La prudencia de los bancos centrales
LOS responsables de los bancos centrales de todo el mundo se reúnen anualmente en Jackson Hole, en el estado de Wyoming, para compartir experiencias y preocupaciones. La reunión de este año, que empezó el jueves y se clausura hoy, tiene la particularidad de la asistencia del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi –no estuvo los dos últimos años–. Su presencia, junto a su homónima estadounidense, Janet Yellen, ha provocado un considerable aumento de las expectativas de bancos e inversores con respecto a sus declaraciones sobre el futuro inmediato de la política monetaria y su efectividad.
Sin embargo, Draghi y Yellen se han mostrado muy prudentes, como no podía ser de otra manera. Con sus particularidades, tanto la zona euro como Estados Unidos están viviendo una situación económica similar. Con crecimientos alrededor del 2% y la inflación muy por debajo del objetivo del 2%, ambos banqueros se muestran muy cautos a la hora de desvelar cuáles serán sus cartas en un futuro inmediato. La baja inflación, seguramente propiciada por factores estructurales -demográficos y tecnológicos–, mantiene de hecho a ambos bancos centrales con un margen de actuación muy pequeño respecto a la política monetaria de manual.
Uno de los principales problemas para Mario Draghi es la fortaleza del euro. La divisa europea se encuentra en una fase expansiva, por encima de 1,18 dólares, al mismo tiempo que, a causa del Brexit, el euro se acerca por vez primera en la historia a la paridad con la libra. La apreciación ha sido del 13,5% desde enero de este año y el BCE se ha mostrado muy preocupado por sus efectos en las exportaciones, por la pérdida de competitividad y porque de perdurar puede ser un freno al crecimiento. El otro elemento de preocupación para Draghi es la baja inflación, que se mantiene a pesar del crecimiento de la zona euro. Por esta razón, Draghi tampoco tiene prisa en retirar los estímulos a la economía con la compra de deuda pública, que recientemente ya rebajó de los 80.000 a los 60.000 millones mensuales, y se limita a pedir apertura de miras a sus colegas ante los cambios en la economía. El riesgo de perjudicar el fuerte crecimiento de la zona euro le obliga a la prudencia.
En el caso de la Reserva Federal, Janet Yellen tampoco quiere aventurarse a poner en riesgo el crecimiento económico, aunque este año ha subido los tipos en dos ocasiones, marzo y junio pasados. Pero la depreciación del dólar, especialmente desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, obliga a ser muy cautos. En cambio, Yellen puede echar mano de una reducción –mesurada y muy estudiada– del balance de la Reserva Federal, que es de 4,5 billones de dólares –se ha multiplicado por cinco desde el estallido de la crisis–. De tal forma que las desinversiones que se produzcan –se habla de unos 0,6 billones de dólares como mínimo– puedan sustituir de alguna manera el encarecimiento del dinero y actúen como acicate para fortalecer la divisa norteamericana.
En el resort de Jackson Hole, en un resguardado valle de las Rocosas, también se ha hablado de los desafíos a medio plazo, con una economía que crece de forma continuada pero moderada. Pero también con un crecimiento de empleo que no se traduce en un aumento de los salarios, lo que explica en parte la resistencia de los precios a subir en los últimos años. Una contención en los salarios que es, probablemente, resultado tanto de una gran oferta de mano de obra como de los efectos de la tecnología (en particular la robótica) en el empleo.