La Vanguardia

La cabeza de la hidra

- N. YALMAN, Universida­d de Harvard Traducción: José María Puig de la Bellacasa

El analista Nur Yalman explica el origen del yihadismo: “La execrable xenofobia de la versión extremista wahabí del islam, propagada gracias a la ayuda de organizaci­ones bien financiada­s en Oriente Medio, ha arraigado en cierto número de países islámicos. Esta interpreta­ción medieval wahabí del islam adquirió incluso un carácter más pernicioso al combinarse con profundos motivos de agravio surgidos a raíz de las políticas coloniales”.

La militariza­ción de los conflictos, en lugar de sofocar las llamas y el incendio, los ha extendido aún más

Ataque suicida en la querida Barcelona. Volvemos a sentirnos horrorizad­os ante la crueldad de todo un grupo de talante malévolo y execrable. Estas viles acciones no deberían tener lugar en el seno y el ámbito de una existencia civilizada. ¿De dónde proceden sus agentes? ¿Cuál es su propósito? ¿Qué debemos hacer?

Ante todo, debemos observar que estos asesinos forman parte y pertenecen a un auténtico “culto de la muerte” asociado a un profundo radicalism­o que deriva de una más bien reducida versión del islam, la wahabí. Se trata de una tendencia reaccionar­ia que forma parte de organizaci­ones sombrías y tenebrosas de Oriente Medio. El Estado Islámico en Irak y Siria es sólo una de ellas. Existen muchas otras. Aportan elementos organizati­vos, dirección política, apoyo financiero y aliento espiritual a individuos vulnerable­s en Occidente. Las personas que les compromete­n son ellas mismas “combatient­es suicidas”. La idea del ataque suicida como arma fue inventada por la Organizaci­ón de Liberación Tamil de Sri Lanka y, desde entonces, se ha utilizado de múltiples formas en numerosos países. Hemos presenciad­o una completa demostraci­ón de esta actuación de grupos suicidas desde los atentados del 11-S en Nueva York.

La execrable xenofobia de la versión extremista wahabí del islam, propagada gracias a la ayuda de organizaci­ones bien financiada­s en Oriente Medio, ha arraigado en cierto número de países islámicos. Esta interpreta­ción medieval wahabí del islam adquirió incluso un carácter más pernicioso al combinarse con profundos motivos de agravio surgidos a raíz de las políticas coloniales e imperiales de Francia y del Reino Unido en la región desde la Primera Guerra Mundial. Añádase a esta mezcla ya explosiva las incompeten­tes e infructuos­as acciones militares de la “guerra contraterr­orista” estadounid­ense –considerad­a en buena parte del mundo islámico como una “guerra contra el islam”– y tendremos la cara violenta de los asesinos de Barcelona.

La procedenci­a ideológica de este movimiento xenófobo y puritano islamista deriva principalm­ente de los abundantes escritos de Abdul Wahab (nacido en 1704). Esta interpreta­ción fundamenta­lista del islam se dirigió inicialmen­te contra la versión más elaborada de matiz sufí tal como se practicaba en el Oriente Medio en el siglo XVIII. Su influjo en amplias áreas de población cristiana en el imperio otomano, como por ejemplo en la antigua Andalucía, se notó de forma especial en tribus árabes del desierto que habían abrazado las versiones w ah abí es. En 1804, los intérprete sy especial istasw ah abí es establecie­ron una eficaz alianza con Ibn Saud, el líder de la tribu saudí de Arabia. Saquearon la famosa ciudad chií de Karbala y destruyero­n la venerable tumba del imán Husein en 1802. Hacia 1805 controlaba­n la Meca y Medina. Mostraron su hostilidad a los turcos otomanos declarando que todas las tumbas de personalid­ades chiíes en Irak que destruyero­n estaban manchadas de “idolatría”. Los sultanes otomanos no toleraron este “primitivo y rudimentar­io” desafío a su mando. Capturaron a Ibn Saud, así como a los líderes religiosos wahabíes, y los ejecutaron en Estambul. La Meca y Medina volvieron a hallarse sometidas al régimen otomano en 1811. Este panorama ya refleja las grandes divisiones en la interpreta­ción del islam que perduran hasta nuestros días. El lema “divide y vencerás” sigue demostrand­o su validez y eficacia.

El mensaje ideológico wahabí cobró renovados bríos cuando los militares ingleses unieron sus fuerzas a las de las tribus saudíes en 1917 en la Primera Guerra Mundial para derrotar a los turcos otomanos en Arabia. La Meca y Medina, una vez más, retornaron al feudo saudí wahabí. Desde entonces, el mensaje puritano de Ibn Wahab, tan desdeñado por los sabios otomanos, se ha propagado gracias a la inyección de miles de millones de dólares procedente­s de los ingresos del petróleo accesibles a numerosos grupos siniestros en la región. Su mensaje es que “la muerte de infieles es fundamenta­l para purificar la comunidad de los creyentes”. Y como “infieles” incluyen también a los acomodatic­ios islamistas, sufíes, fieles iraní es ya todos aquellos que no siguen su estricta línea de pensamient­o y orientació­n wahabí.

Nuestros problemas actuales con estos elementos radicales se remontan a la invasión soviética de Afganistán en 1979. En esta ocasión, la CIA adoptó la estratégic­a decisión de apoyar a los combatient­es islamistas radicales para socavar las fuerzas del poderío ruso en ese país. Los combatient­es árabes de Bin Laden trabaron una alianza con las tribus pastunes locales, los talibanes, (discípulos religiosos), a fin de perseguir y ahuyentar a los rusos y, posteriorm­ente, a los estadounid­enses.

La respuesta occidental, en particular la estadounid­ense y británica, ha consistido en desplegar soldados y fuerzas militares. La respuesta militar en Afganistán, y posteriorm­ente en Irak y en Siria, ha adquirido tintes desastroso­s. La militariza­ción de los conflictos, en lugar de sofocar las llamas y el incendio, los han extendido aún más. Han desestabil­izado a los principale­s países y a su numerosa población. Los actos criminales que deberían haber sido abordados de modo más local sobre el apoyo de fuerzas locales se han convertido en importante­s causas de rango internacio­nal. De hecho, han encendido millones de elementos radicales.

Será necesario un claro y cuidadoso análisis para resolver y deslindar los factores del caos creado por intervenci­ones desacertad­as e insensatas. Necesitamo­s estadistas de visión acertada y a largo plazo, además de destacados esfuerzos educativos y culturales, a fin de despejar y eliminar el embrollo. Tales políticas positivas y estadistas son, desgraciad­amente, escasos en los centros de poder en la actualidad.

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