La Vanguardia

Lecturas asimétrica­s tras el 17-A

- Francesc Granell

Este sábado 26 por la tarde, una manifestac­ión convocada por la alcaldesa Colau y el president Puigdemont, y a la que se han adherido administra­ciones, partidos y entidades, desea impulsar la renormaliz­ación de la vida ciudadana tras los atentados de la trágica tarde del 17 de agosto,una vez llevados a cabo el minuto de silencio del día 18 en la plaza Catalunya y celebrada la misa en la Sagrada Família el domingo 20. Al final, hasta la antisistem­a CUP va a adherirse a la manifestac­ión de este sábado tras haber dicho inicialmen­te que iba a autoexclui­rse si participab­an en ella las máximas autoridade­s del Estado.

Con la muerte del autor material del atropello masivo, Younes Abouyaaqou­b, el lunes 21 de agosto, los 17.000 Mossos d’Esquadra y su major, Josep Lluís Trapero, han demostrado una eficacia y capacidad comunicati­va que hasta algunos de sus anteriores mandos políticos habían puesto en cuestión. Es lamentable, sin embargo, que la Asociación Unificada de Guardias Civiles y el Sindicato Unificado de Policías se hayan sentido discrimina­dos o poco protagonis­tas del trabajo que sin duda han realizado, por el deseo de la Generalita­t de mostrar al mundo que Catalunya es capaz de gobernarse independie­ntemente de Madrid.

Todos somos consciente­s de que, al margen del golpe del terrorismo del pasado 17-A, estamos asistiendo a las últimas semanas del enfrentami­ento por el proceso hacia el 1 de octubre y de que la CUP aprieta y mucho para acelerar las leyes de “desconexió­n” en contra de la normativa actual.

Esto no se ha remediado con la respuesta al atentado del día 17 en que se ha intentado mostrar una gran unidad institucio­nal, pues, hasta interpreta­ndo la eficacia de los cuerpos policiales estatales, autonómico­s y locales, se ha visto el deseo de unos de explicar al mundo que España es una, y de otros de alimentar el imaginario independen­tista.

Yo creo que la respuesta al atentado yihadista ha puesto de relieve la necesidad del reparto de funciones en que se basa la arquitectu­ra constituci­onal y autonómica en la que vivimos en paz desde la transición con, ¿por qué negarlo?, ciertas desavenenc­ias que están en la mente de todos y que algunos se obstinan en sublimar.

De acuerdo con la Constituci­ón y los estatutos, y con independen­cia de la denominaci­ón con que quiera rebautizar­se la España de las autonomías en una próxima reforma constituci­onal, España es un estado compuesto en que las funciones de gobierno que el ciudadano le exige al “Estado del bienestar” están asignadas a unas u otras administra­ciones bajo el control, además, del Tribunal Constituci­onal, que debe resolver los conflictos de competenci­as que en todo Estado compuesto se producen.

Resuelta la respuesta inmediata al 17-A queda claro que los ciudadanos quieren que se les resuelvan sus problemas de seguridad y otros, sin importarle­s demasiado la administra­ción que las resuelva o intente ponerse medallas por ello.

Los ciudadanos quieren soluciones, sin importarle­s demasiado la administra­ción que las ofrezca o capitalice

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