El Raval: alarma
Hace 60 días que los vecinos del Raval se manifiestan contra los narcopisos ocupados, que multiplican los delitos y la inseguridad de determinadas calles y, por extensión, de todo el barrio. Dos meses que aún no han servido para intervenir contra un foco de degradación que ha sido convenientemente denunciado en los juzgados, las comisarías y los medios de comunicación. La casuística de elementos de marginalización e insalubridad es infinita. La inutilidad de las denuncias es tan humillante que espolea y refuerza la impunidad de los delincuentes, proporcional a la indefensión de los vecinos. Una indefensión que sólo se entiende desde la hipótesis de la incompetencia porque me resisto a pensar que exista una premeditada voluntad de desatender el problema o, incluso, de potenciarlo.
La dimensión simbólica de este foco de delincuencia se potencia en un momento en el que se intentan asimilar los nuevos límites inmobiliarios relacionados con el negocio de la explotación turística y, después de la matanza de la Rambla, de aprovechar la oportunidad, tristemente urgente, de dignificar y revisar los códigos de convivencia de la zona. Lo más escandaloso es que, pese a la perseverancia de las manifestaciones y la creciente gravedad de los incidentes entre traficantes, toxicómanos y vecinos, el problema se extiende como una mancha de aceite inflamable de consecuencias imprevisibles. La incapacidad de intervención de los diferentes grupos políticos, que se llenan la boca hasta la náusea con la grandilocuencia propagandística de una Barcelona que sólo existe en sus sueños partidistas, es tan escandalosa que no hay que ser ningún experto para intuir que si no se hace un esfuerzo judicial, político y policial consensuado volverán a ganar los intereses más descontrolados del mercado y del lumpen de las pequeñas mafias que, desde hace tiempo, identifican y definen una parte importante de nuestra ciudad.
Y hoy, como cada noche desde hace dos meses, los vecinos del barrio volverán a manifestarse y a sacar sus percutivas cacerolas. Y volverán a producirse tensiones entre los que sólo defienden razones de justicia y los que practican el abuso sistemático amparados por la impunidad. Evidentemente, apelar a la atención de las denuncias vecinales es fácilmente criticable: enseguida aparecen repartidores de etiquetas de fascista, reaccionario o miembro honorífico de la Gestapo. Pero los que desde hace demasiado tiempo intentan hacernos creer que la impunidad del delito es un signo de libertad son los que más están contribuyendo a que, al final, por la propia inercia de la degradación, se impongan soluciones no dialogadas y totalitarias en vez de una madurez interventora de gestión democrática. Una gestión real y permanente que sirva para algo más que para alimentar la inconsistencia crónica de los discursos y la profesionalización, cada vez más insultante, de la incompetencia y la mediocridad.
Hoy, como cada noche desde hace dos meses, los vecinos del barrio volverán a manifestarse