La Vanguardia

Guillermo del Toro

‘La forma del agua’ consigue el premio mayor del Festival de Venecia

- PÀGINA 55

DIRECTOR DE CINE

El mexicano Guillermo del Toro se alza con el León de Oro, el premio mayor del Festival de Venecia, por La forma del agua, impactante cuento de hadas que remite a la leyenda de La bella y la bestia durante la guerra fría.

Venecia con Guillermo del Toro. El primero de la clase de los directores mexicanos, el más simpático, el más próximo, el más querido de todos. El más gordo también (aunque está a dieta y se nota). Venecia que concede su León de Oro a la maravillos­a

La forma del agua, la película más romántica de Del Toro, la mejor de todas, al menos la más significat­iva desde El laberinto del fauno (2008) por lo menos.

La forma del agua resulta un cuento de hadas con el fondo del horror de la guerra fría. Una parábola que habla del amor sin avergonzar­se, y que no obvia todas esas formas del amor, como el sexo entre una mujer tan muda como aislada (Sally Hawkins) y un monstruo marino tan inquietant­e como entrañable. “Hay un momento en que, como cineasta, tienes que arriesgarl­o todo”, dijo Del Toro con el León en la mano. “Creo en la vida, en el amor y en el cine”, añadió, emocionado.

Merecido León de Plata, a su vez, para Samuel Maoz por Foxtrot , un drama sobre la culpa con el conflicto árabe-isralí como contrapunt­o. Maoz ya había ganado el León de Oro en Venecia por Libano (2009).

El mejor director fue Xavier Legrand, que también consiguió el premio a la mejor ópera rima. Su impresiona­nte Jusqu’à la garde

(Custody) resulta una mirada descarnada a la violencia de género; quizá la mejor que ha dado el cine hasta ahora, la más comprensib­le, la más sincera mirada a unos hechos que tan tremendos resultan.

Otro premio merecido: mejor actriz, Copa Volpi del festival, para Charlotte Rampling. Su trabajo en

Hannah, del italiano Andrea Pallaoro, es extraordin­ario, mejor incluso que el filme en su conjunto. Rampling ofrece una rigurosa aproximaci­ón al alma de una mujer herida, sin vanidad, que intenta seguir con una vida marcada por la tragedia. Un filme que remite a Cassavetes y, por momentos, a Haneke. Pero sobre todo remite a la sinceridad sin maquillaje de Rampling.

El mejor actor, para el jurado, ha sido para Kamel El Basha, uno de los protagonis­tas de una obra coral

como resulta El insulto, de Ziad Doueiri, donde un litigio menor va creciendo y creciendo como una avalancha inesperada en el Líbano de ahora mismo.

El premio para el mejor guión, merecidísi­mo, va a parar a Martin McDonagh, por su brillante y afilada escritura en Tres anuncios a las

afueras de Ebbing, Misuri, del que oiremos hablar mucho a partir de ahora. Premio especial del jurado, en fin, para el hermoso western australian­o, de paisajes impresiona­ntes, como es Sweet Country ,de Warwick Thornton. Y Premio Marcello Mastroiann­i, el premio para un actor del futuro que recae en Charlie Plumer , protagonis­ta de

Lean on Pete, de Andrew Haigh. No; no lo ha debido tener fácil Anette Bening y el resto del jurado a la hora de armar un palmarés que reflejara lo que ha sido la 74.ª edición del Festival de Venecia. Y no ha debido de ser fácil por las mejores razones: por el exceso de buenos títulos. Este festival de Venecia se ha quedado corto de premios ante tantas buenas películas. Uno imagina a Anette Bening y su gente, a la hora de tomar decisiones, como unos jugadores de sudoku frente a un palmarés que se quería montar, y así ha sido, con justicia.

Lo cierto es que Venecia, como festival, ha vivido grandes momentos. Uno de los mejores fue el encuentro, lleno de ternura y encanto, entre Robert Redford y Jane Fonda para recibir ambos el León de Oro a su carrera. Era la imagen de un Hollywood eterno.

Un festival que, además, ha sabido destacar la labor de los intérprete­s de una cierta edad, o sea, de viejos actores y actrices tantas veces olvidados. Como la premiada Charlotte Rampling, como Michael Caine y dos grandes damas de los escenarios británicos: Judi Dench y Hellen Mirren. Sin olvidar por supuesto a Donald Sutherland, compañero de Mirren en The leizure seeker, el primer filme en inglés del italiano Paolo Virzi, actor del que ayer mismo se anunciaba que recibirá un Oscar honorario.

Venecia también ha apostado por la realidad virtual, ese cine de 360º que todavía se vive más como una atracción de feria que como un medio maduro de expresión. Ha sido un festival que, a decir verdad, empezó bajo sospecha con el subrayado de la presencia de una sola directora en la veintena de títulos en competició­n: la china Vivian Qu, por Jia Nian Hua (Los ángeles visten de blanco). Y que paradójica­mente ha regalado alguno de los personajes femeninos más complejos e interesant­es que se han visto en mucho tiempo. Baste recordar la Mildred, esa madre coraje, de Frances McDormand, en Tres anuncios…; la silenciosa, por muda, y sin embargo emocionant­e Elisa, de Sally Hawking, en el filme de Del Toro, o esa mujer a la deriva que encarna, en Hannah, Charlotte Rampling.

Un festival completo, en definitiva. De una calidad media indiscutib­le, por momentos admirable. Decantado a los Oscar, es cierto y falto, quizá, de un poco de riesgo. De ese cine rompedor del que, en otras ediciones, el certamen ha estado sobrado. En este Venecia, sin embargo, todo cabe si tiene méritos para ello. Más allá del palmarés, pues, quien gana es Alberto Barbera, el director de la mejor Mostra en años.

El realizador con el trofeo en la mano, dijo: “Creo en la vida, creo en el amor y creo en el cine” El encuentro ha apostado por el cine de 360º que todavía se vive como una atracción de feria El certamen ha tenido personajes femeninos más complejos e interesant­es que se han visto en el cine

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ETTORE FERRARI / EFE El director mexicano Guillermo del Toro consigue el León de Oro por La forma del agua
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