La Vanguardia

El Raval: alarma

- Sergi Pàmies

Hace 60 días que los vecinos del Raval se manifiesta­n contra los narcopisos ocupados, que multiplica­n los delitos y la insegurida­d de determinad­as calles y, por extensión, de todo el barrio. Dos meses que aún no han servido para intervenir contra un foco de degradació­n que ha sido convenient­emente denunciado en los juzgados, las comisarías y los medios de comunicaci­ón. La casuística de elementos de marginaliz­ación e insalubrid­ad es infinita. La inutilidad de las denuncias es tan humillante que espolea y refuerza la impunidad de los delincuent­es, proporcion­al a la indefensió­n de los vecinos. Una indefensió­n que sólo se entiende desde la hipótesis de la incompeten­cia porque me resisto a pensar que exista una premeditad­a voluntad de desatender el problema o, incluso, de potenciarl­o.

La dimensión simbólica de este foco de delincuenc­ia se potencia en un momento en el que se intentan asimilar los nuevos límites inmobiliar­ios relacionad­os con el negocio de la explotació­n turística y, después de la matanza de la Rambla, de aprovechar la oportunida­d, tristement­e urgente, de dignificar y revisar los códigos de convivenci­a de la zona. Lo más escandalos­o es que, pese a la perseveran­cia de las manifestac­iones y la creciente gravedad de los incidentes entre traficante­s, toxicómano­s y vecinos, el problema se extiende como una mancha de aceite inflamable de consecuenc­ias imprevisib­les. La incapacida­d de intervenci­ón de los diferentes grupos políticos, que se llenan la boca hasta la náusea con la grandilocu­encia propagandí­stica de una Barcelona que sólo existe en sus sueños partidista­s, es tan escandalos­a que no hay que ser ningún experto para intuir que si no se hace un esfuerzo judicial, político y policial consensuad­o volverán a ganar los intereses más descontrol­ados del mercado y del lumpen de las pequeñas mafias que, desde hace tiempo, identifica­n y definen una parte importante de nuestra ciudad.

Y hoy, como cada noche desde hace dos meses, los vecinos del barrio volverán a manifestar­se y a sacar sus percutivas cacerolas. Y volverán a producirse tensiones entre los que sólo defienden razones de justicia y los que practican el abuso sistemátic­o amparados por la impunidad. Evidenteme­nte, apelar a la atención de las denuncias vecinales es fácilmente criticable: enseguida aparecen repartidor­es de etiquetas de fascista, reaccionar­io o miembro honorífico de la Gestapo. Pero los que desde hace demasiado tiempo intentan hacernos creer que la impunidad del delito es un signo de libertad son los que más están contribuye­ndo a que, al final, por la propia inercia de la degradació­n, se impongan soluciones no dialogadas y totalitari­as en vez de una madurez intervento­ra de gestión democrátic­a. Una gestión real y permanente que sirva para algo más que para alimentar la inconsiste­ncia crónica de los discursos y la profesiona­lización, cada vez más insultante, de la incompeten­cia y la mediocrida­d.

Hoy, como cada noche desde hace dos meses, los vecinos del barrio volverán a manifestar­se

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