El lujo silencia el espíritu de Eivissa
La isla blanca apuesta ahora por un turismo más exclusivo y de alto poder adquisitivo
La isla de Eivissa es, probablemente, la que ha vivido una mayor catarsis de todas las que conforman el archipiélago balear. En la memoria colectiva, su pasado hippy ligado a la década de los setenta se ha perpetuado como el despertar turístico de este enclave. Un mito que la propia historia desmiente. La isla blanca ya afianzó este apelativo con un incipiente fenómeno turístico que arrancó en los treinta. Fue en este época cuando se abrieron los primeros establecimientos que ofertaban alojamiento a los intelectuales que huían del nazismo alemán y del fascismo italiano. Las pensiones y hostales dieron paso en 1932 a la construcción del primer hotel que, paradójicamente, se vino abajo a los pocos días de su inauguración. Un percance que no detuvo el imparable tren turístico al que los ibicencos se montaron para transformar radicalmente esta pequeña isla.
La sociedad local se apercibió rápidamente de los beneficios que podía reportarles una masiva llegada de viajeros. De esta forma, relata José Ramón Cardona en su estudio Ibiza, consolidación de un
destino turístico, “aquel hotel España, reconstruido, volvió a inaugurarse dos años después, a finales de 1934, gracias al empeño de su propietario, José Escandell. Pero para cuando reinauguró su hotel, que había sido el primero de todos, ya se habían abierto hasta cinco hoteles más en la isla, además de varias pensiones”.
Esta primera etapa turística se vio interrumpida en 1939 por la contienda bélica. La Guerra Civil y la posguerra supusieron un largo paréntesis hasta que en 1950 se reprende la actividad y se abren las primeras salas de fiesta, el embrión de las grandes discotecas que hoy son uno de los emblemas de Eivissa a nivel mundial. Todo ello, como consecuencia de la apertura del aeropuerto. Era 1958, y, además de su puesta en marcha, confluyeron otros factores que permitieron consolidar una industria de éxito: el más significativo fue la tímida apertura del régimen franquista que con leyes más laxas facilitó la entrada de turistas. Aun así, llegar a la isla era relativamente complicado y las comunicaciones marítimas dificultaban la llegada de visitantes.
Es en la década de los setenta cuando la isla vive un segundo amanecer ligado a la cultura hippy. La proyección internacional se consolida y en cada rincón se aprecia un contraste social entre lugareños y turistas. Ello, en cambio, si favoreció el crecimiento de una sociedad más cosmopolita que en los ochenta emergió como referente.
En esa década la isla experimenta otro boom turístico que se repite en los noventa al arrimo de la burbuja inmobiliaria. Se construye por doquier y, a veces, fuera del ordenamiento territorial. La consecuencia de todo ello ha sido un desastre medioambiental que ha deteriorado y transformado el paisaje hasta hacerlo prácticamente irreconocible.
Con todo, la mutación de la isla no se detiene y, desde hace unos años, los empresarios han decidido apostar por un segmento turístico más exclusivo y con mayor poder adquisitivo. Los hoteleros han puesto en marcha nuevas líneas de negocio con una premisa: las cifras avalan la reconversión de la isla blanca y su apuesta por el turismo de lujo. Eivissa concentra cerca del 10% de las ventas de lujo de España. Además, según datos del Ministerio de Fomento, las ventas de propiedades de lujo de más 950.000 euros representan actualmente el 16% del total de las ventas en el conjunto de España. La isla es ahora un producto de lujo donde apenas queda nada de aquellos hippies que se instalaron para aplacar sus ansias de libertad.