La Vanguardia

Retorno imposible a la ciudad del genocidio

Son pocos los bosniacos que han vuelto a Srebrenica con la paz tras la masacre de 1995

- BORJA DÍAZ-MERRY Srebrenica. Servicio especial

Unos pocos días de julio de 1995 hicieron de Srebrenica la ciudad del genocidio, la cuna del horror en Bosnia y Herzegovin­a, la localidad en la que encontraro­n la muerte más de 8.000 hombres por el mero hecho de ser musulmanes. Los mataron los militares serbobosni­os comandados por Ratko Mladic, el general que ahora pide clemencia al Tribunal Penal Internacio­nal para la Antigua Yugoslavia (TPIY) por su delicado estado de salud y al que muchos siguen recordando como el

carnicero de los Balcanes. El genocidio no sólo dejó graves heridas en Srebrenica, imposibles de cerrar para miles de familias por la desaparici­ón de los suyos, sino que también provocó el éxodo de miles de refugiados que desde entonces no han retornado a este pequeño enclave escondido entre montañas en el este de Bosnia.

La ciudad llegó a concentrar más de 30.000 bosniacos (musulmanes bosnios) durante la guerra por el asedio de los serbobosni­os. Muchos de esos refugiados regresan durante unos días para enterrar a los familiares que perdieron en el genocidio en el funeral que cada 11 de julio rinde homenaje a las víctimas de la masacre pero pocos, muy pocos, son los que vuelven para quedarse, para retomar sus vidas.

“La primera noche cuando llegué a vivir en esta casa, en el 2002, mi vecino intentó atropellar­me con el coche”. Lo cuenta con voz calmada y semblante serio Mejra Dogaz. El genocidio le arrebató a dos de sus hijos cuando la guerra ya le había quitado a su marido y a su hijo mayor. Ella decidió volver a Srebrenica, retornar a su ciudad para volver a estar con los suyos.

“Cuando me vio mi vecino, dejó el volante para atropellar­me. Quería meterme miedo para que me fuera pero a mí ya no me asusta nada. Me voy a quedar aquí con mis hijos, con mis muertos. Quiero vivir aquí junto a ellos y aquí quiero morir”, relata Mejra, desde la casa en la que vive a menos de un kilómetro del Memorial de Potocari –el cementerio en el que yacen la mayoría de las víctimas , incluidos sus dos hijos, sepultados en el 2009–.

Primero intentó volver a su casa en Srebrenica pero lo descartó porque temía por su vida. Acabó quedándose en la vivienda que le dejó un refugiado que reside desde hace años en Suiza. Pase lo que pase, quiere quedarse en su ciudad, a pesar de que algunas cosas no hayan cambiado desde la guerra. “La vida en Srebrenica es muy dura. He vivido muchos momentos en los que la gente mala intentó matarme pero, obviamente, mi vida no es más cara que la vida de mis hijos”, señala.

Tras vivir en Tuzla y Sarajevo, Mejra regresó en el 2002 a Srebrenica y, desde que llegó a su casa actual, cada año abre sus puertas para acoger en su jardín a decenas de peregrinos que vienen al Memorial de Potocari para asistir al funeral en el que cada 11 de julio son sepultadas las víctimas del genocidio identifica­das en los doce meses anteriores.

“Hay algunas personas que han vuelto a vivir a Srebrenica. La gente vive pero no vive porque aquí no hay futuro”, explica. Asegura que vive con orgullo y que no tiene miedo. “Mis hijos murieron como unas personas dignas, que vivían tranquilam­ente y no generaban problemas. No tenían armas en sus manos. No eran criminales. Por eso, no tengo miedo de pasar por Srebrenica y mirar a todos los criminales a los ojos”, subraya.

Ante la pregunta de si cree que ha mejorado la convivenci­a entre musulmanes y serbios en Srebrenica, su semblante cambia y su voz se alza indignada. “Es imposible que mejore. ¿Cómo va a mejorar?”, sostiene, antes de relatar que hace pocos días un individuo le lanzó una pedrada a Munira Subasic, la presidenta de la asociación Madres de Srebrenica, un colectivo que lleva décadas luchando por la memoria de las víctimas. “Después de tantos años están maltratand­o a las madres otra vez. Ellos van a lo suyo y nunca van a dejar de hacerlo porque ya tienen en las manos demasiada sangre. ¿Qué pasaría si yo cojo una piedra y se la tiro a un serbio? La culpa de esto también la tiene Serbia, que se niega a reconocer el genocidio”, afirma.

Mejra se muestra indignada por el hecho de que Srebrenica esté gobernada por un serbobosni­o que niega el genocidio, Mladen Grujicic, y asegura que logró la victoria en las elecciones al Ayuntamien­to porque no se permitió que votaran los “refugiados” musulmanes que viven en Sarajevo y sí se dejó que lo hicieran serbobosni­os llegados de otros lugares y “partidario­s” de Vojislav Seselj, un político radical serbio acusado de crímenes de guerra por el TPIY. “Por Srebrenica todavía caminan los criminales de la guerra”, denuncia.

Kada Hotic recuerda con nitidez el calvario que pasó en los años del asedio serbobosni­o que precedió al genocidio y cómo escapó de la masacre en julio de 1995. Su marido no lo logró y su reloj se quedó marcando para siempre las cuatro y media de la tarde, la hora en que lo atravesó la bala que le mató. A pesar del dolor y el duelo por haber perdido a su marido, a su hijo y a dos hermanos, o quizá por ellos, Kada decidió volver a su ciudad y luchar por la memoria de las víctimas con la asociación Madres de Srebrenica.

“Ha vuelto muy, muy poca gente a Srebrenica. Sólo han vuelto las mujeres mayores que han conseguido que el Gobierno les dé la pensión por sus maridos fallecidos”, señala. Ella intentó volver a su apartament­o tras el genocidio pero no pudo porque no tenía dinero para reconstrui­rlo. Tuvo que venderlo y ahora vive a caballo entre la casa que tiene la asociación en Srebrenica y Sarajevo. “Hay muy pocos jóvenes porque aquí no hay trabajo y no tienen de qué vivir”, añade.

Son pocos los refugiados que han regresado a Srebrenica y menos aún los datos oficiales sobre esta comunidad. El Ayuntamien­to hablaba en años anteriores de varios miles de personas retornadas pero ahora, con la llegada del nuevo alcalde serbobosni­o, el consistori­o no ha respondido a La Vanguardia cuando le ha pedido una estimación de cuántos refugiados han vuelto.

“Nadie quiere decir el número exacto porque eso hace que algunos se desmoralic­en y entonces no vuelven”, opina Kada Hotic. “Serán unas 5.000 personas de los bosniacos que vivían en Srebrenica pero la región tiene muchos pueblos. Antes aquí vivían 38.000 personas”, dice.

A sus 72 años, Kada admite que para personas como ella, que reivindica­n a las víctimas y denuncian a los responsabl­es del genocidio, la situación de seguridad sigue sin ser buena porque pretenden silenciarl­es. “Hay incidentes que siguen pasando”, afirma. El problema es, a su juicio, que la región está gobernada por los mismos que causaron la matanza, los serbobosni­os. “Este territorio de República Srpska es un te-

“Me voy a quedar aquí con mis hijos, con mis muertos. Quiero vivir aquí junto a ellos y aquí quiero morir”

La mayoría de los retornados son mujeres mayores que han conseguido una pensión de viudedad

rritorio criminal, hecho con un genocidio, con un crimen legalizado por los acuerdos de paz de Dayton. Los criminales recibieron un premio en compensaci­ón por sus crímenes: la mitad del territorio de Bosnia”, argumenta.

El caso de Fadila Begic es otro claro ejemplo de las dificultad­es que afrontan los refugiados cuando vuelven a Srebrenica. Ella huyó con su familia a Alemania en la guerra y, en el 2002, regresó sola a la ciudad. Cuando llegó a su casa la encontró ocupada por “varias familias serbias” y logró que se marcharan cuando le pidió al principal cabeza de familia que se fueran porque era un funcionari­o del Ayuntamien­to y no podía seguir en ese puesto mientras ocupaba ilegalment­e su casa. Se fueron todos salvo los dos abuelos, que decidieron quedarse en una de las plantas de la vivienda. El abuelo llegó incluso a pedirle a Fadila que le pagara por arreglar los desperfect­os que ellos habían causado.

A pesar de todo, Fadila se muestra optimista en cuanto a la convivenci­a en Srebrenica porque cree que mejora por “la gente” y que “el problema es la política”. “Es una política que están haciendo para que la gente no vuelva a asentarse. Es una política en toda Bosnia. No quieren que los refugiados retornen”, concluye.

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Dos mujeres rezan ante el féretro de su familiar muerto en el Memorial de Potocari, donde cada año se conmemora el genocidio
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BORJA DIAZ-MERRY Mejra Dogaz volvió en el 2002
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BORJA DIAZ-MERRY La activista Kada Hotic
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BORJA DIAZ-MERRY

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