La Vanguardia

Salud e influencia­s a orillas del Cantábrico

San Sebastián capitalizó el turismo más elitista desde el reinado Isabel II, a mediados del XIX

- JOKIN LECUMBERRI Sant Sebastián

Una enfermedad cutánea hizo de San Sebastián una de las ciudades más importante­s de España. El médico de la reina Isabel II recomendó a la soberana tratarse su dolencia con baños en las frías aguas del Cantábrico, una propuesta que hizo que en 1845 se instalara la residencia real veraniega en la ciudad gipuzkoana. La playa de la Concha, los balnearios y los salones pronto se llenaron de lo más destacado de la burguesía, un turismo elitista que diseñó una ciudad opulenta con marcado acento afrancesad­o.

De la misma manera que la lujosa Biarritz fue desarrolla­da por la esposa de Napoleón III, Eugenia de Montijo, San Sebastián fue el reflejo de las clases pudientes al otro lado de la frontera. Se derribaron las murallas de la Parte Vieja que cortaban la expansión de la urbe y se construyer­on ensanches decimonóni­cos repletos de casas elegantes. La ciudad fichó al mejor decorador y paisajista de Francia, Pierre Ducasse, para diseñar los jardines por los que pasearía la familia real, que en 1893 estrenó el palacio de Miramar. Alfonso XII y María Cristina consolidar­on un auge correspond­ido con estructura­s como el Gran Casino o el parque de atraccione­s de Igeldo.

“Los hombres de las clases altas –explica el historiado­r Ramón Barea– iban a la playa vestidos de etiqueta y leían el periódico, mientras a las mujeres se les acompañaba a la orilla pero no para nadar, una actividad sólo para pescadores, sino para mojarse y beneficiar­se de la salinidad del agua”. La propia María Cristina disponía de una caseta de baños tirada por bueyes que, mediante un sistema de poleas, bajaba a la soberana hasta el agua. La reina descendía unos escalones, se sumergía hasta el cuello y regresaba a través del invento.

Además de por las propiedade­s curativas de sus aguas, la Concha era visitada por su importanci­a política y social. “La playa era un punto de reunión: si una persona quería gozar de cierta influencia y obtener contratos tenía que dejarse ver allí o tomando el café en la Avenida con la silla orientada hacia la calle”, indica Barea. La Primera Guerra Mundial potenció aún más el crecimient­o de la ciudad. Mientras Europa se desangraba en el barro de las trincheras, San Sebastián se convirtió en un refugio del ocio y la diversión a apenas media hora de Francia, una oportunida­d que no desaprovec­hó creando más infraestru­cturas, hoteles y restaurant­es. “Fue un hito que una ciudad pequeña capitaliza­se ese turismo de lujo y el juego en toda Europa”, subraya Barea.

El cénit de la costa donostiarr­a se produjo durante la dura posguerra. Beneficiad­a por su posición en la retaguardi­a, la ciudad vivió su belle époque en los años veinte, un periodo en el que realezas europeas, aristócrat­as y artistas se mezclaban en el paseo de la Concha, en el hipódromo o en el circuito de carreras de Lasarte, donde desfilaban las mejores escuderías de la época. Buster Keaton, Josephine Barker o Charlie Chaplin fueron algunos de los personajes que participar­on en la intensa vida social del momento.

Lo mismo sucedió durante la Segunda Guerra Mundial en una ciudad que apenas sufrió la Guerra Civil, siendo tomada a los dos meses de comenzar y en la que posteriorm­ente Franco fijó su residencia de verano en el palacio de Aiete.

Sólo el terrorismo de ETA supuso un retroceso del turismo en una urbe que desde mediados del siglo XIX ha acogido visitantes y que vive de nuevo un crecimient­o espectacul­ar, con una oferta que aúna playa, cultura, paisajes y una gastronomí­a inigualabl­e. “San Sebastián es un capricho de la naturaleza –subraya Barea–: tiene una bahía casi perfecta con una isla que evita las grandes olas, el verde de la montaña llega hasta el agua, sus temperatur­as son suaves y su aire cosmopolit­a y afrancesad­o ha hecho de ella un lugar de primer nivel”.

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La playa de la Concha apenas ha cambiado. La bahía, con una isla que evita las grandes olas, se
convirtió en 1845 en residencia real veraniega y en uno de los principale­s enclaves turísticos al que iban de vacaciones las
clases pudientes
PASCUAL MARIN / ARCHIVO DE KUTXATEKA SAN SEBASTIÁN La playa de la Concha apenas ha cambiado. La bahía, con una isla que evita las grandes olas, se convirtió en 1845 en residencia real veraniega y en uno de los principale­s enclaves turísticos al que iban de vacaciones las clases pudientes
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TURISMO DE SAN SEBASTIÁN
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