedad surcoreana.
Los chaebol, sin embargo, también tienen sus detractores. Los más críticos son los responsables de numerosas pequeñas y medianas empresas que saben que su futuro está en manos de estos grandes grupos. Muchas pequeñas sociedades trabajan casi exclusivamente para ellos y sus responsables saben que deben asumir sus exigencias o pueden acabar arruinados.
Este fue el caso de Cho Seong Gu, que regentaba un pequeño y próspero negocio de software en la ciudad de Gwangju. Según explicó a la BBC, se asoció a un
chaebol para expandirse y en cuanto hubo una disputa, que se prolongó quince años, lo perdió todo: negocio, casa y familia.
Es por casos como el de Cho que cada vez hay más surcoreanos que aplauden que la justicia de su país siente en el banquillo de los acusados a los grandes magnates de Samsung o del grupo Lotte, con negocios en alimentación, bebidas, tiendas de conveniencia, ocio, así como en los sectores inmobiliario y de las finanzas, y les condene por corrupción. Consideran que ello contribuirá a disminuir su influencia en el Gobierno.
La realidad cotidiana demuestra, sin embargo, hasta qué punto es difícil que los chaebol pierdan protagonismo. El pasado abril, Lotte inauguró la Lotte World Tower, que además de ser su nueva sede se ha convertido en el edificio más alto del país. Un edificio del que están orgullosos los surcoreanos y que pone de manifiesto el poder omnímodo de los chaebol a pesar de los escándalos que puedan salpicar a sus propietarios.