Juego de palcos
No hay que hacerlo mucho más de dos temporadas. Seguir más o menos de cerca la actualidad de cualquier club de fútbol acaba despertando en el espectador la tentación de entender el fenómeno como si se tratara de un sistema. La lógica interna del primer equipo, la relación entre los jugadores y el cuerpo técnico, entre el míster y la directiva, de todos y cada uno de ellos con los diferentes sectores de la prensa y, tan abstracto como quien interpreta el vuelo de los pájaros, el humo de una hoguera o las vísceras de un animal, escuchar atento cómo respira la gradería cada domingo.
El año 1982, Kevin Toms, un seguidor del modestísimo Torquay United Football Club (¡yo tampoco lo conocía, querido lector, pero resulta que ya cuenta con una página en la Wikipedia en catalán!), creó el Football Manager, el primer juego de simulación de la gerencia de un club de fútbol. Recuerdo una tarde de verano, de niño, todavía sudado y con la pelota en las manos, entrar a casa de un amigo, hijo de un informático de La Caixa, y ver cómo jugaba concentrado, a oscuras. La pantalla de fondo gris, con los resultados de los partidos y la actualización del estado físico de los jugadores, escritos en la rígida letra del lenguaje Basic de un Spectrum. Aparte de ser el primer programador que aparecía fotografiado a la portada del embalaje, Toms había inventado un nuevo género de juegos de ordenador. Su principal acierto consistía en dar rudimentos para alcanzar, para hacer creíble, una fantasía que se encuentra en el alma de muchos aficionados al fútbol. Si les tengo que ser franco, aunque lo entiendo, no la comparto. Consiste en ver el fútbol como un intercambio de cromos. El espectáculo, el entusiasmo que es capaz de generar,
Un club no es como una empresa; su objetivo principal no es tan sencillo ni tan complicado como ganar dinero
queda rápidamente reducido a una cuestión contable, matemática, de cálculo y recopilación estadística.
Sin embargo, es claro, ni el Football Manager ni todas sus actualizaciones y adaptaciones, nunca supieron reproducir en la simulación de un campeonato ni el efecto de la prensa ni el estado de ánimo de la afición, que muy probablemente hayan sido los elementos determinantes en los últimos cuarenta años de la historia del Barça, como mínimo, a la hora de decidir la continuidad de una junta directiva, de una dirección deportiva o de un técnico. Un club de fútbol no funciona exactamente como una empresa, porque su objetivo principal no es tan sencillo ni tan complicado como ganar dinero. Es mucho más que eso. Los estudiosos de la teoría de sistemas lo denominan emergencia. Es el fenómeno por el que, como resultado de la interacción entre entidades más pequeñas o más simples, aparece una entidad mayor, con propiedades que las pequeñas no anunciaban. Creo que en un club, básicamente, se trata de generar ilusión.