La razón práctica
Pere Falqués proyectó en 1908 la Casa de la Lactància, que sería construida por Antoni Falguera en 1913. La fachada de este edificio se distingue por su modernismo de ecos góticos, su ladrillo celeste y el grupo escultórico de Eusebi Arnau que la remata. Como tantos otros edificios protegidos de titularidad municipal, ha sido destinado a usos públicos (hoy es una residencia de ancianos sin recursos). Y, a tal fin, sometido a sucesivas transformaciones. La última, terminada hace menos de un año, tenía por objeto aumentar el número de camas y adecuar la obra a los estándares actuales de climatización, accesibilidad o seguridad.
Lo primero que se ve al contemplar el edificio desde la calle es la difícil convivencia entre la fachada histórica y la remonta, retranqueada ahora a sólo tres metros de la línea de fachada. Pascual, Ausió y Puigdengolas, los autores de esta última reforma, han revestido dicha remonta con un robusto brise-soleil de lamas horizontales y vocación neutral. Pero, inevitablemente, el contraste entre lo viejo y lo nuevo dista de ser armónico.
Este contraste manifiesta también sus aristas en el interior. El edificio está construido alrededor de un gran patio o vestíbulo central, con mosaico en suelo y muros, además de otros trabajos artesanales, y cubierto por un gran lucernario a dos aguas. En su configuración original –planta baja y un piso– este volumen interior era de un carácter determinado. Pero en una reforma de 1968, en la que se añadieron tres pisos, adquirió otro. La idea de Pascual, Ausió y Puigdengolas era potenciar la nueva configuración del patio, dándole continuidad vertical y fomentando la iluminación natural y la convivencia –esta vez más oportuna– entre lo viejo y lo nuevo. Pero el cliente prefirió conservar el espacio original, separándolo del nuevo por vidrios traslúcidos, que no transparentes.
La reforma que nos ocupa ha aportado un estimable trabajo de recuperación patrimonial y, también, la corrección de las groserías de anteriores intervenciones. Pero, por otra parte, ilustra lo difícil que es obtener un resultado óptimo cuando prevalece el deseo del cliente público de aprovechar edificios catalogados para nuevos y más intensivos usos. Esto es algo comprensible en términos sociales. Pero que tiene consecuencias arquitectónicas, que ni siquiera una labor esforzada y minuciosa como la realizada en esta última reforma logra evitar.