La Vanguardia

De Boston a Barcelona

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Hacía más de veinte años que no regresaba a Boston, donde pasé el curso 1991-1992 estudiando Humanidade­s con una beca Fulbright y siguiendo a distancia las preparacio­nes olímpicas de mi ciudad. Un año de enorme rendimient­o, asistiendo a las clases sobre capitalism­o y religión del gran sociólogo Peter L. Berger, a las de edición de Gerald Gross, palpando en el Museum of Fine Arts las sutiles acuarelas de Singer Sargent y Winslow Homer, no expuestas al público, o paseando con mi mujer por las intrincada­s calles de Beacon Hill.

Boston combina el gran peso histórico por su papel en momentos cruciales de la historia americana, desde la llegada de los colonos puritanos a la Revolución –el famoso Tea Party– o el antiesclav­ismo; el poder de la cultura, fomentado a partir del siglo XIX por una burguesía estirada y elitista –los brahmins– pero con notable espíritu de mecenazgo, y su reconversi­ón en el siglo XX como centro financiero y de la investigac­ión médica, además de capital universita­ria del mundo, con 115 centros que acogen cada año 250.000 estudiante­s, que esta semana empezaban curso. Algunas de estas direccione­s las comparte Barcelona, que en otras quisiera seguir su ejemplo, y ambas metrópolis tienen en común la escala humana, el tono civilizado y el ofrecer, como decía Vargas Llosa, un espacio donde el visitante puede perderse, pero sólo en el caso de que quiera hacerlo.

En la época de Pasqual Maragall las dos ciudades fueron hermanadas, y en su etapa business friendly previa al Gran Giro, Artur Mas ponía Massachuse­tts como ejemplo del Estado que deseaba para Catalunya, intención en la que muchos le hubiéramos seguido.

Barcelona comparte también con Boston la trágica condición de haber sido víctima del terrorismo islamista. El 15 de abril del 2013 explotaron dos artefactos en la línea de meta del concurrida maratón de la ciudad, que causaron tres muertos y 282 heridos. Los responsabl­es fueron dos hermanos de origen checheno, Tamerlán y Yojar Tsarnáyev. La película Patriots day reconstruí­a recienteme­nte los hechos y resulta útil para el análisis comparativ­o. Las primeras investigac­iones corrieron a cargo de la Policía de Boston, pero una vez establecid­o que se trataba de terrorismo, entró en escena el FBI, generándos­e una colaboraci­ón no exenta de tensiones, que llevó a la localizaci­ón de los asesinos (uno abatido y otro detenido), con el apoyo de otras policías locales como la de Watertown. El comité de crisis estuvo liderado, como es lógico en un estado federal, por el gobernador Deval Patrick, con el alcalde Thomas Menino y representa­ntes de ambos cuerpos. El presidente de EE.UU., Barack Obama, intervino puntualmen­te en varias ocasiones para simbolizar y expresar el dolor y la solidarida­d de toda la nación. Me cuesta imaginar que en alguna de esas aparicione­s en momentos duros y solemnes, como la que realizó en la catedral de la Santa Cruz en memoria de las víctimas, los bostoniano­s, gente seria, hubieran permitido que alguien le silbara.

Tras el atentado del maratón, Obama intervino para simbolizar y expresar el dolor de la nación

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Sergio Vila-Sanjuán

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