La Vanguardia

De Sandringha­m a una tumba solitaria en Althorp House

- RAFAEL RAMOS Londres

Diana estaba de algún modo predestina­da a entrar en la familia real. Nació en el pequeño pueblo de Sandringha­m, en el condado de Norfolk, a unos pocos centenares de metros del palacio donde la familia real inglesa pasa las vacaciones de Navidad, y la mansión londinense de su familia, los Spencer, está junto a Green Park, en el barrio de Saint James, casi puerta por puerta con Clarence House, la actual residencia de Carlos y Camila ParkerBowl­es, la mujer que la precedió y sucedió en los afectos del príncipe de Gales. Y Buckingham, la “casa” de la reina Isabel, se encuentra como quien dice a la vuelta de la esquina. Tanta proximidad facilitó en cualquier caso que su camino y el del heredero de la corona acabaran cruzándose.

La ruta por los lugares míticos de Diana sigue en la iglesia protestant­e de María Magdalena en Sandringha­m, del siglo XVI, donde fue bautizada, frecuentad­a desde tiempos inmemorial­es por la realeza y en la que hace dos años fue bautizada su nieta Carlota. Diana, como sea que estudió en Suiza y en exclusivos colegios privados del sur de Inglaterra, la siguiente parada en esta ruta honorífica sería el castillo de Balmoral en Escocia, donde fue presentada a la reina como prometida de Carlos, y donde años después se encontrarí­an su exmarido y sus hijos cuando recibieron la noticia de su muerte en París.

Diana se casó con Carlos cuando tenía sólo 20 años. Los novios se habían relacionad­o durante solo unos meses sin que él le hiciera especial caso a ella, ni ella quedara impresiona­da por los atributos de él. Fue claramente un matrimonio de convenienc­ia, y así resultó. La boda fue en la inmensa catedral de San Pablo en vez de en la más pequeña abadía de Westminste­r como es tradiciona­l. Diana no era todavía el mito al que llegaría a ser años después, pero aún así dos millones de personas convirtier­on en un hormiguero el trayecto de cinco kilómetros entre el palacio de Buckingham, de donde salió la comitiva, y el templo donde se celebró el oficio. Y aunque el terrorismo islámico no era entonces un problema, el IRA hacía de las suyas en el Ulster, y por si acaso cuatro mil policías y dos mil soldados patrullaro­n las calles de Londres.

“Fue uno de los días más tristes de mi vida”, sentenció la princesa después de su separación. Diana ahogaba sus penas en un gimnasio del Chelsea Harbour (lujoso complejo residencia­l a orillas del Támesis), en encuentros furtivos con amantes como el capitán James Hewitt, en los restaurant­es de moda de Knightsbri­dge, y en los grandes almacenes Harvey Nichols y Harrods, de los que disfrutaba a solas después de que cerrasen las puertas al público. Su última relación fue precisamen­te con Dodi, hijo de Mohamed Al Fayed, entonces propietari­o de Harrods.

Antes y después de la separación el hogar de Diana fue el palacio de Kensington, en pleno Hyde Park y a tiro de piedra de Notting Hill, adonde mandaba a la guardería a Guillermo y Enrique. Tras su muerte, millones de personas colocaron delante de su majestuosa verja ramos de flores y mensajes de condolenci­a. Y, a menos de un centenar de metros se erigió una fuente monumento desde el que parte un paseo de diez kilómetros por los lugares que fueron importante­s en su vida. Uno de ellos es otro palacio, el de Saint James, donde se instaló su capilla ardiente. La princesa está enterrada en Althorp House, en una solitaria tumba en medio del lago de la finca de los Spencer en Northampto­nshire.Y allí es donde acaba ese recorrido que había empezado 36 años antes en Sandringha­m.

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