La semana que puso a prueba a la monarquía británica
CRIADA EN EL RESPETO RÍGIDO A LAS TRADICIONES Y NORMAS DE UNA CONSTITUCIÓN NO ESCRITA, ISABEL II NO CALCULÓ BIEN EL IMPACTO DE SU SILENCIO Y APARENTE INDIFERENCIA TRAS LA MUERTE DE DIANA. FUE TONY BLAIR, JOVEN PRIMER MINISTRO QUE SÓLO LLEVABA CUATRO MESES
La monarquía británica no había corrido tanto peligro desde la abdicación de Eduardo VIII en 1936. Pero en la semana que transcurrió desde la muerte de Diana en la madrugada del 31 de agosto hasta su funeral el 6 de septiembre, la supervivencia de la Casa de los Windsor estuvo pendiente de un hilo por la resistencia de la reina Isabel y del palacio a homenajear de manera póstuma a la “princesa de corazones” y dar al acontecimiento la importancia que los súbditos exigían.
Veinte años después, con la popularidad de la casa real por las nubes, es difícil imaginar la manera en que la institución –ya tocada por la conmoción del divorcio de Carlos y Diana, las sensacionales revelaciones íntimas de ambos y los escándalos sexuales y financieros de sus miembros– cayó tan bajo aquel verano de 1997, y muchos británicos se plantearon muy seriamente si no sería mejor una república.
El país se despertó el domingo día 31 con la noticia de la muerte pocas horas antes de Diana –junto con su novio Dodi al Fayed, hijo de magnate egipcio que entonces era dueño de los grandes almacenes Harrods– en un accidente de tráfico en el túnel del puente de l’Alma de París, tras salir por la puerta trasera del hotel Ritz de la plaza de la Concordia huyendo de los paparazzis.
El funcionariado de palacio intentó aplicar al suceso un protocolo a rajatabla, pero el pueblo se rebeló Colas de miles de personas ante los palacios para dejar flores hicieron que la monarca reaccionara
Dos años después, una investigación oficial determinó que se había tratado de un accidente debido a la negligencia del conductor Henri Paul, que se tomó un par de Ricards antes de ponerse al volante y conducía demasiado deprisa el Mercedes. Ninguno de los pasajeros llevaba puesto el cinturón de seguridad.
Pero dos décadas después las teorías de la conspiración todavía no han desaparecido. Mohammed al Fayed, desde su mansión de Surrey, sigue insistiendo en que Dodi y Diana fueron “asesinados” por los servicios secretos británicos por orden del duque de Edimburgo, porque la princesa estaba embarazada (algo que desmintió el informe oficial de 800 páginas) y para que no se casara con un musulmán. Un taxista juró haber visto “el fogonazo de una luz intensa” justo antes del accidente. Richard Tomlinson, exagente del MI6, adujo que la técnica de deslumbrar un coche con un flash forma parte del “manual” a la hora de perpetrar atentados. Un testigo explicó que cuatro motocicletas se acercaron al vehículo siniestrado, y el conductor de una de ellas hizo un gesto con el pulgar como diciendo “misión cumplida”. Un Fiat Uno con el que chocó ligeramente el Mercedes nunca fue encontrado, a pesar de una búsqueda exhaustiva por toda Francia. El propietario de un automóvil de ese modelo, fotógrafo, murió poco después en circunstancias misteriosas. La única persona que podría saber lo que pasó realmente es Trevor Rees, guardaespaldas de Dodi y único sobreviviente. Pero dice que no conserva más que vagos recuerdos.
Los Windsor estaban de vacaciones en Balmoral (Escocia) cuando se produjo la tragedia. Carlos reci-
bió la noticia de madrugada, pero esperó hasta por la mañana para contárselo a sus hijos Guillermo y Enrique. Mientras el país lloraba a su princesa y se preguntaba qué había pasado, el príncipe de Gales viajó a París, y el mismo domingo por la noche regresó a la base de Northolt con el cadáver de su ex mujer en un sencillo féretro de madera envuelto en el escudo de la casa real, que fue depositado en una funeraria privada antes de instalarse la capilla ardiente en el palacio de Saint James.
Querida en vida, una vez muerta Diana no tardó en convertirse en un mito. Decenas de miles de personas hicieron cola para depositar ramos de flores a la puerta de los palacios de Buckingham y Kensington, pero a todo esto la reina no decía nada, la Union Jack seguía ondeando como si tal cosa y el cambio de guardia se realizaba normalmente. ¿Era una muestra de la imperturbable flema británica, o de inflexibilidad burocrática por parte de una monarca criada en la noción de que ningún individuo está por encima de la institución, y para quien la princesa ya no formaba parte de la “familia”? No fue hasta el 5 de septiembre, convencida por el primer ministro Tony Blair de que los súbditos esperaban un gesto por su parte, se dirigió a la nación para lamentar la tragedia y calificar a Diana como “un ser humano excepcional y madre devota, llena de talento”.
Hechas las paces entre el pueblo y su reina, una gran multitud siguió el 6 de septiembre el cortejo fúnebre. Diana fue despedida en la catedral de Westminster, con honores casi de funeral de Estado, y enterrada en la casa familiar de Althorp. La monarquía se había salvado.