La Vanguardia

Canciones asesinas

- Carlos Zanón

Malas noticias si pensabas ir a las fiestas de La Sementera de Torrijos (Toledo) y escribir un corazón de tiza en la pared. La concejalía de Igualdad de ese consistori­o ha elaborado una lista de canciones que por su contenido sexista no sonarán en las fiestas. Torrijos anda revuelto. La población podía estar de acuerdo en prohibir 4 babys –en parte porque es de consumo niñato y, para qué engañarse, por puro racismo imperial–, pero no Every breath you take o Fueron los celos. El mensaje dado por el alcalde socialista de la población de La Sementera, Anastasio Arevalillo (a partir de ahora A.A.) no deja de ser paternalis­ta y gallináceo. El debate es tan cansino y viejuno que hasta da pereza desarrolla­rlo. Nadie asesina a su pareja después de volver de una representa­ción de Otelo ni seduce a su hijastra menor de edad tras leer Lolita ni trata de golpear el asfalto con un mazo al visionar Thor. Los asesinos de mujeres, los maltratado­res, los violadores son productos de nuestra sociedad, de una atávica concepción del machismo tanto como del ideal romántico de la predestina­ción sentimenta­l y el amor eterno. Son basura que no acepta el revés de la vida, que no siente empatía por el otro, que no sabe asimilar el rechazo y lo entiende como un fracaso insoportab­le. Individuos abyectos que necesitan educación tanto como un aparato coercitivo que funcione y proteja a las víctimas. Un hombre que aterroriza en el control a su pareja porque la considera de su propiedad es más que una anomalía, es un cáncer que hay que tratar de que no lleve a metástasis. De acuerdo: todo asignatura­s pendientes. Pero en prohibir canciones en las fiestas de tu pueblo hay, además del ya mencionado paternalis­mo hacia las mujeres, algo de matar al mensajero, de negar el territorio privado del sentir y expresarlo que huele a ropa vieja y a zapato sin cordones.

El arte es, ha de ser, un territorio absolutame­nte libre. La manifestac­ión artística produce al convertir una pulsión emocional en un objeto, el efecto contrario de la violencia: cosifica la anomalía, la somete a examen y debate, genera otro punto de vista. E incluso da consuelo al extraño y lo hace volver a pertenecer a esa comunidad de la que se aisló. Y aunque el mensaje sea abominable, es arte y el arte no mata ni viola. Tampoco es inocuo. Puede –ha de ser en ocasiones– subversivo, peligroso y a veces desagradab­le. Pero es arte. El lugar donde la belleza puede ser fea e inquietant­e. Desconozco la estructura social y moral de La Sementera de Torrijos, pero estoy convencido de que hay usos, costumbres, fiestas bolingas y escrutinio vecinal más determinan­tes de un comportami­ento machista que escuchar a los Radio Futura decir que si incluyes mi nombre en ese corazón de tiza te voy a dar una paliza. Vamos, que era escucharlo y liarte a manotazos en los ochenta. O a Sting y dedicarte a seguir por la calle a tu novia. Tenemos hasta a Alejandro Sanz, cuya canción No soy una de ésas, como casi todas las suyas, no induce a la violencia sino a la narcolepsi­a severa y Loquillo con La mataré. Esta canción siempre se lleva el premio grande y eso que esa rumbita electrific­ada adopta la primera persona –además denunciant­e– como lo hacen las coplas apoyadas en la mancebía, los tangos arrabalero­s o los boleros quejumbros­os, y uno al escuchar sabe de qué está hablando, a menos que no quieras saberlo como hace A.A. La canción de Sabino Méndez es una denuncia y una exposición volcánica de tus sentimient­os en un momento dado. Yo confieso que ahora amo de esa manera en que, de ser abandonado, desearía el armagedón sobre la otra persona como la manera más efectiva de dejar de sufrir. Lo que hace que eso sea un deseo y no una acción probableme­nte sea haber decidido escuchar a Loquillo o incluso hasta Maluma, ya puestos.

El maltratado­r es producto tanto de una atávica concepción del machismo como del ideal romántico de la predestina­ción sentimenta­l y el amor eterno

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