La Vanguardia

Otoño caliente

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La expresión otoño caliente está sacada del italiano autunno caldo para referirse al largo periodo de huelgas obreras en la industria del norte de Italia en los años 1969 y 1970. El

autunno caldo empezó como una reclamació­n salarial que saltó de las fábricas a la calle y radicalizó a una generación de estudiante­s. Fue el prólogo de un largo periodo de inestabili­dad política y de confrontac­ión violenta entre el izquierdis­mo y el Estado conocido como los años de plomo, otra expresión redonda de los italianos.

Estos días se ha vuelto a hablar de otoño caliente. La huelga de los empleados de Eulen en El Prat, el laudo del Gobierno y el temor a una extensión de los conflictos a otros aeropuerto­s explican el recurso al término. Como contexto, los efectos de la reforma laboral en importante­s áreas de los servicios públicos, que han experiment­ado en la última década un acelerado proceso de externaliz­ación. Con ello, las grandes empresas (y la administra­ción) han mejorado sus balances, pero las condicione­s laborales se han deteriorad­o.

No todos los periodos expansivos son iguales. En la década de los 2000 la construcci­ón creaba empleo poco cualificad­o que podía pagarse a 3.000 e incluso a 4.000 euros con horas extras (y así acabó la fiesta, cierto…) El empleo que crea ahora el turismo, motor de la actual recuperaci­ón, está en el mejor de los casos en el umbral de los mil euros. En el manual tradiciona­l del management, muchos de esos puestos de trabajo eran concebidos como provisiona­les en la vida de una persona. Empleos por los cuales la gente pasaba a la espera de un trabajo mejor. Porque son extremadam­ente rutinarios, por la difícil conciliaci­ón de los turnos de trabajo, por el salario… El problema es que para mucha gente se han convertido en definitivo­s, porque a la economía le cuesta crear mejores empleos.

Está esa percepción. Y está la constataci­ón de que los salarios no se han recuperado de la anemia en la que entraron en los años de austeridad. Son las dos grandes razones que argumentan los sindicatos para prevenir del malestar que viene. ¿Significa eso que vamos hacia un otoño caliente?

La respuesta es afirmativa si de lo que se está hablando es de los servicios públicos. Porque la modificaci­ón de las condicione­s en esos sectores ha sido radical en muy pocos años. Y porque los paros tienen a los usuarios convertido­s en involuntar­io e irritante factor de presión.

Pero la respuesta es negativa si uno piensa en una oleada de huelgas a la manera clásica, convertida­s ya en un recuerdo lejano de los años del pleno empleo. La última huelga general data del 2012 y tuvo un éxito relativo. Los factores que jugaron en contra de aquella convocator­ia no han hecho más que consolidar­se desde entonces. Expansión del sector servicios, mayor dispersión de la población asalariada, aceleració­n del cambio tecnológic­o, menos regulación y mayor debilitami­ento de los sindicatos. Y unas generacion­es jóvenes en apariencia resignadas al entorno laboral en el que han crecido. Más inseguro y hostil que el que conocieron sus padres.

Lo que fue concebido como un empleo provisiona­l se ha convertido ahora en una actividad para toda una vida

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Ramon Aymerich

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