Almudena Grandes
ESCRITORA
Almudena Grandes publica su nueva novela, Los pacientes del doctor García (Tusquets), que cuenta la historia de un médico republicano que subsiste con identidad falsa en el Madrid franquista y se topa con una red nazi.
Los pacientes del doctor García (Tusquets), la última novela de Almudena Grandes (Madrid, 1960), es una catedral narrativa, con imponentes bóvedas y conmovedores pequeños detalles en las vidrieras. La trama pivota en torno a un médico republicano que subsiste en el Madrid franquista bajo una identidad falsa; un día recibe la visita de un amigo, también con nombre cambiado, que acude para infiltrarse en una red que ayuda a huir a Argentina a jerarcas nazis. La fascinante mala al frente del montaje es un personaje real, Clara Stauffer Loewe, española y alemana, falangista y nazi. Pero hay mucho más: el Madrid sitiado, la segunda guerra mundial, la División Azul, sexo, amistad, incluso boxeo... Y personajes y situaciones cruzadas con varios libros anteriores de la autora.
¿Esta obra supone un do de pecho narrativo? Si se ve una mayor ambición, será por el prestigio del tema. Sí ha sido la más difícil de escribir. Hablamos de una red clandestina y eso implica ya dificultades para la documentación. El Estado franquista jamás reconoció sus connivencias con esta red, por la cuenta que le traía. Argentina creó un organismo oficial para proteger a los nazis, pero en España los archivos siguen ocultos. Hay conexiones inesperadas: ¿qué tienen que ver las bases americanas con esto? Pues todo, porque son la culminación de la postura permisiva de EE.UU. con la España de Franco. O la carta que Franco envió a Hitler pidiéndole ayuda, que tuvo implicaciones en la economía española en los 40. La forma de Franco de devolver el favor a los nazis fue que Sofindus, un entramado de empresas alemanas, tuviera el monopolio de la importación y exportación en España. No sólo los nazis salvaron el pellejo sino que muchos alemanes se hicieron millonarios con las contratas de obras públicas en la España de Franco. Me han ayudado muchos libros, entre ellos los de Eduardo Martín de Pozuelo.
Hasta los malos caen bien aquí, ¿no? El siglo XX consiguió convertir en asesinos a pobres hombres, que pasaron a ser monstruos sin dejar de ser pobres hombres, como Adrián, el boxeador de la División Azul. Ese episodio de Estonia es real: mataron a 2.500 personas en cuatro días. Contar un crimen contra la humanidad desde el punto de vista del criminal es complicado, por los dilemas morales. Pero, para que un malo dé miedo de verdad, tiene que tener luces, momentos buenos. Igual que los buenos tienen zonas oscuras, dudas y contradicciones.
Lo del combate de boxeo en un barco ¿de dónde salió? Los libreros de Bilbao me llevaron un día de chiquitos. En uno de los bares vi fotos con combates de boxeo en gabarras, que eran más altas que los barquitos donde se situaban los espectadores, con lo que pensé que estos no podrían ver si se producía un golpe bajo. Hice indagaciones en un gimnasio, buscaba un golpe bajo que no fuera en los huevos, quería una cosa más elegante, pero los boxeadores me dijeron que no había otra.
La complejidad estructural se suma a las identidades cruzadas o superpuestas, algunos personajes tienen muchas. Esta es la historia de tres impostores, porque con su propia identidad ninguno habría podido hacer nada de lo que hace. Leí tanto a Le Carré de joven que al final ha salido por ahí.
En una casa hay un armario con un dispositivo que da acceso a un pisito oculto en el que vive gente escondida. Eso era así, hubo muchos emboscados, gente que vivió 20 o 30 años escondida en su casa.
Sus novelas son de personajes, con psicologías muy trabajadas. ¿Cómo reconstruye la de personas reales, como Clara Stauffer? A través de testimonios, de libros, de sus propios textos, de gestos en las fotografías... Stauffer, amiga de Pilar Primo de Rivera, tuvo doble militancia, la de Falange, donde fue alto cargo de la Sección Femenina, y la nazi. Acompañaba a militares españoles a sus entrevistas con Hitler y les hacía de intérprete. Fue una gran deportista, explotó para sí las libertades de la mujer republicana: compite, nada con bañador, es esquiadora, viaja, vive sola… pero después de la guerra impone a las mujeres españolas un modelo de vida distinto al que la ha formado a ella. Pasa de esquiadora a matrona vestida de negro con un aspecto sombrío. Era una mujer simpática, con una gracia castiza.
Hay cameos impagables: Eva Perón, Negrín… Desde que me apropié de Dolores Ibárruri en Inés y la alegría ya me siento liberada. Si pude con ella... Negrín es el hombre de Estado más importante que ha tenido España en el siglo XX, muy maltratado y solitario. Me conmueve su valor, que un catedrático de fisiología, un médico brillante al que habrían acogido un montón de universidades europeas, acabe asumiendo responsabilidades y se quede y sea presidente del gobierno...
Sus héroes tienen una épica muy particular... Es un modelo de gente que se mete en unos fregados tremendos no por servir a su país, sino por hacer un favor a un amigo. Salvan la vida a alguien que se la salvó un día a ellos, por amistad, no por grandes ideales. Siempre he respetado la consigna de don Benito (Pérez Galdós) de contar la historia desde abajo.
Negrín envía un emisario a Madrid para ver si allí puede reproducirse “la rebelión de Barcelona”.
ÉPICA DESDE ABAJO “Mis héroes se juegan la vida no por salvar a su país, sino por fidelidad a un amigo”
CATALUNYA “Hay que sentarse a hablar con toda la gente de la Diada, Rajoy es el gran responsable”
¿Eso tiene una lectura contemporánea? ¡Qué malo es usted! Lo que pasa hoy es consecuencia de políticas equivocadas y mezquinas. Rajoy calculaba que en Soria y Cuenca le daría muchos votos hacerse el sueco tirando a duro. Y en la antigua Convergència hay gente que ha buscado una salida personal o política por la vía de la independencia. Hay muchos responsables, pero Rajoy es el más grande porque es el que tiene más responsabilidades. Lo de Catalunya no es una rebelión, hay que sentarse a hablar y sobre todo a reconocer una realidad muy clara. En la Diada, en Barcelona, había un montón impresionante de gente. Me es igual si era un millón, dos millones o medio. Es lo mismo, es mucha gente y hay que escucharla.