Van por buen camino
Delish Factory, fusión de modestia y exquisitez
Abrió hace diez meses, pero Luis pensaba en su anhelo desde hacía más tiempo. Sabe que las ideas a menudo empiezan con un esbozo. Y que requieren fervor y constancia. El proyecto de cocina –que Luis definió pensando en la conveniencia de adaptarse al lugar y al local– lo saca adelante con el Anaëlle, natural de Bretaña, cómplice en la gestión y compañera en la vida.
Él es venezolano. Llegó hace cinco años a la Escuela de Hostelería de Sant Pol para formarse como cocinero. Hizo prácticas en el Celler de Can Roca y trabajó medio año en el Sant Pau. Anaëlle se formó en dos restaurantes de París. Las circunstancias –el mundo es pequeño como un puño– los hicieron coincidir y, hoy, ambos –que pronto serán tres– comparten este proyecto común, él en la cocina, ella en el comedor.
Lo que aquí se ofrece es placentero y sabroso, de sabores limpios e intuitivos. Es una cocina culturalmente universal a partir de la diversidad, una cocina concluyente y razonada que no requiere raciocinios intelectivos: sólo pide devoción para disfrutarla sin prejuicios. La carta la conforman platos y bocadillos –que sin embargo parecen tocados por los dioses– deliciosos. Platos y bocadillos evidencian, aquí, que modestia y exquisitez no son incompatibles. El Delish Factory es un mundo entero ubicado en el rincón de una plácida plaza –la plaza de la Muralla– justo en medio de Mataró.
La cocina será sensible y frágil o no será. Son los pequeños gestos que la hacen grande o prescindible. Lejos de pompa y galanteo requiere afecto y percepción. Y eso Luis lo sabe. Estropear un proyecto es más fácil que mantenerlo, nos dijo. Y tiene razón. Delante de los fogones la exigencia tiene que ser absoluta y permanente. Cada día hay que empezar de nuevo. Cada día tiene que ser un primer día.
La comida fue muy amena. El lugar es sencillo, nada suntuoso. La cocina, tierna y chocante. Esta pareja –Luis Alejandro Arocha y Anaëlle Hamon- va por buen camino.