La Vanguardia

La impotencia y el miedo se apoderan del sur de México tras el terremoto

Las continuas réplicas del seísmo, que suma 61 muertos, no dan tregua

- MÉXICO Redacción y agencias

“Aquí viene otro”, gritan los jóvenes de Juchitán, la ciudad más afectada, mientras se alejan de los edificios

Da igual que te expliquen que lo peor ya ha pasado. El miedo a nuevos derrumbes por las réplicas del terremoto que sepultó a tantos vecinos apenas deja dormir. Ante los escombros de sus casas, centenares de habitantes de Juchitán de Zaragoza, en el sur de México, pasaron ayer su segunda noche al raso y sin saber qué será de ellos.

Juchitán es el municipio más afectado por el movimiento telúrico de 8,2 en la escala de Richter que la noche del jueves a viernes sacudió todo México y ya ha sido catalogado como el más virulento del último siglo.

“Toda la casa de enfrente se vino abajo y la de atrás también, y nosotros perdimos todo”, relata Gabriela Ortiz, una de las damnificad­as en esta población del sureño estado de Oaxaca. Ortiz vio como, frente a sus ojos y en cuestión de segundos, el potente terremoto se llevaba todas sus pertenenci­as y ponía en riesgo su vida y la de los suyos.

“Fue horrible, siento impotencia”, reconocía ayer con lágrimas en los ojos junto a su hermano menor y su tía. Sentada en un sillón frente a su antiguo hogar, a la intemperie y ante un calor que no da tregua ni de noche ni de día, Ortiz montaba guardia frente a su morada en este humilde municipio del sureño estado de Oaxaca.

Tiene miedo de que se lleven aquellos objetos que un día espera recuperar, pero todavía más pánico a que una réplica de este poderoso temblor –sólo comparable al de 1932– acabe con su vida y la de los suyos.

El terremoto había dejado hasta anoche 61 muertos en México, más de 250 heridos y 159 municipios con declaració­n de emergencia. Hasta 45 personas murieron en Oaxaca (sur), 12 en Chiapas y 4 en Tabasco (ambas al sureste). Juchitán de Zaragoza acumula más de la mitad de estos muertos –36– sepultados bajo casas e infraestru­cturas. “Ya viene, aquí viene otro”, gritaban unos jóvenes tendidos en colchones en plena calle mientras se levantan y ayudan a los más mayores a colocarse en medio de la calle, lejos de casas resquebraj­adas hasta los cimientos, que parecen aguantarse con pinzas.

“Estamos a la expectativ­a de que algo pueda suceder con las réplicas. Con sólo ver cómo se derribaron las casas, con cualquier movimiento la gente entra en psicosis. Nos atormentam­os todos”, subraya Óscar Cuevas, un vecino que vio como el seísmo le abría una brecha de un palmo en casa. Comentario­s como estos eran generaliza­dos en el centro de esta población de unas 100.000 personas y donde hay unas 7.000 viviendas afectadas, según el recuento oficial.

Pese a la celeridad de la ayuda, el esfuerzo sabe a poco para los miles de damnificad­os de esta tragedia con una gran incertidum­bre: ¿Tendrán de nuevo una casa donde vivir?

El presidente de México, Enrique Peña Nieto, acudió el viernes a Juchitán. Una visita relámpago en la que prometió restablece­r agua, alimentos y atender médicament­e a sus habitantes.

Ante esta crisis la llegada del huracán Katia, ya debilitado y convertido en depresión tropical, pasó a tercer plano. Pese a todo, la fuerza de la lluvia era tal que costó la vida a dos personas en el estado de Veracruz.

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HO / AFP El presidente Peña Nieto abraza a una afectada de Juchitán

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