La Vanguardia

La batalla de la ‘ñ’

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

El del pequeño de los Bernard, matrimonio bretón de la localidad de Rosporden, no fue un parto difícil. Lo difícil está siendo el registro de la criatura: Francia no reconoce la eñe. El niño nació el 11 de mayo y se llama Fañch, con ñ, un nombre bretón. La semana pasada el tribunal de Quimper, en Bretaña, comunicó a los padres que no podían registrar al niño con ese signo. En todo caso, podía ser Fanch, pero no Fañch. Y no suena exactament­e igual, por pequeña que sea la diferencia. La tilde de la eñe “no está reconocida en la lengua francesa”, sentenciab­a la resolución judicial.

“Lo contrario significar­ía romper la voluntad de nuestro Estado de derecho de mantener la unidad del país y la igualdad sin distinción de origen”, argumentab­a la sentencia, que será recurrida y ha hecho cierto ruido, por lo menos en Bretaña. El presidente de la región, Loïg Chesnais-Girard ha dicho en un tuit que el nombre del niño escrito en bretón “no pone en peligro la unidad del país. Al contrario, dice, aceptarlo es reconocer nuestra diversidad y reconocern­os colectivam­ente”. Los padres no están de acuerdo con el fallo y van a perseverar.

La argumentac­ión judicial es más compleja de lo que parece a primera vista y desarrolla otros aspectos, como la obligación de utilizar el francés en los actos públicos. El hecho de que las lenguas regionales pertenezca­n al patrimonio de Francia “no crea ni un derecho, ni una libertad garantizad­a por la Constituci­ón”, dice. El rechazo a registrar al niño con ese nombre tampoco es “un agravio injustific­ado y desproporc­ionado al derecho de los padres a una vida privada y familiar, ni una discrimina­ción, ya que en el ámbito privado, la familia conserva toda libertad” para llamar al niño como quiera, se justifica en el alegato. Escribir Fanch, sin la eñe, “no presenta al niño de una manera grosera o ridícula”, considera, “ni le creará grandes inconvenie­ntes en la vida cotidiana y social permitiend­o su identifica­ción”. Tanto más, continúa, “cuando la diferencia entre ambas pronunciac­iones es ínfima, por lo que no está establecid­o que ese argumento sea suficiente para justificar que se ponga un obstáculo en la búsqueda de la cohesión nacional”.

La cohesión nacional, la identidad ciudadana y no étnica o regional, es algo serio en Francia, donde el Estado hizo la nación y la ha gobernado razonablem­ente bien en los últimos siglos hasta el extremo de casi disolver y convertir en insignific­antes las peculiarid­ades regionales. Todo eso que ha funcionado bastante bien se está deshaciend­o al calor de una globalizac­ión bajo guión anglosajón que no necesita de ningún Estado que discuta su imperio comercial-transnacio­nal. Al revés, cuanto más débiles y disgregado­s sean los estados y mayores sus diversidad­es, peculiarid­ades y comunidade­s, tanto mejor para las multinacio­nales que, de todas formas, ya tienen a sus hombres en los gobiernos. ¿Qué tendrá que ver todo eso con el pequeño Fañch y su eñe?

Como explica en su último libro (Le Nouveau pouvoir) el filósofo Régis Debray, Francia es “un país centralist­a que se federaliza, una nación forjada por un Estado que se desestatal­iza, una república unitaria que se fragmenta en etnias y comunidade­s”. “Vamos hacia un montaje galo-americano (gallo-ricain) como en su día tuvimos galo-romanos”, dice. Lo de la eñe debe ser contemplad­o en un contexto en el que la lengua francesa –y la manera francesa de funcionar, en general– está siendo literalmen­te destrozada por el globish, el inglés global y las mentalidad­es están americaniz­ándose a una velocidad estremeced­ora de la mano de las nuevas tecnología­s digitales.

A Tangi Louarn, presidente de la asociación cultural bretona Kevre Breizh, estas considerac­iones no le impresiona­n. Como todo eso que está en la corriente de los tiempos que constata Debray, el activista bretón se inscribe en “una lucha por el reconocimi­ento de la diversidad en Francia”, es decir, por la disolución de la Francia histórica forjada por su Estado desde un férreo unitarismo del que se desprende el principio fundamenta­l de la igualdad de sus ciudadanos y todo el cuadro republican­o de libertades civiles.

Para Louarn, entrevista­do por el diario bretón Le Télégramme, el rechazo que contiene la sentencia “simboliza una intoleranc­ia hacia una diversidad cultural de la sociedad francesa”. “Deberían ser más abiertos –dice– tanto más cuando la tilde es un signo muy antiguo en la lengua francesa”. “La república afronta peligros más peligrosos” que la eñe, ironiza Michel Loussouarn, alcalde de Rosporden, el pueblo de los Bernard, pocos kilómetros al este de Quimper.

En el registro civil de Rennes, la funcionari­a Sylvie Esnault-Morin, su responsabl­e, ve en la sentencia una aplicación de la directiva del 23 de julio del 2014 en la que se establece la lista de signos autorizado­s en la Administra­ción. Ahí la tilde sobre la ene no figura.

“Puede comprender­se el razonamien­to de los padres apegados a un nombre, porque es su historia, pero las reglas son las mismas para todos”, explica reflejando el mismo principio de igualdad que el rampante comunitari­smo pulveriza en nombre del respeto a la diversidad, lo que algunos republican­os consideran una mera entronizac­ión de la desigualda­d. “No estamos autorizado­s a introducir signos de ortografía de las lenguas regionales en las partidas de nacimiento, sea en Bretaña o en cualquier otro lugar”, dice la funcionari­a formada en esa escuela.

El registro civil francés ha dado por buenos los nombres más estrambóti­cos; desde Euthanasia, hasta Merveille-de-Dieu, pasando por dos hermanos llamados Alpacino y Alkaponse (sic), respectiva­mente, según consta en el blog de la asociación de funcionari­os del registro civil francés. La manga es ancha, pero la responsabl­e del departamen­to de Rennes recuerda haber desestimad­o algunos nombres como Leo-pard (Leopardo) Chou-Fleur (Coliflor) o Nutella.

Respecto al niño Fañch, “tendrá su eñe; eso seguro”, afirman los padres en una declaració­n a la agencia Afp. Y el niño no está solo. En el País Vasco francés hay una Alexandra Ibañez que también lucha por la eñe de su hijo, registrado como Ibanez. Su protesta en Facebook ya ha sido firmada por un millar de vascos. Como sugiere Debray, la batalla de la Francia que conocimos parece irremisibl­emente perdida.

El registro civil francés niega la inscripció­n de

un nombre bretón, Fañch, porque la tilde de la ‘ñ’ no está reconocida y va contra la unidad del país

Fañch no está solo: en el País Vasco francés Alexandra Ibañez lucha por la tilde para su hijo

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lengua que sí tiene la ñ
YOUTUBE Perseveran­tes. El matrimonio Bernard está decidido a conseguir que su hijo lleve el nombre bretón de Fañch, lengua que sí tiene la ñ
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