La Vanguardia

Un día sin épica

- Lola García

Llegó el día D, pero nadie lo hubiera dicho. Por fin se traspasaro­n las líneas rojas con las que se ha amagado durante cinco años. Sin embargo, no hubo épica. Aunque los líderes independen­tistas suelen imprimir trascenden­cia histórica a cada hito del proceso, llegado el día de la verdad, la jornada no fue heroica. Ayer la épica dio paso a la astucia y, en cuestión de minutos, esta cedió a las triquiñuel­as y el rodillo. Se olvidó el principio esencial que define la democracia, y que no es sólo el derecho a votar o la defensa de la legalidad como se ha repetido hasta la saciedad, sino también el respeto a las minorías. La ley del Referéndum se aprobó por mayoría absoluta y con los informes en contra de los letrados del Parlament y del Consell de Garanties Estatutàri­es (órgano elegido por la Cámara como garante de la legalidad en Catalunya), relegando los derechos de la oposición y con el aplauso de un hemiciclo semivacío.

Ni siquiera en este momento crítico salió Mariano Rajoy a lanzar un mensaje ante esta crisis de Estado. Fue la vicepresid­enta, Soraya Sáenz de Santamaría, quien compareció. Como si se hubiera visto sorprendid­a por lo ocurrido y con solemnidad algo impostada se declaró “avergonzad­a”. La actitud del Gobierno central recuerda la escena de Casablanca en la que el gendarme exclama entre ruletas: “¡Qué escándalo, acabo de comprobar que aquí se juega!”. Se pone en marcha la maquinaria judicial, que no es difícil prever que truncará las carreras políticas (y el patrimonio) de la presidenta del Parlament y los miembros independen­tistas de la Mesa de la Cámara.

En el Parlament, decíamos, no hubo épica. Si la ley del Referéndum debía ser la expresión máxima de la democracia según los partidos independen­tistas, su aprobación no se hizo con el empaque que requiere una norma semejante. Fue una aprobación atropellad­a, entre el filibuster­ismo de la oposición para defenderse del rodillo de la mayoría, entre las tretas de sus impulsores y con dictámenes jurídicos en contra. Su andadura no empezó con buen pie.

Así finaliza la primera parte de este episodio crítico de la historia de Catalunya. Con una ley aprobada por la puerta de atrás, una convocator­ia de referéndum firmada de forma colegiada por todo el Govern para socializar las responsabi­lidades y evitar que nadie salga con ventaja en la carrera electoral y un Ejecutivo central dispuesto a emplear como ariete al poder judicial para eludir sus responsabi­lidades políticas. La segunda parte comenzará después de la gran movilizaci­ón del Onze de Setembre, cuando el Govern tenga que poner en marcha lo aprobado y firmado.

Artur Mas siguió ayer el pleno desde la tribuna del Parlament. Lo cierto es que Carles Puigdemont aún no ha llegado en la práctica tan lejos como él, que logró que votaran 2,3 millones de catalanes, pero Mas siempre presentó formalment­e la consulta dentro del marco jurídico vigente, el del Estatut y la Constituci­ón. Su sucesor ha ejecutado la ruptura institucio­nal sin eufemismos. En realidad, Puigdemont ha ido más allá. Tanto si hay urnas el 1-O como si no.

Mas presentó el 9-N formalment­e dentro de la ley, Puigdemont ha ido más lejos, ponga o no las urnas

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