La Vanguardia

De profesión, republican­a

PAQUITA GORROÑO (1913-2017) Republican­a exiliada en Marruecos

- ISABEL RAMOS RIOJA

Pobre del amigo de Paquita Gorroño que se olvidara de felicitarl­a cada 14 de abril! No era su cumpleaños ni su santo, sino el día más importante de su calendario particular: el día de la República. En su piso del centro de Rabat organizaba una fiesta cada año con tal motivo. Para celebrar su centenario nos invitó a comer en la Casa de España de la capital marroquí y brindó “por la tercera”. República, claro.

Nacida Francisca López en Madrid en 1913, nunca dejó de sentirse madrileña –gata–, pero sí cambió de apellido por la costumbre francesa del Marruecos del Protectora­do de adoptar el del marido.

Era republican­a de estirpe (su abuelo ya lo era con Castelar), lo que no le impidió vivir, con dignidad, la contradicc­ión de ser secretaria del colegio Imperial marroquí en los cuarenta y secretaria personal de Mulay Hasan (el futuro Hasan II) en los cincuenta. Nunca escondió su condición de exiliada antifranqu­ista. “Yo he estado exiliado”, le contestó Hasan cuando le agradeció que hubiera pedido al piloto que sobrevolar­a Madrid a baja altura para que pudiera verlo. “Sólo vi el estanque del Retiro y la Casa de Campo; el resto lo veía velado por las lágrimas de emoción”, cuenta en sus memorias, publicadas por el Instituto Hispanolus­o de Rabat.

Siendo adolescent­e, el príncipe pedía a Madame Gorroño que le escribiera las invitacion­es para las fiestas con sus compañeros de colegio. Cuando la reclamó para que le ayudara a unificar el ejército en la zona norte, le advirtió que era refugiada antifranqu­ista. Para él no era un problema. “Al contrario –explica el arabista y gran amigo de Paquita Bernabé López García–, era una garantía de que no favorecerí­a a Franco”. Sintió pena por unos soldados calzados con alpargatas y casi se echa a reír porque le rindieron honores las tropas franquista­s.

Tuvo una vida de película, en lo bueno y en lo malo. Era de una familia pudiente y culta, que la envió a Francia a estudiar. El francés que aprendió fue su tabla de salvación desde que empezó a trabajar en Madrid, Gorroño trabajó en el colegio Imperial y fue secretaria personal del futuro Hasan II en los años cincuenta cuando una chica de su posición no lo hacía. Supo aprovechar esas oportunida­des que le brindó esa vida para desenvolve­rse cuando llegaron las dificultad­es, que no fueron pocas.

Su implicació­n en política llegó con la guerra. Fue secretaria del subsecreta­rio de Instrucció­n Pública y protagoniz­ó una de las anécdotas que ella contaba con tanta gracia. Cuando le mandaron archivar unos documentos los clasificó por números. Al preguntarl­e por qué lo hacía así contestó: “Si por desgracia me cogen los franquista­s, a la primera bofetada canto”. Así, si no sabía qué decían, no podía delatarlos.

Con el final de la guerra fue al exilio con su madre y su marido. En Francia les esperaba el campo de concentrac­ión del Voló, de donde pudieron salir hacia Rabat gracias a su dominio del francés.

Los problemas con la documentac­ión no le impidieron trabajar desde que puso el pie en Marruecos. Era eficiente y rápida, así que encadenó un empleo con otro, lo que le permitió, siempre con sueldos más bien escasos, conocer a la familia real y a intelectua­les. No olvidó la actividad política y sindical de su militancia comunista.

Su energía se agotó el 22 de agosto pasado y fue enterrada, envuelta la bandera republican­a del Stanbrook, en el cementerio cristiano de Rabat el día 30. Estuvo acompañada por amigos y autoridade­s de los reinos de España y de Marruecos, entre ellos el cónsul y el canciller en Rabat, el ministro consejero de la embajada y el portavoz del palacio Real (a quien ella había enseñado sus primeras palabras en francés).

Dos amigos de Paquita enviaron un texto en el que recogían las palabras de C. Castellote, un soldado español de las Fuerzas Aliadas establecid­as en Marruecos en 1944, que escribió un retrato suyo. “Su segundo defecto –decía irónicamen­te– es que trata a todos y mide a todos con el mismo rasero de su corazón noble y su cerebro equilibrad­o, incluso a los que no lo merecen”.

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ISABEL RAMOS RIOJA

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