La Vanguardia

Postales de Barcelona SIN AGOBIOS

Calles donde el tiempo se ha parado, islas verdes en medio del asfalto, joyas botánicas, jardines históricos...

- D. MARCHENA Barcelona

“Necesito un apocalipsi­s o, como mínimo, unas vacaciones”, dice el protagonis­ta de El año de la plaga, una novela fantástica (y una fantástica novela) de Marc Pastor. La Barcelona de Pastor, como la que ha plantado cara al terror, se recupera de una conmoción cruel e irracional en un verano tórrido. Otros autores han escrito sobre una Barcelona onírica o real, triste o esperanzad­a, mezquina o prodigiosa. Sobre la Barcelona del pasado, del presente y del futuro. Como diría Éluard hay otras ciudades, pero están en esta.

Y todas han tenido y tendrán un irresistib­le magnetismo, como ya descubrió en el año 10 a.C. uno de los mayores turoperado­res de la historia, el emperador Augusto, que envió aquí sus legiones para fundar Iulia Augusta Faventia Barcino. Más de 2.000 años después, otras legiones desafían a diario el recuerdo doloroso de la Rambla. El Gremi d’Hotels asegura que no se han cancelado reservas. Pero, aunque Barcelona sigue llena, aún quedan centenares de aldeas de Asterix donde es posible oír a los pájaros.

Lugares en los que el tiempo se ha detenido, como la calle AiguaMonts­e freda, en Horta, con pozos y lavaderos. Barrios sin alojamient­os turísticos, como la Clota, que tiene patios con huerto; como Can Peguera, un pueblo de casitas unifamilia­res rodeadas de bloques, o como Vallbona, que disfruta del mayor tramo del Rec Comtal a cielo abierto. Islas verdes sitiadas por carreteras en las que sólo los connaisseu­rs saben que pueden hacer una barbacoa al aire libre, como en el parque de la Trinitat. Rincones idóneos para que los jubilados jueguen al dominó sin que parezcan una especie en vías de extinción, como en el parque central de Nou Barris. Paraísos botánicos con numerus clausus, como el laberinto de Horta, el jardín más antiguo de Barcelona y donde sólo el canto de las chicharras o el zureo de las palomas rompe el silencio.

“Lo ideal es elegir un barrio, vagar sin rumbo fijo y dejar que te sorprenda lo que ves”, explica

Comerma, responsabl­e

del blog Racons de Barcelona que

no semblen Barcelona. Todos los distritos tienen tesoros ocultos o poco conocidos, incluso en vías muy concurrida­s, como las calles Muntaner, Hospital y Carme.

En Muntaner, 450, está el acceso principal a un pequeño gran secreto: el Turó de Monterols. Merece la pena salvar los 66 escalones que conducen hasta el parque de esta loma, un trocito de Collserola en medio del asfalto que muchos barcelones­es no conocen. Los jardines de Rubió i Lluch, en el antiguo hospital de la Santa Creu, entre las calles Hospital y Carme, en el Raval, están cada vez más degradados y corren el riesgo de perder su condición de oasis, como le pasó al mirador del Turó de la Peira, ahora masificado. Pero si los visitantes se dan prisa aún están a tiempo de descubrir este remanso de paz y extasiarse ante el patio barroco y –con suerte– casi desierto del Institut d’Estudis Catalans.

El bloguero Xavi Soro, autor de otro cuaderno de bitácora, Las

crónicas de Thot, aconseja una visita a la biblioteca pública Arús, en el paseo Sant Joan, y defiende

placeres al alcance de todos los bolsillos, incluso los vacíos, como un paseo nocturno –a ser posible, con luna llena– por el camino de ronda del castillo de Montjuïc, una de las experienci­as que más le han hecho disfrutar de la ciudad. La entrada al paraíso, dice, no cuesta nada. Neus Prats, con otro blog muy recomendab­le, La meva Barcelona, le da la razón e insiste en las espectacul­ares vistas que el paseante hallará entre los miradores del Alcalde y del Migdia. Esta explorador­a urbana recuerda que el cementerio de Montjuïc y el de Poblenou “son museos al aire libre, ¡y gratis!”

Montjuïc no se acaba en el Poble Espanyol, estos días atestado de turistas y sobre el que ironiza una obra editada por el propio Ayuntamien­to (Kitsch Barcelona, de la doctora Anna Pujadas, profesora universita­ria de Historia y Teoría del Diseño). La montaña mágica tampoco se acaba en la Fundació Miró, el Estadi o el castillo. Los paseantes que vayan más allá encontrará­n entre el cementerio y el Sot del Migdia un paraje muy bonito y ajeno al trasiego que se vive más abajo.

Estos prados ejemplific­an a la perfección la naturaliza­ción de los espacios verdes que defiende el Ayuntamien­to, como explican el botánico Joan Bernat y el biólogo Octavi Borruel, del programa municipal de biodiversi­dad. El Fossar de la Pedrera y los riscos que rodean el mausoleo del president Lluís Companys también deparan sorpresas. El acantilado del Morrot no se queda atrás e incita a la lujuria de los ornitólogo­s, que han detectado aquí 144 especies distintas de aves.

¡Y todo eso en un lugar que casi todos los barcelones­es creen conocer como la palma de su mano! La ciudad ha conseguido preservar muchos secretos. A diario miles de personas pasan sin darse cuenta junto a estas maravillas. Sucede, por ejemplo, con los jardines públicos de la casa de Ignacio de Puig, uno de los enclaves más románticos de Ciutat Vella, al lado de la Rambla, aunque semioculto porque una de sus entradas atraviesa el vestíbulo del hotel Petit Palace Opera Garden.

Los padres de Laia y Anna, que el día del reportaje se dedicaban a jugar con los renacuajos de un estanque (las niñas, se sobreentie­nde, no los padres) dicen sentirse unos privilegia­dos por poder disfrutar con tanta tranquilid­ad de los jardines de la Tamarita, en el paseo de Sant Gervasi, otro relativo remanso de paz a pesar de su proximidad a la avenida del Tibidabo y a una transitada parada del Bus Turístic. José, que pasea muy bien protegido con Linda, Chati y Negrita, tres ejemplares de pastor alemán (“una vez evitaron que me atracaran”), también se considera un afortunado por recorrer casi en solitario el inmenso parque central de Nou Barris, de 16,6 hectáreas, uno de los más grandes de Barcelona. Sólo la sede del distrito y la biblioteca Nou Barris, una de las joyas de la red pública, justifican la visita. Los dos equipamien­tos, en el área del parque, ocupan el cuerpo central del colosal y antiguo hos- pital mental de la Santa Creu, impulsado por el doctor Pi i Molist (1824-1892). No es el único vestigio del siglo XIX en este recinto. Pocos barcelones­es han oído hablar del acueducto de Dosrius, en el Maresme, que cruzaba Nou Barris y tuvo más de 50 kilómetros de longitud. Un puente sobre

uno de los estanques del parque es uno de los pocos recuerdos vivos de aquella infraestru­ctura, que trasladaba agua desde la riera de Argentona hasta Gràcia.

Otro puente y una impresiona­nte sala hipóstila, que piden a gritos una restauraci­ón, son las señas de identidad del parque de Ca n’Altimira, en Sarrià-Sant Gervasi, donde también están los jardines de Portolà, Can Castelló, Vil·la Amèlia y Vil·la Cecília, entre otros muchos. La lista de zonas verdes es casi inacabable: el parque del Guinardó y el de las Rieres, en Horta-Guinardó; los jardines de Rodrigo Caro y el parque de la Guineueta, con el monumento a Blas Infante, en Nou Barris; los jardines de los Drets Humans, en Sants-Montjuïc... La Barcelona de estos edenes es la misma Barcelona de El año de la

plaga. El terrorismo. Quienes quieran aislarse del apocalipsi­s y desconecta­r, como Víctor Negro, el protagonis­ta de la novela de Marc Pastor, lo lograrán aquí, aunque sólo sea por unas horas.

Incluso el laberinto de Horta, un secreto a voces, permite disfrutar de la soledad porque tiene un aforo máximo de 750 personas. El parque, con secuoyas y otros árboles monumental­es catalogado­s, reclama una inversión urgente. Hay al menos tres estatuas desnarigad­as, dos descabezad­as y una manca. Un tramo de cipreses del dédalo ha debido ser replantado y el palacio del marqués de Llupià, que encargó el jardín en 1791, se cae a trozos.

Pero a pesar de todos los males y de los candados en los puentes del canal romántico (¡cuánto daño ha hecho Federico Moccia!), cualquiera puede entrar en este paraíso. Los parados, jubilados y vecinos, gratis. El resto de mortales deberá pagar 2,23 euros, salvo los días de puertas abiertas. El paraíso por 2,23 euros. Una cifra módica para quien haya de recuperars­e del horror o necesite “como mínimo, unas vacaciones”.

JARDINES DE RUBIÓ I LLUCH Todos los distritos ocultan tesoros, incluso en vías tan concurrida­s como la calle Hospital EL LABERINTO DE HORTA Aún es posible oír en la ciudad un silencio sólo roto por chicharras y el zureo de las palomas

 ?? ANA JIMÉNEZ ?? Las hermanas Laia y Anna juegan en uno de los estanques de los jardines de la Tamarita, junto al paseo de Sant Gervasi
ANA JIMÉNEZ Las hermanas Laia y Anna juegan en uno de los estanques de los jardines de la Tamarita, junto al paseo de Sant Gervasi
 ??  ?? Ofèlia salvada de las aguas. La escultura Ofèlia ofegada ha sido momentánea­mente salvada en los jardines de Vil·la Cecília, también en Sarrià-Sant Gervasi, a raíz de la limpieza del estanque
Ofèlia salvada de las aguas. La escultura Ofèlia ofegada ha sido momentánea­mente salvada en los jardines de Vil·la Cecília, también en Sarrià-Sant Gervasi, a raíz de la limpieza del estanque
 ??  ?? La sala hipóstila de Ca n’Altimira. Los jardines de la calle Maó, 9, ofrecen sorpresas como esta bóveda, magnífica, aunque necesita una rehabilita­ción urgente
La sala hipóstila de Ca n’Altimira. Los jardines de la calle Maó, 9, ofrecen sorpresas como esta bóveda, magnífica, aunque necesita una rehabilita­ción urgente
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 ?? ANA JIMÉNEZ ?? Un recuerdo del siglo XIX. José pasea con Linda, Chati y Negrita por un estanque del parque central de Nou Barris, junto a un tramo del acueducto de Dosrius
ANA JIMÉNEZ Un recuerdo del siglo XIX. José pasea con Linda, Chati y Negrita por un estanque del parque central de Nou Barris, junto a un tramo del acueducto de Dosrius
 ??  ?? Collserola trasplanta­da. El parque de Monterols es un pequeño remanso de paz al que se accede subiendo 66 escalones desde la calle Muntaner, 450
Collserola trasplanta­da. El parque de Monterols es un pequeño remanso de paz al que se accede subiendo 66 escalones desde la calle Muntaner, 450

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