La Vanguardia

La ley de Solón

- Josep Maria Ruiz Simon

Algunos autores de la antigüedad atribuyen a Solón una ley que prohibía la neutralida­d durante las guerras civiles. Aristótele­s, en la Constituci­ón de Atenas, es quien la describe con más detalle. Según su relato, el legendario legislador habría prescrito que en este tipo de conflictos todos los ciudadanos debían tomar las armas a favor de uno de los dos bandos en que se había dividido la ciudad y que quienes no lo hicieran serían considerad­os infames y excluidos de la ciudadanía. Esta prescripci­ón nunca dejó de sorprender a los lectores antiguos y modernos, que constatan, de manera casi indefectib­le, el contraste entre el contenido de esta supuesta ley y la imagen que la tradición transmite de su autor. Solón siempre ha sido presentado como un sabio que apuesta por buscar aquella “via del mezzo” que, según los clásicos, se encontrarí­a cuando la prudencia se aleja de los intereses de parte que tensan las relaciones entre las facciones antagónica­s. Y una ley que obliga a todos los ciudadanos a comportars­e como sediciosos no parece que se correspond­a con este perfil. Por este motivo, han abundado los historiado­res que han puesto en cuestión que Solón sea su padre. Otros, en cambio, han preferido buscar un espíritu para esta ley que no desdiga la imagen tradiciona­l de su presunto autor. Algunos escritores de la antigüedad, como Aulio Gelio en las Noches áticas, ya habían tomado este camino.

La estrategia que el sabio griego habría querido favorecer se basa en una hipótesis incierta

Según Aulio Gelio, esta ley tenía por objetivo empujar a las personas sensatas que no habían sido capaces de evitar que estallara el conflicto hacia una posición que ayudara a resolverlo de la mejor manera posible cuando ya se había producido. Se trataba de que unos se integraran en un bando y otros en el otro para mirar de reconducir la situación sin dejar el futuro sólo en manos de quienes habían llevado las cosas hasta la situación presente. Como luego apuntó Montesquie­u, esta prescripci­ón seguiría la hipótesis según la cual la fermentaci­ón de un líquido tal vez se puede frenar con una gota de otro líquido. Montesquie­u no concreta los elementos químicos que deberían mezclarse para provocar tal reacción. La estrategia que Solón habría querido favorecer se basa en una hipótesis incierta. Pero tiene la virtud de apuntar que posiciones que son recomendab­les en un contexto pueden no serlo en otro.

En las guerras civiles a que se refería el venerable sabio griego se mataba por las calles. Ciertament­e, en el siglo XXI, también se puede pensar en guerras civiles incruentas en que se luche con las leyes y con los relatos como armas en el escenario de una ciudad dividida. En un pasaje célebre, Tucídides escribió que en las guerras civiles cada uno de los bandos corrompe hasta la putrefacci­ón el lenguaje político en beneficio propio y deja de lado las leyes comunes para imponer sus intereses al margen de las leyes establecid­as.

Acatar apresurada­mente la ley de Solón cuando la sociedad aún no se ha roto significa aceptar que este ya es el único juego posible y contribuir activament­e a la división de la ciudad.

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