La cabeza de la hidra
El analista Nur Yalman explica el origen del yihadismo: “La execrable xenofobia de la versión extremista wahabí del islam, propagada gracias a la ayuda de organizaciones bien financiadas en Oriente Medio, ha arraigado en cierto número de países islámicos. Esta interpretación medieval wahabí del islam adquirió incluso un carácter más pernicioso al combinarse con profundos motivos de agravio surgidos a raíz de las políticas coloniales”.
La militarización de los conflictos, en lugar de sofocar las llamas y el incendio, los ha extendido aún más
Ataque suicida en la querida Barcelona. Volvemos a sentirnos horrorizados ante la crueldad de todo un grupo de talante malévolo y execrable. Estas viles acciones no deberían tener lugar en el seno y el ámbito de una existencia civilizada. ¿De dónde proceden sus agentes? ¿Cuál es su propósito? ¿Qué debemos hacer?
Ante todo, debemos observar que estos asesinos forman parte y pertenecen a un auténtico “culto de la muerte” asociado a un profundo radicalismo que deriva de una más bien reducida versión del islam, la wahabí. Se trata de una tendencia reaccionaria que forma parte de organizaciones sombrías y tenebrosas de Oriente Medio. El Estado Islámico en Irak y Siria es sólo una de ellas. Existen muchas otras. Aportan elementos organizativos, dirección política, apoyo financiero y aliento espiritual a individuos vulnerables en Occidente. Las personas que les comprometen son ellas mismas “combatientes suicidas”. La idea del ataque suicida como arma fue inventada por la Organización de Liberación Tamil de Sri Lanka y, desde entonces, se ha utilizado de múltiples formas en numerosos países. Hemos presenciado una completa demostración de esta actuación de grupos suicidas desde los atentados del 11-S en Nueva York.
La execrable xenofobia de la versión extremista wahabí del islam, propagada gracias a la ayuda de organizaciones bien financiadas en Oriente Medio, ha arraigado en cierto número de países islámicos. Esta interpretación medieval wahabí del islam adquirió incluso un carácter más pernicioso al combinarse con profundos motivos de agravio surgidos a raíz de las políticas coloniales e imperiales de Francia y del Reino Unido en la región desde la Primera Guerra Mundial. Añádase a esta mezcla ya explosiva las incompetentes e infructuosas acciones militares de la “guerra contraterrorista” estadounidense –considerada en buena parte del mundo islámico como una “guerra contra el islam”– y tendremos la cara violenta de los asesinos de Barcelona.
La procedencia ideológica de este movimiento xenófobo y puritano islamista deriva principalmente de los abundantes escritos de Abdul Wahab (nacido en 1704). Esta interpretación fundamentalista del islam se dirigió inicialmente contra la versión más elaborada de matiz sufí tal como se practicaba en el Oriente Medio en el siglo XVIII. Su influjo en amplias áreas de población cristiana en el imperio otomano, como por ejemplo en la antigua Andalucía, se notó de forma especial en tribus árabes del desierto que habían abrazado las versiones w ah abí es. En 1804, los intérprete sy especial istasw ah abí es establecieron una eficaz alianza con Ibn Saud, el líder de la tribu saudí de Arabia. Saquearon la famosa ciudad chií de Karbala y destruyeron la venerable tumba del imán Husein en 1802. Hacia 1805 controlaban la Meca y Medina. Mostraron su hostilidad a los turcos otomanos declarando que todas las tumbas de personalidades chiíes en Irak que destruyeron estaban manchadas de “idolatría”. Los sultanes otomanos no toleraron este “primitivo y rudimentario” desafío a su mando. Capturaron a Ibn Saud, así como a los líderes religiosos wahabíes, y los ejecutaron en Estambul. La Meca y Medina volvieron a hallarse sometidas al régimen otomano en 1811. Este panorama ya refleja las grandes divisiones en la interpretación del islam que perduran hasta nuestros días. El lema “divide y vencerás” sigue demostrando su validez y eficacia.
El mensaje ideológico wahabí cobró renovados bríos cuando los militares ingleses unieron sus fuerzas a las de las tribus saudíes en 1917 en la Primera Guerra Mundial para derrotar a los turcos otomanos en Arabia. La Meca y Medina, una vez más, retornaron al feudo saudí wahabí. Desde entonces, el mensaje puritano de Ibn Wahab, tan desdeñado por los sabios otomanos, se ha propagado gracias a la inyección de miles de millones de dólares procedentes de los ingresos del petróleo accesibles a numerosos grupos siniestros en la región. Su mensaje es que “la muerte de infieles es fundamental para purificar la comunidad de los creyentes”. Y como “infieles” incluyen también a los acomodaticios islamistas, sufíes, fieles iraní es ya todos aquellos que no siguen su estricta línea de pensamiento y orientación wahabí.
Nuestros problemas actuales con estos elementos radicales se remontan a la invasión soviética de Afganistán en 1979. En esta ocasión, la CIA adoptó la estratégica decisión de apoyar a los combatientes islamistas radicales para socavar las fuerzas del poderío ruso en ese país. Los combatientes árabes de Bin Laden trabaron una alianza con las tribus pastunes locales, los talibanes, (discípulos religiosos), a fin de perseguir y ahuyentar a los rusos y, posteriormente, a los estadounidenses.
La respuesta occidental, en particular la estadounidense y británica, ha consistido en desplegar soldados y fuerzas militares. La respuesta militar en Afganistán, y posteriormente en Irak y en Siria, ha adquirido tintes desastrosos. La militarización de los conflictos, en lugar de sofocar las llamas y el incendio, los han extendido aún más. Han desestabilizado a los principales países y a su numerosa población. Los actos criminales que deberían haber sido abordados de modo más local sobre el apoyo de fuerzas locales se han convertido en importantes causas de rango internacional. De hecho, han encendido millones de elementos radicales.
Será necesario un claro y cuidadoso análisis para resolver y deslindar los factores del caos creado por intervenciones desacertadas e insensatas. Necesitamos estadistas de visión acertada y a largo plazo, además de destacados esfuerzos educativos y culturales, a fin de despejar y eliminar el embrollo. Tales políticas positivas y estadistas son, desgraciadamente, escasos en los centros de poder en la actualidad.