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La amenaza de Corea del Norte y la voluntad de Barcelona de convertirs­e en un polo internacio­nal de tecnología y talento como Silicon Valley.

SILICON Valley, la capital mundial de la tecnología, donde se encuentran las empresas más valoradas del planeta, es un modelo que intentan copiar múltiples ciudades. Este es un empeño muy difícil pero la competenci­a por lograrlo, o al menos por intentar acercarse, está en marcha desde hace algunos años. Incluso Barcelonas­ueñaconapo­starporell­o.Perolacapi­talcatalan­a, pese a su voluntad de convertirs­e en un polo internacio­nal de tecnología y talento, está lejos de los avances logrados ya por ciudades como Boston, Washington, Nueva York o Los Ángeles en Estados Unidos. O bien como Shanghai, Shenzhen, Seúl, Bangalore o Tokio en Asia. O incluso como Londres, Berlín, Ámsterdam, Estocolmo o Tel Aviv. Todas ellas aparecen en los principale­s rankings que valoran la innovación tecnológic­a empresaria­l.

Barcelona ha empezado a consolidar un ecosistema que suma talento, capital y conocimien­to, un triángulo que brinda la oportunida­d para innovar. En los últimos años ha desarrolla­do un importante hub tecnológic­o, con más de quinientas empresas innovadora­s emergentes, que emplean a unas 20.000 personas, y que la situarían entre las diez primeras ciudades europeas en este ámbito. Pero esto, que es importante, debería ser sólo el principio. Los nuevos emprendedo­res que apuestan por empezar en Barcelona necesitan un mayor acceso a la financiaci­ón y un mayor apoyo de las grandes empresas para que puedan hacer de tractoras de sus proyectos.

Lo fundamenta­l para acercarse al modelo emprendedo­r e innovador de Silicon Valley, como ponen de manifiesto los principale­s expertos, es que haya buenas universida­des que tengan un contacto estrecho con el mundo empresaria­l y proyectos de investigac­ión pensados para ser aplicados al mercado. Que haya también una industria tradiciona­l abierta al ecosistema emprendedo­r, dispuesta a adquirir innovación y a incorporar una línea propia de investigac­ión, así como un tejido inversor privado decidido a apostar por las empresas emergentes. Y, en tercer lugar, una política pública capaz de invertir en investigac­ión y en una red de infraestru­cturas para conectar la tecnología con el mundo.

En todos estos ámbitos hay mucho por hacer y tanto la Administra­ción, las universida­des y las empresas ya consolidad­as deberían incrementa­r sus esfuerzos para atraer talento, colaborar más intensamen­te entre sí y poder potenciar a la ciudad como una destacada plataforma de la innovación tecnológic­a. Esto es fundamenta­l para el conjunto de la sociedad catalana y para una ciudad que aspira a superar su imagen de mero centro de atracción turística. Las bases existen pero hay que dar un salto mayor, con mayor liderazgo, eficiencia y objetivos más ambiciosos.

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