La vida en un clic
EL diario Le Figaro, aprovechando el final del estío, ha hecho un estudio en el que demuestra que las redes sociales son el nuevo álbum de fotografías de vacaciones. Algunos datos resultan significativos: cada segundo se toman mil selfies, a diario 70 millones de fotos son publicadas en Instagram (que generan 2.500 millones de me gusta) y otros 350 millones se cuelgan en Facebook. El psicólogo Sébastien Dupont resalta el narcisismo de las nuevas (y no tan nuevas) generaciones, para quienes el individuo se convierte en el personaje principal de sus fotos. Lo importante no es si se ve bien el paisaje, sino si yo me veo bien en la imagen. Y aporta un dato aún más sorprendente: en el 2015, las selfies mataron a más personas (por caídas y atropellos) que los tiburones. Las ciudades más fotografiadas este verano con el smartphone han sido Nueva York, con 52 millones de fotos diarias; Londres, con 42 millones, y París, con 41 millones.
La selfie es una droga adictiva, aunque no peligrosa para la salud –habría que especificar para la salud física, porque no está claro su efecto sobre la higiene mental–, que nos hace más egocentristas. La gente en general no sabe mirar, aunque puedan ver. Importa poco disfrutar del paisaje, porque lo relevante es capturarlo con nuestro móvil. Y de forma inmediata colgar estas fotos en Instagram para compartirlas. En realidad, los retratos sólo alcanzan su sentido cuando llegan a otros para que nos digan con un clic me
gusta. La revolución de las redes ha terminado por difuminar la frontera que separaba lo público de lo privado, conduciéndonos a una realidad digital donde todos somos a la vez espectadores y actores. El mundo contemporáneo es una especie de striptease generalizado, donde todos somos voyeurs. Seguramente debe ser una manera de sentirnos más acompañados.