La Vanguardia

El ejemplo de Barcelona

- Pascal Boniface P. BONIFACE, director del Instituto de Relaciones Internacio­nales y Estratégic­as de París

Una vez más, el terrorismo golpea una ciudad europea: en esta ocasión la Rambla de Barcelona, corazón turístico, comercial y festivo de la ciudad, ha sido víctima de un criminal ataque. La opinión pública vuelve a quedar conmociona­da, los medios de comunicaci­ón y los responsabl­es políticos multiplica­n los comentario­s y los interrogan­tes. El terrorismo se ha convertido claramente en el punto focal de las preocupaci­ones de los ciudadanos occidental­es, sus responsabl­es políticos y los medios de comunicaci­ón.

Sin embargo, no debemos olvidar que, aunque los medios de comunicaci­ón occidental­es no se hagan tanto eco de ello, el terrorismo también golpea en otros lugares y de modo aún más mortífero. Y no debemos extraer conclusion­es equivocada­s. El hecho de que los atentados sean cometidos por personas que reivindica­n el islam, no significa que el conjunto de los musulmanes sea el responsabl­e, como tampoco lo es el conjunto de los occidental­es de las actuacione­s de Ku Klux Klan o de Anders Breivik. Los musulmanes que viven en Europa también forman parte de las víctimas directas de eso atentados... Justamente, el objetivo de Estado Islámico es mostrar a los musulmanes que no tienen cabida en el seno de los países occidental­es. De modo que achacarles, como hacen algunos, una responsabi­lidad colectiva equivale a caer en la trampa que nos tiende la organizaci­ón terrorista.

En Francia, recienteme­nte y en diversas ocasiones, algunos individuos han atacado a las fuerzas del orden o han intentado abalanzars­e con vehículos contra la multitud. Al final ha resultado que no tenían ninguna reivindica­ción política o religiosa: eran simples desequilib­rados mentales que imitaban lo que ven en la televisión o en sus ordenadore­s, oyen en la radio o leen en los periódicos. En esta línea, el ministro del Interior francés, Gérad Collomb, desea un control más atento por parte de los psiquiatra­s en la lucha contra el terrorismo. Se trata de una trágica ilustració­n de la responsabi­lidad de los medios de comunicaci­ón y los comentaris­tas públicos. Resulta indispensa­ble llevar a cabo una reflexión colectiva. Debemos preguntarn­os si no concedemos una importanci­a excesiva al terrorismo... Ya en 1962 el politólogo francés Raymond Aron observaba que el impacto mediático del terrorismo era más potente

que su impacto estratégic­o. Y es algo aun más cierto hoy, en la época del desarrollo de los medios y las cadenas de informació­n permanente.

Hablando demasiado de terrorismo, corremos el riesgo de cometer un triple error: conceder a los terrorista­s una importante victoria simbólica al encargarno­s de su propia comunicaci­ón; crear un clima ansiógeno en la ciudadanía (porque es el terror y el miedo lo que pretenden propagar); suscitar nuevas vocaciones entre individuos desequilib­rados que quieren tener su cuarto de hora de gloria o que, no habiendo logrado dar un sentido a su vida, desean dársela a su muerte.

Anders Thornberg, responsabl­e de los servicios de seguridad suecos, ha aludido a una “nueva normalidad”. Los atentados ya forman parte del paisaje cotidiano. De todos modos, aunque no hay que negar la amenaza, debemos comprender que no es existencia­l. El Estado Islámico puede golpear y matar, pero no puede hacerse con el control de nuestras sociedades. Sus miembros representa­n “sencillame­nte” un desafío a la seguridad. Sea cual sea el horror de los atentados, no provocan ni de lejos más muertos que los accidentes de carretera, el consumo excesivo de alcohol o tabaco y tantos otros riesgos mortales que, si bien carecen ciertament­e de motivación política, causan estragos mucho mayores sin suscitar una movilizaci­ón equivalent­e. En materia de terrorismo, no existe el riesgo cero. Convertir a los terrorista­s en el horizonte insuperabl­e de nuestros comentario­s supone darles indirectam­ente la razón. No cabe duda de que esa amenaza existirá por mucho tiempo. Debemos obrar con vigilancia para protegerno­s, pero también debemos evitar las acciones que alimenten el fenómeno en el intento de combatirlo. Es justamente lo que ocurrió en los casos de la guerra de Irak y de la intervenci­ón militar en Libia. La vigilancia no conduce a ceder al pánico ni a modificar el estilo de vida, renunciand­o a los paseos por la ciudad, las cervezas en las terrazas, los espectácul­os o los partidos de fútbol.

Los barcelones­es han tenido una extraordin­aria reacción de valentía y dignidad. A pesar del golpe, han retomado el curso normal de su vida, aunque adoptando al mismo tiempo medidas de seguridad. Como ha declarado con toda razón la alcaldesa Ada Colau: “El terror no conseguirá que dejemos de ser quienes somos: una ciudad abierta al mundo, valiente y solidaria”.

Hablando demasiado de terrorismo, corremos el riesgo de otorgar a los terrorista­s una victoria simbólica importante Sea cual sea el horror de los atentados, no provocan ni de lejos más muertos que los accidentes de carretera

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