En la memoria, las llaves de las casetas
Marc Fonollà no puede evitar asociar rostros a números; los de las casetas que en La Donzella alquilaban por día o por temporada a clientes de toda la vida que venían a bañarse a la playa. Desde niño, él echaba una mano controlando las llaves. Por eso recuerda que Pere Bot, el pescadero del mercado que hasta los 90 años acercaba a La Donzella los sacos de mejillones, siempre fue el 1; Paco Sánchez, que a sus 85 sigue visitándolos cada día, siempre será el 82, Quico Rodríguez, el 62.
El establecimiento que acaba de remodelar, a pie de playa, lo regentó un tío abuelo suyo que murió sin descendencia y que lo pasó a su padre y a sus tíos. Las paellas marineras se despachaban a un ritmo de vértigo en el local de la parte superior, que la familia llevó hasta hace 20 años. Sus primos se ocuparon hasta hace muy poco del chiringuito cuya concesión Marc Fonollà espera formalizar muy pronto. Él, que de niño atendía con el abuelo a los bañistas y ese trajín de llaves de las casetas, ahora prepara la renovación del restaurante de arriba, La Donzella de la Costa. Mientras, a pie de arena, ha arrancado este verano con una carta sencilla en la que ha recuperado el viejo arroz a la marinera y algunos fritos y sopas frías o ensaladas. Arriba, cuenta, “será una cocina más elaborada y queremos recuperar viejos platos, como la zarzuela de pescado, una de las especialidades de mi madre”.