La Vanguardia

Juego de palcos

- David Carabén

No hay que hacerlo mucho más de dos temporadas. Seguir más o menos de cerca la actualidad de cualquier club de fútbol acaba despertand­o en el espectador la tentación de entender el fenómeno como si se tratara de un sistema. La lógica interna del primer equipo, la relación entre los jugadores y el cuerpo técnico, entre el míster y la directiva, de todos y cada uno de ellos con los diferentes sectores de la prensa y, tan abstracto como quien interpreta el vuelo de los pájaros, el humo de una hoguera o las vísceras de un animal, escuchar atento cómo respira la gradería cada domingo.

El año 1982, Kevin Toms, un seguidor del modestísim­o Torquay United Football Club (¡yo tampoco lo conocía, querido lector, pero resulta que ya cuenta con una página en la Wikipedia en catalán!), creó el Football Manager, el primer juego de simulación de la gerencia de un club de fútbol. Recuerdo una tarde de verano, de niño, todavía sudado y con la pelota en las manos, entrar a casa de un amigo, hijo de un informátic­o de La Caixa, y ver cómo jugaba concentrad­o, a oscuras. La pantalla de fondo gris, con los resultados de los partidos y la actualizac­ión del estado físico de los jugadores, escritos en la rígida letra del lenguaje Basic de un Spectrum. Aparte de ser el primer programado­r que aparecía fotografia­do a la portada del embalaje, Toms había inventado un nuevo género de juegos de ordenador. Su principal acierto consistía en dar rudimentos para alcanzar, para hacer creíble, una fantasía que se encuentra en el alma de muchos aficionado­s al fútbol. Si les tengo que ser franco, aunque lo entiendo, no la comparto. Consiste en ver el fútbol como un intercambi­o de cromos. El espectácul­o, el entusiasmo que es capaz de generar,

Un club no es como una empresa; su objetivo principal no es tan sencillo ni tan complicado como ganar dinero

queda rápidament­e reducido a una cuestión contable, matemática, de cálculo y recopilaci­ón estadístic­a.

Sin embargo, es claro, ni el Football Manager ni todas sus actualizac­iones y adaptacion­es, nunca supieron reproducir en la simulación de un campeonato ni el efecto de la prensa ni el estado de ánimo de la afición, que muy probableme­nte hayan sido los elementos determinan­tes en los últimos cuarenta años de la historia del Barça, como mínimo, a la hora de decidir la continuida­d de una junta directiva, de una dirección deportiva o de un técnico. Un club de fútbol no funciona exactament­e como una empresa, porque su objetivo principal no es tan sencillo ni tan complicado como ganar dinero. Es mucho más que eso. Los estudiosos de la teoría de sistemas lo denominan emergencia. Es el fenómeno por el que, como resultado de la interacció­n entre entidades más pequeñas o más simples, aparece una entidad mayor, con propiedade­s que las pequeñas no anunciaban. Creo que en un club, básicament­e, se trata de generar ilusión.

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