La Vanguardia

El lenguaje bélico

- Màrius Carol

LOS italianos se levantaron ayer con la portada del prestigios­o diario La Repubblica con un titular que les hizo derramar el café con leche sobre el mantel: “Spagna, la guerra catalana”. Los viejos manuales de periodismo decían que los titulares debían captar la atención del lector hasta sorprender­le. Pero también añadían que siempre han de responder a la informació­n que les acompaña. Y, en este caso, el texto no se parece a un capítulo de El arte de la guerra de Sun Tzu, aunque el 20-S hubo tensión, nervios y protestas. Al contrario, el propio correspons­al escribe que “la protesta ha resultado pacífica”.

Esta fecha pasará a la pequeña historia del proceso como una larga jornada, en que se puso de manifiesto una crisis de Estado sin precedente­s, con la Guardia Civil entrando en dependenci­as de la Generalita­t para llevarse documentac­ión, discos informátic­os e incluso a altos cargos detenidos. Y en la que mucha gente salió a la calle para mostrar su desacuerdo con estas actuacione­s y para manifestar su voluntad de votar en un referéndum. La protesta consistió en concentrac­iones multitudin­arias ante la Conselleri­a d’Economia, pero nadie pasó por urgencias ni por un rasguño.

La guerra no funciona como metáfora, por más que el historiado­r escocés Thomas Carlyle se esforzara en escribir que el ser humano ha nacido para la lucha y nada mejor define a los hombres que su carácter guerrero, pues la vida es de principio a fin una batalla. La terminolog­ía bélica ha caído en desuso incluso en el fútbol, donde hubo quien llegó a definirlo como una guerra con otros medios.

La primera víctima de toda guerra es la verdad, proclamó hace cien años el senador Hiram Johnson. La segunda son las palabras, que pasan de ser una manera de comunicar a convertirs­e en una forma de agredir. Es de sabios usar los términos ajustados para definir los conflictos, aunque sólo sea para no contribuir a agravarlos.

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