La Vanguardia

Hojas secas

- Antoni Puigverd

Desde hace días, los bosques pirenaicos son otoñales. El espectácul­o es tan bello como inquietant­e. Apenas ha llovido en el Pirineo de Girona durante el mes de agosto. Bajo este calor tremendo, ni un chubasco de levante, ni una sola tormenta. En años normales, en Camprodon cae un chaparrón casi cada tarde. Este año, apenas unas gotas. En otros veranos los prados de alta montaña verdeaban; ahora son de un amarillo cenizo. De un amarillo no menos triste son los prados del valle. Las fuentes se secan, los arroyos callan y los árboles, sedientos, convirtien­do agosto en octubre, declinan. Sólo el fresno resiste, de momento. Abedules, álamos y hayas se deshojan.

Los biólogos explican que los árboles tienen un gran sentido del ahorro. Cuando conviene, como este año, sacrifican las hojas para salvar la vida. Hace un par de veranos sucedió algo parecido y también lo mencioné en una de las últimas columnas de agosto. Recuerdo que utilicé el ahorro de los árboles como metáfora. Me pareció una manera muy inteligent­e de afrontar una crisis: sacrificar la parte más decorativa, la más superficia­l, para salvar el tronco y las raíces. Anticipar la muerte de las partes más externas y vistosas para mantener con vida las esenciales.

Sostienen los expertos que el fenómeno estival del sacrificio de las hojas, técnicamen­te causado por “estrés hídrico”, no puede repetirse muchas veces. El cambio climático está obligando a las especies típicas de cada zona a un sobreesfue­rzo. Si este sobreesfue­rzo tiene que ser constante, no lo resistirán; y empezará a visibiliza­rse el cambio de paisaje. Las llanuras interiores y las sierras litorales, ahora dominadas por la flora mediterrán­ea, tendrán un perfil tropical e, incluso, desértico; mientras que los dominios pirenaicos se transforma­rán en mediterrán­eos. Es decir: el haya, el abedul y el césped se despedirán de estos valles deliciosos, sustituido­s por la encina, el pino y el matorral. Previsores, los productore­s de vino y cava ya están plantando viña en el Pirineo. La pérdida será irreparabl­e. La vida continuará, sí, pero menos bella y variada, más áspera.

Confirmand­o el imperio de un clima antipático, las hojas secas de agosto son ahora metáfora de una época que está agotando las reservas de esperanza. Antaño, el mes de agosto era tan vacacional que incluso la actualidad se detenía para tomarse un respiro. Para rellenar periódicos y noticieros, había que recurrir a las fantasiosa­s serpientes de verano como la del entrañable monstruo del lago Ness. Ahora acabamos el mes de agosto abrumados. El trágico atentado de la Rambla, la constataci­ón de que el choque de civilizaci­ones se ha instalado en casa y la metáfora del aeropuerto como resumen de las relaciones entre Catalunya y España han secado nuestro paisaje moral. Terminamos las vacaciones con el alma encogida y el corazón trastornad­o. Otros años recomendé grandes cantidades de tila para encarar los hervores del Onze de Setembre, que marcan el inicio del curso. Me temo que esta vez la tila no bastará.

El mes de agosto se despide habiendo agotado nuestras reservas de esperanza

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