Gran dama del derecho
MONTSERRAT AVILÉS (1936-2017)
Abogada laboralista
Montserrat Avilés, junto a su marido (Albert Fina, que nos dejó hace algunos años), es una de las figuras más relevantes del iuslaboralismo patrio. Su brillante y eficaz carrera profesional, durante cerca de medio siglo, ha estado marcada por la defensa de los intereses laborales de los asalariados. También en defensa de los detenidos –trabajadores, estudiantes e intelectuales– en el Tribunal de Orden Público.
Montserrat Avilés fue una exponente señera de esa pareja de hecho que recorrió el Siglo XX: el sindicalismo y el iuslaboralismo. Junto a Albert, hizo de su despacho profesional un centro de coordinación de las luchas obreras y democráticas en tiempos de la dictadura, otro de los muchos “espacios de libertad” donde se hablaba abiertamente de la problemática de los centros de trabajo, sus reivindicaciones y las maneras de enfocar el conflicto social. De ahí el enorme prestigio de Montserrat Avilés y de su marido. Quede claro que no era una actividad clandestina y, me atrevería a decir, ni siquiera alegal; era sin duda el ejercicio en aquel reducido espacio de un anticipo de la libertad por la que luchábamos.
La recuerdo perfectamente en su mítico despacho de Mataró. Era un local reducido, de ahí que en las aceras de la calle Fray Luis de León hubiera una aglomeración de personas a la espera de la visita. Después de la consulta nos íbamos unos cuantos a picar algo en la tabernilla de al lado. Montserrat y Albert nos hacían una síntesis genérica del malestar que desprendía cada consulta individual y colectiva. Auténticas lecciones con análisis ponderados. Montserrat con su pasión y Albert con su flema. Recuerdo perfectamente que un viejo sindicalista mataronés ponía a
Lo que tocaba Montserrat se iba transformando; lentamente, pero con firmeza
Montserrat en los cuernos de la Luna. Me decía: “Igual que Francesc Layret”. Y así debía ser.
Mención especial merece su actividad para democratizar el Colegio de Abogados de Barcelona. Ya en 1962, una jovencísima Montserrat es elegida para su junta en el decanato de Roda Ventura. A partir de aquel momento el Colegio empezó a abrirse de par en par a la sociedad. Y es que lo que tocaba Montserrat se iba transformando. Lentamente, pero con firmeza.