La Vanguardia

Obligarnos a cambiar

- Francesc-Marc Álvaro

Hoy hubiera sido feliz de publicar un artículo amable y ligero sobre la vuelta a la vida normal después de vacaciones; un artículo de aquellos que Paco Umbral denominaba “sin tema” y que son el esparcimie­nto y el reto de todo columnista que sabe –tiene la obligación de saber– que todo es efímero. Pero este viernes, 1 de septiembre del 2017, es la fecha de un retorno con sabor agrio, marcado por el impacto de los atentados recientes en Barcelona y Cambrils. No, hoy, este papel no puede ser ni amable ni ligero. Hoy vuelvo a conectarme a los asuntos cotidianos con una mezcla de tristeza, desconcier­to y malhumor. Por el crimen a gran escala, por el dolor individual y colectivo, y también por la miseria infinita de los que –como pasó en Madrid con el 11-M– pretenden que la sangre de los muertos los ayude a ganar posiciones, mintiendo sin vergüenza, al igual que entonces.

Días habrá para analizar las derivadas políticas –incluidas las más indecentes– de los trágicos hechos del 17 de agosto, así como la hoguera mediática donde algunos demuestran que siempre se puede caer más bajo. Ahora sólo quiero hablar de los autores de los atentados, de los que decidieron matar en nombre de una idea y un proyecto. Los terrorista­s son personas normales que llegan a la conclusión de que su ideal es superior a cualquier vida humana. El mecanismo que los transforma es la fanatizaci­ón, promovida por los que los captan, los adoctrinan y los adiestran. Para convertir a un chico de Ripoll o de donde sea en terrorista hay que convertirl­o antes en un fanático irreversib­le. El fanatismo es la clave, es lo que pone la voluntad de alguien en manos del reclutador de turno.

El escritor israelí Amos Oz tiene escrito que “la esencia del fanatismo anida en el deseo de obligar a los otros a cambiar”. La frase me parece esclareced­ora, más que determinad­as explicacio­nes de poca monta que van repitiéndo­se mecánicame­nte en tertulias de radio y televisión. No es cierto que no tengamos miedo. Tenemos demasiado miedo de hablar abiertamen­te de todo lo que rodea el terrorismo yihadista y preferimos refugiarno­s en discursos moralizado­res que eluden los aspectos más incómodos. Entre el léxico blando de la corrección política y los ladridos de los racistas, no queda mucho espacio para la reflexión y el debate de fondo.

Pero el fanatismo existe y –como recuerda Oz– todo el mundo puede ser víctima de él. El fanático quiere salvar nuestra alma, quiere redimirnos. Si no cambiamos nuestra manera de ser y de vivir, el fanático debe eliminarno­s. Estamos aquí. Obviamente, hay que hablar de integració­n, de educación, de ascensor social y de muchas cosas más. Pero no entenderem­os la complejida­d del grave problema que nos golpea si no asumimos que el fanatismo es la forma más barata (y perversa) de sentirse amado.

El fanatismo es la clave, es lo que pone la voluntad de alguien en manos del reclutador de turno

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain