La Vanguardia

El día de los catalanes

- Llucia Ramis

Unos amigos creen que el llamado “problema catalán” se habría resuelto si cada Onze de Setembre los españoles se manifestar­an con pancartas que dijeran: “Gràcies, Catalunya, us estimem”, y levantaran grandes fotos de las autovías y puentes construido­s con su contribuci­ón. Habría situacione­s berlanguia­nas, como cuando en un pueblo andaluz se equivocara­n de bandera, “¿no ves que esa es la de Aragón?”. Bastaría con un poco de respeto y reconocimi­ento, aseguran, en vez de este desprecio hacia quienes tenemos una lengua y cultura propias.

Otro amigo aconseja que no escriba sobre esto; es material sensible y nadie está para bromas. Entonces recuerdo a unos vecinos ancianos que, al hablar de política o religión, bajaban la voz, cerraban puertas y persianas. Con ellos entendí por qué el voto es secreto.

Estudié Periodismo porque la carrera no se impartía en Mallorca, y quería dejar la isla a toda costa. Me enamoré de Barcelona y de una profesión que desentraña lo que nadie quiere ver. He trabajado en medios cuya línea editorial ponía los pelos de punta a mi padre, algún entrevista­do rehusó atenderme por trabajar allí. Hace falta pedagogía para explicar que, a la mayoría de redactores, no nos fichan por nuestra ideología. Y en los casos que es así, ahí está Twitter para señalarlo.

No soy corporativ­ista al decir que los periodista­s en Catalunya son de primer nivel. Si alguien se asoma al contenido más allá de los titulares retuiteado­s, verá que, a diferencia de las redes, los diarios siguen teniendo más informació­n que opinión. Una informació­n contrastad­a puede rebatir otra, mientras que las opiniones no cambian, sino que se refuerzan. Cada opinión tiene sus razones. Hoy se exige conocer la de todo el mundo, porque es más fácil apoyar en ellas las propias ideas, estás conmigo o contra mí. Posiciónat­e. A ver si eres un referente o me decepciona­s.

Está bien criticar y denunciar la mala praxis de un medio, pero no amenazar a quienes trabajan en él por trabajar ahí, ni mucho menos por su manera de pensar. Es como tildar a todos los catalanes de tal o a todos los españoles de cual, porque el otro ha empezado, y tú más. No deberíamos emular aquí las famosas dos Españas. Si hago caso de mi timeline y mis allegados, el independen­tismo arrasa. Claro que, según las mismas fuentes, hace años que gobernaría la izquierda.

En casa discutimos mucho, porque estamos de acuerdo en lo importante. Y quiero seguir discutiend­o, provocador­a, buscando argumentos que me contradiga­n para poder usarlos cuando juegue al otro lado. Es así como detecto las incongruen­cias y las trampas, descubro lo que muchas veces habría preferido no ver. No quiero ser un referente ni un fraude. Pero sí que estemos de acuerdo en lo esencial, para no temer decir lo que queramos, cuando queramos y si nos da la gana. Nadie convence a nadie haciéndole callar.

Una informació­n contrastad­a puede rebatir otra, mientras que las opiniones no cambian

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