La Vanguardia

El gran éxodo de Florida ante la furia del huracán gigante ‘Irma’

El gobernador de Florida insta a casi seis millones de habitantes a dejar sus casas

- ANDY ROBINSON Miami Enviado especial PELIGRO INCIERTO

Miami se ha convertido en una ciudad fantasma en las últimas horas. Sus habitantes huyen de la furia del huracán Irma. El éxodo de Miami Beach choca con el colapso en los albergues de los barrios.

Un viernes por la noche cualquiera, la Ocean Avenue en Miami Beach suele estar atascada de limusinas y 4x4 que desprenden el hondo zumbido del reggaeton. Pero en la cuenta atrás para la terrorífic­a llegada del Irma, un huracán que ya azotaba el oriente cubano, los únicos vehículos eran las furgonetas de las cadenas de televisión.

Iluminados como fantasmas, los reporteros daban las últimas noticias sobre el huracán mientras las primeras ráfagas de viento deshacían sus peinados, y los primeros silbidos daban el efecto de sonido deseado. Había buenas y malas noticias para los perplejos residentes de Miami. El ojo del Irma se había desplazado un poco hacia el oeste, hacia Tampa. Pero podía volver hacia la gran metrópolis. Es mas, este huracán es tan grande que arrasará las dos costas simultánea­mente de la península del sur de Florida. Y alimentánd­ose del mar globalment­e calentado del Caribe volvería a subir a la categoría cinco.

Sería uno de los cinco huracanes más potentes en golpear Florida en los últimos 82 años y “matará a quien encuentre en su camino”, dijo el Weather Channel desde su cabeza de puente en Ocean Drive.

Miami Beach, es una de los barrios más cotizados del mundo. Sus bloques de apartament­os con vistas al océano son inversión obligatori­a en las carteras de inversión de los fondos inmobiliar­ios globales. Pero en la noche del viernes, esta hilera de activos inmobiliar­ios en un estrecho dedo de arena, parecía un reto desquiciad­o a merced de la naturaleza ya catastrófi­camente modificada. “Esto es lo que pasa cuando uno elige vivir en lo que es básicament­e un banco de arena metido en un mar tropical: tarde o temprano un huracán te va a hacer mucho daño”, reflexionó Carl Hiaasen, gran cronista en el Miami Herald. Ya se sabía ayer en los lobbies de hotel y los albergues llenos de refugiados y en las últimas caravanas de coches que se dirigen hacia el norte que Irma es ese huracán.

Los residentes de South Beach, son de los 5,6 millones que viven en zonas que el gobernador republican­o Scott Waker ha instado repetidame­nte a evacuar. Casi todo estaba cerrado en Ocean Drive. Pero en el teatro hedonista que es Miami Beach unos pocos no quisieron desanimars­e. “Las fiestas prehuracán sólo las celebran los no iniciados”, me dijo Hiaasen en otra visita. Sin embargo en el bar de rock Finnegans Way en medio de los hoteles art déco ahora reforzados con tablas, un grupo de dedicados seguidores de la movida de Miami lucían músculos tatuados al son del

Highway to hell (carreta al infierno) de AC/DC.

Las pantallas del huracán, un remolino parpadeant­e de colores psicodélic­os parecían el ambiente visual de un club de acid house. El cóctel ideal para la víspera del ciclón: el dark and stormy, una mezcla de ron cubano y cerveza de jengibre.

Más al sur, en calles desiertas, una chica patinaba sola delante de las palmeras negras ya agitadas y los semáforos tambaleant­es pero aún operativos. Un indigente de largo pelo blanco rizado y ropa harapienta deambulaba des- quiciado como un profeta. Delante del hotel Clevelande­r, una pareja recogía arena de la playa y la metían en bolsas de plástico en el maletero de sus 4x4. “Es para reforzar los cimientos de nuestra casa”, dijo el hombre. ¿Sois Residentes de South Beach? “¡Qué va! –respondió–; es zona de ricos; nosotros vivimos en el gutter (cloaca)”.

Mientras la mayoría de los refugiado de Miami Beach se alojaban en hoteles o con amigos o se dirigirían más al norte, más de 20.000 habitantes de las barriadas buscaban refugio en los 40 albergues municipale­s donde el viernes por la mañana se formaban largas colas bajo temperatur­as de 30 grados. Muchos ya están llenos. Esto pese las garantías insistente­s del alcalde demócrata y gobernador republican­o –que se emplean a fondo diseñando estrategia­s de prevención de daños colaterale­s electorale­s– de que habría capacidad para 100.000.

“Yo fui en un autobús municipal a cuatro refugios y estaban todos a tope”, explicaba una residente. Incluso en los refugios se palpaba las tensiones de la siempre cruel jerarquía social de Florida. Más de 1.000 indigentes fueron recogidos por la policía a última hora de las calles para alojarlos en los refugios. Pero “la gente que tiene casa no quiere mezclarse con los sin techo; hay mucho desprecio en los refugios”, dijo el jamaicano David Foster, residente de Little Haití. Tampoco resultaba reconforta­nte el llamamient­o a ultima hora del gobernador Scott Walker para que mil enfermeros voluntario­s se presentase­n para atender a las emergencia que pueden ocurrir en los refugios.

Lo mas extraño de recorrer las avenidas vacías de una ciudad fantasma en la víspera de la catástrofe es la impotencia. Miami es una metrópolis de 5,5 millones de habitantes. Pero espera al Irma como un cordero sacrificia­l.

Los que quedamos en la ciudad ya somos expertos en la termodinám­ica de ciclones y hablamos con la autoridad de los científico­s atrinchera­dos en el centro de huracanes, un edificio blindado en las afueras. “Cuando yo era joven sólo sabíamos que había llegado el huracán cuando oíamos caer los árboles; ahora lo sabemos todo desde el momento en el nace”, dice Hiaasen. Pero nadie puede hacer nada.

El ojo del huracán ahora se desvía hacia el oeste, pero puede volver a girar más fuerte Los 20.000 habitantes de barriadas buscan refugio en albergues abarrotado­s

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ANDY ROBINSON Miami Enviado especial
 ?? DAVID GOLDMAN / AP ?? Una mujer besa a su hijo mientras esperan el paso del huracán, ayer en uno de los refugios habilitado­s en Miami
DAVID GOLDMAN / AP Una mujer besa a su hijo mientras esperan el paso del huracán, ayer en uno de los refugios habilitado­s en Miami
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