La Rambla y una madre
El pasado sábado, como a muchos barceloneses, me robaron la cartera en el paseo de Gràcia. Y los manguis no fueron magrebíes sino catalanes, algunos de ellos, los menos, con vocación exclusivamente española. Fueron, pues, algunos de los nuestros quienes nos impusieron unas banderas y pancartas, que, pese a la astucia, cada vez más grosera y más insoportable de nuestros políticos principales, no se merecían los muertos de la Rambla y los heridos que aún sufren, que aún pelean contra la muerte en algunos hospitales barceloneses. No debería ser así, pero así acostumbra a ser. Cuando conoces a una o varias víctimas de un atentado terrorista, observar la actuación pública de la mayoría de políticos provoca muchas más náuseas y vómitos. Y lo mismo o algo parecido podría decirse de demasiados conciudadanos, que con sus frases, poemas, velas, flores y fotografías sólo buscan y consiguen un breve protagonismo lacrimógeno. No se trata de dolor, fraternidad o sensibilidad. Es sólo curiosidad, aparente emoción, pornografía disfrazada de falso dolor, que busca soezmente la cámara de televisión. Pero así se llenan horas y horas de programación televisiva sin gastar un euro.
Las víctimas son siempre una excusa. Las víctimas, periodísticamente, no venden, no son atractivas. Incluso en las películas, novelas y cómics sucede lo mismo. Sería, pues, mucho más digno dejar que los familiares entierren en paz a sus muertos o consuelen a sus heridos. Y mejor no manifestarse que permitir procesiones utilizadas por los carteristas que sólo sirven para que nos jodan en ellas la cartera y para que las diferentes propagandas políticas aprovechen los muertos y heridos, las víctimas, para lograr sus objetivos. Mejor, pues, olvidarnos de las víctimas, de todas las víctimas, a quienes posteriormente dedicamos estatuas o memoriales sólo porque esa aparente manera de recordarlas permite a los políticos mostrar sus lágrimas más logradas el día de su inauguración. Es mucho más fácil crear un memorial que ser eficiente. La prueba es que nuestras principales autoridades municipales han convertido a los miembros de la Guardia Urbana en algo así como vigilantes privados dedicados a los manteros. Porque el Ayuntamiento de Barcelona, conviene recordarlo, maltrató en su día a la Guardia Urbana, confundiendo una mínima parte de la misma con su totalidad.
Fermín Villar, presidente de la asociación Amics de la Rambla, suele decirme que ese paseo se adelanta, que avisa de lo que después ocurre en otras zonas de Barcelona. El lunes hablé con él y me dijo que, cuando pase el luto, la noche de la Rambla volverá a ser una jungla. Yo me atreví a mentirle y le dije que Ada Colau y Gerardo Pisarello, tras sus aparentes emociones televisadas y ese entusiasmo que se asoma a sus rostros cuando hablan de teatro, es decir, del memorial, van a demostrar, al fin, que son capaces de ser eficientes y de asumir alguna responsabilidad. No sé si convencí a Villar. Creo que no.
Si acabo esta crónica sin escribir el nombre y apellido de una de las víctimas barcelonesas del atentado de la Rambla es porque ni estoy autorizado ni quiero que la utilicen los políticos. Sólo diré que es una madre valiente que se sacrificó para salvar la vida a uno de sus hijos.
Fermín Villar El paseo avisa de lo que después ocurre en otras zonas de Barcelona