La Vanguardia

Es el pueblo

- Cristina Sánchez Miret C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga

Lo sé porque me dedico a ello –a estudiarlo­s– y estos son unos mecanismos que conozco muy bien dado que se repiten en todas las circunstan­cias de desigualda­d; hablo de la invisibili­zación, de la infantiliz­ación, de todo aquello que hace el grupo empoderado para profundiza­r en la discrimina­ción del grupo al que quiere dejar sin derechos. Y ahora lo veo constantem­ente aplicado –como quien sigue el manual– en el relato del unionismo con respecto a lo que ellos denominan proceso secesionis­ta catalán.

Dejar al pueblo –en este caso aquellos que defendemos la bandera del derecho a decidir y/o de la independen­cia que no deja de ser, por mucho que parezca lo contrario, sólo un aspecto subsidiari­o– desposeído de su empoderami­ento es una de las luchas básicas de una parte muy importante de los políticos.

Por eso no cesa el discurso de cómo los dirigentes independen­tistas nos han engañado y somos un rebaño de corderos sin criterio. Y también por eso no quieren que los que votarían no vayan a hacerlo –a pesar de las posibilida­des de ganar que tienen–, porque eso es realmente dar la soberanía al pueblo. Y hay muchos que no quieren que la tenga –ni siquiera el supuesto pueblo que representa– y si para detenernos tienen que utilizar la democracia, o el Estado de derecho, o la unidad de España, o lo que sea, tanto les da, tienen demasiado que perder.

Seguirán menospreci­ando nuestra participac­ión; nuestra presencia en la calle es lo más peligroso para ellos. Este es realmente el tema al que no se quieren enfrentar muchos poderes fácticos; incluidos algunos de aquellos que se han definido como los más revolucion­arios del mundo mundial. De los que no puedo dejar de decir que sólo quieren aquellas revolucion­es que ellos pueden capitaliza­r o aquellas que ellos movilizan; porque el resto son un peligro para su statu quo, igual que lo son para el resto del poder contra el que supuestame­nte luchan.

No dejemos que nos hagan esto, pensemos lo que pensemos, porque entonces les estamos regalando nuestra soberanía. Su poder es el resultado de la renuncia o la usurpación del nuestro. Salgamos todas y todos a la calle a defender y exigir nuestros derechos. Aun sabiendo –y precisamen­te por ello– que seguirán menospreci­ando nuestra participac­ión, nuestra mera presencia, nuestra inteligenc­ia, nuestro criterio y nuestra capacidad de decisión.

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